Libro segundo.... Paco, el Bajo

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Si hubieran vivido siempre en el cortijo quizá las cosas se hubieran producido de otra manera pero a Crespo, el Guarda Mayor, le gustaba adelantar a uno en la Raya de lo de Abendújar por si las moscas y a Paco, el Bajo, como quien dice, le tocó la china y no es que le incomodase por él, que a él, al fin y al cabo, lo mismo le daba un sitio que otro, pero sí por los muchachos, a ver, por la escuela, que con la Charito, la Niña Chica, tenían bastante y le decían la Niña Chica a la Charito aunque, en puridad, fuese la niña mayor, por los chiquilines, natural, madre, ¿por qué no habla la Charito?, ¿por qué no se anda la Charito, madre?, ¿por qué la Charito se ensucia las bragas?, preguntaban a cada paso, y ella, la Régula, o él, o los dos a coro, pues porque es muy chica la Charito, a ver, por contestar algo, ¿qué otra cosa podían decirles?, pero Paco, el Bajo, aspiraba a que los muchachos se ilustrasen, que el Hachemita aseguraba en Cordovilla, que los muchachos podían salir de pobres con una pizca de conocimientos, e incluso la propia Señora Marquesa, con objeto de erradicar el analfabetismo del cortijo, hizo venir durante tres veranos consecutivos a dos señoritos de la ciudad para que, al terminar las faenas cotidianas, les juntasen a todos en el porche de la corralada, a los pastores, a los porqueros, a los apaleadores, a los muleros, a los gañanes y a los guardas, y allí, a la cruda luz del aladino, con los moscones y las polillas bordoneando alrededor, les enseñasen las letras y sus mil misteriosas combinaciones, y los pastores, y los porqueros, y los apaleadores y los gañanes y los muleros, cuando les preguntaban, decían, la B con la A hace BA, y la C con la A hace ZA, y, entonces, los señoritos de la ciudad, el señorito Gabriel y el señorito Lucas, les corregían y les desvelaban las trampas, y les decían, pues no, la C con la A, hace KA, y la C con la I hace CI y la C con la E hace CE y la C con la O hace KO, y los porqueros y los pastores, y los muleros, y los gañanes y los guardas se decían entre sí desconcertados, también te tienen unas cosas, parece como que a los señoritos les gustase embromamos, pero no osaban levantar la voz, hasta que una noche, Paco, el Bajo, se tomó dos copas, se encaró con el señorito alto, el de las entradas, el de su grupo, y, ahuecando los orificios de su chata nariz (por donde, al decir del señorito Iván, los días que estaba de buen talante, se le veían los sesos), preguntó, señorito Lucas, y ¿a cuento de qué esos caprichos?
y el señorito Lucas rompió a reír y a reír con unas carcajadas rojas, incontroladas, y, al fin, cuando se calmó un poco, se limpió los ojos con el pañuelo y dijo, es la gramática, oye, el porqué pregúntaselo a los académicos, y no aclaró más, pero, bien mirado, eso no era más que el comienzo, que una tarde llegó la G y el señorito Lucas les dijo, la G con la A hace GA, pero la G con I hace Ji, como la risa, y Paco, el Bajo, se enojó, que eso ya era por demás, coño, que ellos eran ignorantes pero no tontos y a cuento de qué la E y la I habían de llevar siempre trato de favor y el señorito Lucas, venga de reír, que se destornillaba el hombre de la risa que le daba, una risa espasmódica y nerviosa, y; como de costumbre, que él era un don nadie y que ésas eran reglas de la gramática y que él nada podía contra las reglas de la gramática, pero que, en última instancia, si se sentían defraudados, escribiesen a los académicos, puesto que él se limitaba a exponerles las cosas tal como eran, sin el menor espíritu analítico, pero a Paco, el Bajo estos despropósitos le desazonaban y su indignación llegó al colmo cuando, una noche, el señorito Lucas les dibujó con primor una H mayúscula en el encerado y, después de dar fuertes palmadas para recabar su atención e imponer silencio, advirtió, mucho cuidado con esta letra; esta letra es un caso insólito, no tiene precedentes, amigos; esta letra es muda, y Paco, el Bajo, pensó para sus adentros, mira, como la Charito, que la Charito, la Niña Chica, nunca decía esta boca es mía, que no se hablaba la Charito, que únicamente, de vez en cuando, emitía un gemido lastimero que conmovía la casa hasta sus cimientos, pero ante la manifestación del señorito Lucas, Facundo, el Porquero, cruzó sus manazas sobre su estómago prominente y dijo, ¿qué se quiere decir con eso de que es muda?, te pones a ver y tampoco las otras hablan si nosotros no las prestamos la voz, y el señorito Lucas, el alto, el de las entradas, que no suena, vaya, que es como si no estuviera, no pinta nada, y Facundo, el Porquero, sin alterar su postura abacial, ésta sí que es buena, y ¿para qué se pone entonces?, y el señorito Lucas, cuestión de estética, reconoció, únicamente para adornar las palabras, para evitar que la vocal que la sigue quede desamparada, pero eso sí, aquel que no acierte a colocarla en su sitio incurrirá en falta de lesa gramática, y Paco, el Bajo, hecho un lío, cada vez más confundido, mas, a la mañana, ensillaba la yegua y a vigilar la linde, que era lo suyo, aunque desde que el señorito Lucas empezó con aquello de las letras se transformó, que andaba como ensimismado el hombre, sin acertar a pensar en otra cosa, y en cuanto se alejaba una galopada del cortijo, descabalgaba, se sentaba al sombrajo de un madroño y a cavilar, y cuando las ideas se le enredaban en la cabeza unas con otras como las cerezas, recurría a los guijos, y los guijos blancos eran la E y la
1, y los grises eran la A, la O y la U, y, entonces, se liaba a hacer combinaciones para ver cómo tenían que sonar las unas y las otras, pero no se aclaraba y a la noche, confiaba sus dudas a la Régula, en el jergón e, insensiblemente, de unas cosas pasaba a otras y la Régula, para quieto, Paco, el Rogelio anda desvelado, y si Paco, el Bajo, insistía, ella ae, para quieto, ya no estamos para juegos, y, de súbito, sonaba el desgarrado berrido de la Niña Chica y Paco se inutilizaba, pensando que algún mal oculto debía de tener él en los bajos para haber engendrado una muchacha inútil y muda como la hache, que menos mal que la Nieves era espabilada, que a la Nieves, las cosas, él se había resistido a bautizaría con este nombre tan blanco, no le pegaba, vaya, siendo él tan cetrino y albazano, y hubiera preferido llamarla Herminia, como la abuela, o por otro nombre cualquiera, pero el verano aquel picaba un sol de justicia y don Pedro, el Périto, porfiaba que las temperaturas ni de noche bajaban de 35 grados, y que qué veranito, madre, que no se recordaba otro semejante, que se achicharraban hasta los pájaros, y la Régula, de por sí fogosa, plañía, ay Virgen, qué calentura!, y que no corre una miaja de brisa ni de día ni de noche, y después de abanicarse un rato cansinamente con un paipai, moviendo únicamente la falange del pulgar derecho, plano y aplastado como una espátula, añadía, esto es un castigo, Paco, y yo le voy a pedir a la Virgen de las Nieves que termine este castigo, pero la canícula no cedía y un domingo, sin comunicárselo a nadie, se llegó al Almendral, donde el Mago, y a la vuelta, le dijo a Paco, Paco, el Mago me ha dicho que si esta barriga es hembra le diga Nieves, no vaya a ser que, por contrariar mi deseo, me salga la cría con un antojo, y Paco recordó a la Niña Chica y se avino, pues bueno, que sea Nieves, pero la Nieves, que desde mocosa limpiaba la porquería de la impedida y le lavaba las bragas, no llegó a asistir a la escuela del Patronato porque por aquel entonces andaban ya en la Raya de lo de Abendújar y Paco, el Bajo, cada mañana, antes de ensillar, enseñaba a la muchacha cómo hacia la B con la A y la C con la A y la C con la I, y la muchacha, que era muy avispada, así que llegó la Z y le dijo, la Z con la 1 hace CI, respondió sin vacilar, esa letra está de más, padre, para eso está la C, y Paco, el Bajo, reía y procuraba inflar la risa, solemnizaría, remedando las carcajadas del señorito Lucas, eso cuéntaselo a los académicos, y, por las noches y la Régula, que ya por aquellos entonces se le había puesto pechugona, comentaba, a ver, saca el talento suyo y el de la otra, y Paco, ¿qué otra?, y la Régula, sin perder su flema habitual, ae, la Niña Chica, ¿en qué estás pensando, Paco?, y Paco, tu talento saca, y empezaba a salirse del tiesto, y ella, ae, ponte quieto, Paco, los talentos no están ahí, y Paco, el Bajo, dale, engolosinado, hasta que, inopinadamente, el bramido de la Niña Chica rasgaba el silencio de la noche y Paco se quedaba inmóvil, desarmado, y finalmente, decía, Dios te guarde, Régula y que descanses, y, con los años, se le iba tomando ley a la Raya de lo de Abendújar, y al chamizo blanco con el emparrado, y al somero cobertizo, y al pozo, y al gigantesco alcornoque sombreándolo, y al rebaño de canchos grises desparramados por las primeras estribaciones, y al arroyo de aguas tibias con los galápagos emperezados en las orillas, pero una mañana de octubre, Paco, el Bajo, salió a la puerta, como todas las mañanas, y nada más salir, levantó la cabeza, distendió las aletillas de la nariz v se acerca un caballo, dijo, y la Régula, a su lado, se protegió los ojos con la mano derecha a modo de visera y miró hacia el carril, ae, no se ve alma, Paco, mas Paco, el Bajo, continuaba olfateando, como un sabueso, el Crespo es, si no me equivoco, agregó, porque Paco, el Bajo, al decir del señorito Iván, tenía la nariz más fina que un pointer, que venteaba de largo, y en efecto, no había transcurrido un cuarto de hora, cuando se presentó en la Raya, Crespo, el Guarda Mayor, Paco, lía el petate que te vuelves al cortijo, le dijo sin más preámbulos, y Paco, y ¿eso?, que Crespo, don Pedro, el Périto, lo ordenó, a mediodía bajará el Lucio, tú ya cumpliste, y, con la fresca, Paco y la Régula, amontonaron los enseres en el carromato y emprendieron el regreso y en lo alto, acomodados entre los jergones de borra, iban los muchachos y, en la trasera, la Régula con la Niña Chica, que no cesaba de gritar y se le caía la cabeza, ora de un lado, ora del otro, y sus flacas piernecitas inertes asomaban bajo la bata, y Paco, el Bajo, montado en su yegua pía, les daba escolta, velando orgullosamente la retaguardia, y le decía a la Régula elevando mucho el tono de voz para dominar el tantarantán de las ruedas en los relejes, entre bramido y bramido de la Niña Chica, ahora la Nieves nos entrará en la escuela y Dios sabe dónde puede llegar con lo espabilada que es, y la Régula, ae, ya veremos, y; desde su altura majestuosa, añadía Paco, el Bajo, los muchachos ya te tienen edad de trabajar, serán una ayuda para la casa, y la Régula, ae, ya veremos, y continuaba Paco, el Bajo, exaltado con el traqueteo y la novedad, lo mismo la casa nueva te tiene una pieza más y podemos volver a ser jóvenes, y la Régula suspiraba, acunaba a la Niña Chica y la espantaba los mosquitos a manotazos, mientras, por encima del carril, sobre los negros encinares, se encendían una a una las estrellas y la Régula miraba a lo alto, tornaba a suspirar y decía, ae, para volver a ser jóvenes tendría que callar ésta, y una vez que llegaron al cortijo, Crespo, el Guarda Mayor, les aguardaba al pie de la vieja casa, la misma que abandonaron cinco años atrás, con el poyo junto a la puerta todo a lo largo de la fachada, y los escuálidos arriates de geranios y, en medio, el sauce de sombra caliente, y Paco lo miró todo apesadumbrado y meneó la cabeza de un lado a otro y al cabo, bajó los ojos, ¡qué le vamos a hacer! dijo resignadamente, estaría de Dios, y, poco más allá, dando órdenes, andaha don Pedro, el Périto, y buenas noches, don Pedro, aquí estamos de nuevo para lo que guste mandar, buenas noches nos dé Dios, Paco, ¿sin novedad en la Raya? y Paco, sin novedad, don Pedro, y conforme descargaban, don Pedro les iba siguiendo del carro a la puerta y de la puerta al carro, digo, Régula, que tú habrás de atender al portón, como antaño, y quitar la tranca así que sientas el coche, que ya te sabes que ni la Señora, ni el señorito Iván avisan y no les gusta esperar, y la Régula, ae, a mandar, don Pedro, para eso estamos, y don Pedro, de amanecida soltarás los pavos y rascarás los aseladeros, que si no no hay Dios que te aguante con este olor, qué peste, y ya te sabes que la Señora es buena pero le gustan las cosas en su sitio, y la Régula, ae, a mandar, don Pedro, para eso estamos, y don Pedro, el Périto, continuó dándole instrucciones, que no paraba de darle instrucciones y, al concluir, ladeó la cabeza, se mordió la mejilla izquierda y quedó como atorado, como si omitiera algún extremo importante, y la Régia sumisamente, ¿alguna cosa más, don Pedro?

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