Libro quinto..... El accidente

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Al llegar la pasa de palomas, el señorito Iván se instalaba en el cortijo por dos semanas, para esas fechas, Paco, el Bajo, ya tenía dispuestos los palomos y los arreos y engrasado el balancín, de modo que tan pronto se personaba el señorito, deambulaban en el Land Rover de un sitio a otro, de carril en carril, buscando las querencias de los bandos de acuerdo con la sazón de la bellota, mas a medida que transcurrían los años a Paco, el Bajo, se le iba haciendo más arduo encaramarse a las encinas y el señorito Iván, al verle abrazado torpemente a los troncos, reía, la edad no perdona, Paco, el culo empieza a pesarte, es ley de vida, pero Paco, el Bajo, por amor propio, por no dar su brazo a torcer, trepaba al alcornoque o a la encina, ayudandose de una soga, aun a costa de desollarse las manos y amarraba el cimbel en la parte más visible del árbol, a ser posible en la copa, y desde arriba, enfocaba altivamente hacia el señorito Iván los grandes orificios de su nariz, como si mirara con ellos, todavía sirvo, señorito, ¿no le parece?
voceaba eufórico, y; a caballo de un camal, bien asentado, tironeaba del cordel amarrado al balancín para que el palomo, al fallarle la sustentación y perder el equilibrio, aletease, mientras el señorito Iván, oculto en el aguardadero, escudriñaba atentamente el cielo, los desplazamientos de los bandos y le advertía, dos docenas de zuritas, templa, Paco, o bien una junta de torcaces, ponte quieto, Paco, o bien, las bravías andan en danza, ojo, Paco, y Paco, el Bajo, pues a templar, o a parar, o a poner el ojo en las bravías, pero el señorito Iván rara vez quedaba conforme, más suave, maricón, ¿no ves que con esos respingos espantas el campo?
y Paco, el Bajo, pues más suave, con más tiento, hasta que, de pronto, media docena de palomas se desgajaban del bando y el señorito Iván aprestaba la escopeta y dulcificaba la voz, ojo, ya doblan, y, en tales casos, los tironcitos de Paco, el Bajo, se hacían cortados y secos, comedidos, con objeto de que el palomo se moviese sin desplegar del todo las alas y, conforme se aproximaban planeando los pájaros, el señorito Iván se armaba, tomaba los puntos y ¡pimpam!, ¡dos, la pareja!
exultaba Paco entre el follaje, y el señorito Iván, calla la boca, tú, y ¡pim-pam!
¡otras dos!
chillaba Paco en lo alto sin poderse reprimir, y el señorito Iván, canda el pico, tú y ¡pim- pam!
¡una se le fue a criar!
lamentaba Paco, y el señorito Iván, ¿no puedes poner quieta la lengua, cacho maricón? pero, entre pim-pam y pim-pam, a Paco, el Bajo, se le entumían las piernas engarfiadas sobre la rama y al descender del árbol, había de hacerlo a pulso porque muchas veces no sentía los pies y, si los sentía, eran mullidos y cosquilleantes como de gaseosa, absolutamente irresponsables, pero el señorito Iván no reparaba en ello y le apremiaba para buscar una nueva atalaya, pues gustaba de cambiar de cazadero cuatro o cinco veces por día, de forma que, al concluir la jornada, a Paco, el Bajo, le dolían los hombros, y le dolían las manos, y le dolían los muslos y le dolía todo el cuerpo, de las agujetas, a ver, que sentía los miembros como descoyuntados fuera de sitio, mas, a la mañana siguiente, vuelta a empezar, que el señorito Iván era insaciable con el palomo, una cosa mala, que le apetecía este tipo de caza tanto o más que la de perdices en batida, o la de gangas al aguardo, en cl aguazal, o la de pitorras con la Guita y el cascabel, que no se saciaba el hombre y, a la mañana, entre dos luces, ya cstaba en danza, ¿estás cansado, Paco? sonreía maliciosamente y añadía, la edad no perdona, Paco, quién te lo iba a decir a ti, con lo que tú eras, y a Paco, el Bajo, le picaba el puntillo y trepaba a los árboles si cabe con mayor presteza que la víspera, aun a riesgo de desnucarse, y amarraba el cimbel en la copa de la encina o el alcornoque, en lo más alto, pero si los bandos se mostraban renuentes o desconfiados, pues abajo, a otra querencia, y de este modo, de árbol en árbol, Paco, el Bajo, iba agotando sus energías, pero ante el señorito Iván, que comenzaba a recelar de ¿, había que fingir entereza y trepaba de nuevo con prontitud y cuando ya estaba casi arriba, el señorito Iván, ahí no, Paco, coño, esa encina es muy chica, ¿es que no lo ves?, busca la atalaya como siempre has hecho, no me seas holgazán, y Paco, el Bajo, descendía, buscaba la atalaya y otra vez arriba, hasta la copa, el cimbel en la mano, pero una mañana, ahora sí que la jodimos, señorito Ivatn, olvidé los capirotes en casa, y el señorito Iván, que andaba ese día engolosinado, que el cielo negreaba de palomas sobre el encinar de las Planas, dijo imperiosamente, pues ciega al palomo y no perdamos más tiempo, y Paco, el Bajo, ¿ le ciego, señorito Iván, o le armo un capirote con el pañuelo?
y señorito Iván, ¿no me oíste?
y Paco, el Bajo, sin hacerse de rogar, se afianzó en la rama, abrió la navaja y en un dos por tres vació los ojos del cimbel y el pájaro, repentinamente ciego, hacía unos movimienros torpes y atolondrados, pero eficaces, pues doblaban más pájaros que de costumbre y el señorito Iván no se paraba en barras, Paco, has de cegar a todos los palomos, ¿oyes? con los dichosos capirotes entra la luz y los animales no cumplen, y así un día y otro hasta que una tarde, al cabo de semana y media de salir al campo, según descendía Paco, el Bajo, de una gigantesca encina, le falló la pierna dormida y cayó, despatarrado, como un fardo, dos metros delante del señorito Iván, y el señorito Iván, alarmado, pegó un respingo, ¡ serás maricón, a poco me aplastas!
pero Paco, se retorcía en el suelo, y el señorito Iván se aproximó a él y le sujetó la cabeza, ¿te lastimaste, Paco?
pero Paco, el Bajo, ni podía responder, que el golpe en el pecho le dejó como sin resuello y, tan sólo, se señalaba la pierna derecha con insistencia, ¡Ah, bueno, si no es más que eso..!, decía el señorito Iván, y trataba de ayudar a Paco, el Bajo, a ponerse de pie, pero Paco, el Bajo, cuando, al fin pudo articular palabra, dijo, recostado en el tronco de la encina, la pierna esta no me tiene, señorito Iván está como tonta, y el señorito Iván, ¿que no te tiene? ;.anda!, no me seas aprensivo, Paco, si la dejas enfriar va a ser peor, mas Paco, el Bajo, intentó dar un paso y cayó, no puedo, señorito, está mancada, yo mismo sentí cómo tronzaba el hueso, y el señorito Iván, también es mariconada, coño y ¿quién va a amarrarme el cimbel ahora con la junta de torcaces que hay en las Planas?
y Paco, el Bajo, desde el suelo, sintiéndose íntimamente culpable, sugirió para aplacarle, tal vez el Quirce, mi muchacho, él es habilidoso, señorito Iván, un poco morugo pero puede servirle, y fruncía la cara porque le dolía la pierna y el señorito Iván dio unos pasos con la cabeza gacha, dubitativo pero finalmente, se arrimó al bocacerral, hizo bocina con las manos v voceó hacia el cortijo, una, dos, tres veces, cada vez más recio, más impaciente, más repudrido, y, como no acudiera nadie a las voces, se le soltó la lengua y se puso a jurar y al cabo, se volvió a Paco, el Bajo, ¿seguro que no te puedes valer, Paco? y Paco, el Bajo, recostado en el tronco de la encina, mal lo veo, señorito Iván, y, de repente, asomó el muchacho mayor de Facundo por el portón de la corralada y el señorito Iván sacó del bolsillo un pañuelo blanco y lo agitó repetidamente y el muchacho de Facundo respondió moviendo los brazos como aspas y al cabo de un cuarto de hora, ya estaba jadeando junto a ellos, que cuando el señorito Iván llamaba, había que apresurarse, ya se sabía, sobre todo si andaba con la escopeta, y el señorito Iván le puso las manos en los hombros y se los oprimió para que advirtiese la importancia de su misión y le dijo, que suban dos, ¿oyes?, los que sean, para ayudar a Paco que se ha lastimado, y el Quirce para acompañarme a mí ¿has entendido? y según hablaba, el muchacho, de ojos vivaces y tez renegrida, asentía y el señorito Iván indicó con la barbilla para Paco, el Bajo, y dijo a modo de aclaración, el maricón de él se ha dado una costalada, ya ves qué opormno, y, al rato, vinieron dos del cortijo y se llevaron a Paco tendido en unas angarillas y el señorito Iván se internó en el encinar con el Quirce, tratando de conectar con él, mas el Quirce, chitón, sí, no, puede, a lo mejor, hosco, reconcentrado, hermético, que más parecía mudo pero, a cambio, el jodido se daba maña con el cimbel, que era un virtuoso, menuda, que bastaba decirle, recio, suave, templa, seco, para que acatara rigurosamente la orden, y sus movimientos eran tan precisos, que las torcaces doblaban sin desconfianza sobre el reclamo y el señorito Iván, ¡pim-pam!, ¡pimpam!, traqueaba sin pausa, que no daba abasto, pero erraba una y otra vez y, a cada yerro, echaba sapos y culebras por la boca, pero lo más enojoso era que, en justicia, no podía desplazar las culpas sobre otro y, al margen de esto, le mortificaba que el Quirce fuese testigo de sus yerros y le decía, el percance de tu padre me ha puesto temblón, muchacho, en la vida erré tantos palomos como hoy y el Quirce, camuflado entre las hojas, respondía indiferente, puede, y el señorito Iván se descomponía, no es que pueda o deje de poder, coño, es una verdad como un templo, lo que te estoy diciendo va a misa, y ¡pim-pam! ¡pim-pam! ¡pim-pam!, ¡otro maricón a criar!
vociferaba el señorito Iván, y el Quirce, arriba, en silencio, quieto parado, como si no fiera con él y, tan pronto regresaron al cortijo, el señorito Iván pasó por casa de Paco, ¿cómo vamos, Paco? ¿cómo te encuentras? y Paco, el Bajo, tirando, señorito Iván, tenía la pierna extendida sobre un taburete y el tobillo grueso, hinchado, como un neumático, es una mancadura mala ,¿no le sintió chascar al hueso? pero el señorito Iván iba a lo suyo, en la vida erré más palomos que esta mañana, Paco, ¡qué cosas!, parecía un principiante, ¿qué habrá pensado tu muchacho?
y Paco, el Bajo, a ver, los nervios, natural y el señorito Iván, natural, natural, no busques excusas, ¿de veras te parece natural, Paco, con las horas de vuelo que yo tengo, errar una zurita atravesada, de aquí al geranio? ¿eh? habla, Paco, ¿es que me has visto errar alguna vez un palomo atravesado de aquí al geranio?, y el Quirce tras él, ausente, aburrido, el ramo de palomos en una mano y la escopeta enfundada en la otra, taciturno, silencioso, y; en éstas, apareció en la puerta de la casa, bajo el emparrado, el Azarias, descalzo, los pies mugrientos, el pantalón en las corvas, sonriendo con las encías, rutando como un cachorro, y Paco, levemente azorado, le señaló con un dedo formulariamente, aquí, mi cuñado, dijo, y el señorito Iván analizó atentamente al Aarías, sí que tienes una familia apañada, comentó, pero el Azarías, como atraído por una fuerza magnética, se iha aproximando a la percha y miraba engolosinado hacia los palomos muertos y de pronto, los echó mano, y los examinaba uno por uno, los hurgaba en las patas y en el pico, para comprobar si eran nuevos, o viejos, machos o hembras, y, al cabo de un rato, levantó sus ojos adormilados y los posó en los del señorito Iván, ¿se los desplumo? inquirió expectante, y el señonto Iván, ¿es que sabes desplumar palomos? y terció Paco, el Bajo: anda, que si no fuera a saber, en la vida hizo otra cosa, y, sin más explicaciones, el señorito Iván, tomó la percha de manos del Quirce y se la entregó al Azarías ten, dijo, y, cuando los desplumes, se los llevas a doña Purita, de mi parte, ¿te recordarás?, en cuanto a ti, Paco, avíate, nos vamos a Cordovilla, donde el médico, no me gusta esa pierna y el 22 tenemos batida, y entre el señorito Iván, el Quirce y la Régula, acomodaron a Paco, el Bajo, en el Land Rover y, una vez en Cordovílla, don Manuel, el doctor, le palpó el tobillo intentó moverlo, le hizo dos radiografías y, al acabar, enarcó las cejas, ni necesito verlas, el peroné, dijo, y el señorito Iván, ¿qué?, está tronzado, pero el señorito Iván, se resistía a admitir las palabras del doctor, no me jodas, Manolo, el 22 tenemos batida en la finca, yo no puedo prescindir de él, y don Manuel, que tenía los ojos muy negros, muy juntos y muy penetrantes, como los de un inquisidor, y el cogote recto, como si lo hubieran alisado con una llana, levantó los hombros, yo te digo lo que hay, Iván, luego tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra y el señorito Iván torció la boca, contrariado no es eso, Manolo, y el doctor, de momento no puedo hacer otra cosa que ponerle una férula, esto está muy inflamado y escayolando no adelantaríamos nada, dentro de una semana le vuelves a traer por aquí, y Paco, el Bajo, callaba y miraba ladinamente a uno y a otro, estas fracturas de maléolo no son graves, pero dan guerra, lo siento, Vancito, pero tendrás que agenciarte otro secretario, y el señorito Iván, tras unos instantes de perplejidad, menuda mariconada, oye, y el caso es que todavía estoy de suerte, cayó tal que ahí, indicaba el borde de la alfombra, el maricón no me ha desnucado de milagro, y, al cabo de unos minutos de conversación, regresaron al cortijo y, transcurrida una semana, el señorito Iván pasó a recoger a Paco, el Bajo, en el Land Rover y volvieron a Cordovilla, y antes de que el doctor le quitase la férula, el señorito Iván le encareció, ¿no podrías ingeniártelas, Manolo, para que el 22 pudiera valerse?, pero el doctor movía enérgicamente su aplanado cogote, denegando, pero si el 22 es pasado mañana como quien dice, Iván, y este hombre debe estar cuarenta y cinco días con el yeso, eso sí, puedes mercarle un par de bastones para que dentro de una semana empiece a moverse dentro de casa, y una vez concluyó de enyesarle, Paco, el Bajo, y el señorito Iván iniciaron el regreso al cortijo e iban en silencio, distanciados, como si algún lazo fundamental acabara de romperse entre ellos, y de cuando en cuando, Paco, el Bajo, suspiraba, sintiéndose responsable de aquella quiebra e intentaba diluir la tensión, créame, que más lo siento yo, señorito Iván, pero el señorito Iván, los ojos fijos más allá del cristal del parabrisas, conducía con el ceño fruncido, sin decir palabra, y Paco, el Bajo, sonreía, y hacía un esfrierzo por mover la pierna, ya pesa este chisme, ya, añadía, mas el señorito Iván seguía inmóvil, pensativo, sorteando los baches, hasta que a la cuarta tentativa de Paco, el Bajo, se disparó, mira, Paco, los médicos pueden decir misa, pero lo que tú tienes que hacer, es no dejarte, esforzarte, andar; mi abuela, que gloria haya, se dejó, y tú lo sabes, coja para los restos; en estos casos, con bastones o sin bastones, hay que moverse, salir al campo, aunque duela, si te dejas ya estás sentenciado, te lo digo yo, y; al franquear el portón del cortijo, se toparon en el patio con el Azarías, la grajera al hombro, y el Azarías, al sentir el motor, se volvió hacia ellos y se aproximó a la ventanilla delantera del Land Rover y reía mostrando las encías, babeando, no quiso irse con las milanas, ¿verdad, Quirce? decía, acariciando a la grajera, pero el Quirce callaba, mirando al señorito Iván con sus pupilas oscuras, redondas y taciturnas, como las de una pitorra, y el señorito lvan se apeó del coche fascinado por el pájaro negro posado sobre el hombro del Azarías, ¿es que también sabes amaestrar pájaros? Preguntó, y extendió el brazo con el propósito de atrapar a la grajilla, pero el ave emitió un «quiá" atemorizado y voló hasta el alero de la capilla y el Azarías reía, moviendo hacia los lados la mandíbula, se acobarda, dijo, y el señorito Iván, natural, me extraña, no me conoce, y elevaba los ojos hasta el pájaro, y ¿ya no baja de ahí? inquirió, y el Azarías, qué hacer no bajar, atienda, y su garganta moduló un «quiá» aterciopelado, untuoso, y la grajera penduleó unos instantes, inquieta, sobre sus patas, oteó la corralada ladeando la cabeza y, finalmente, se lanzó al vacío, las alas abiertas, planeando, describió dos círculos en torno al automóvil, se posó sobre el hombro del Azarias, y se puso a escarbar en su cogote, metiendo el pico entre su pelo cano, como si le despiojase, y el señorito Iván, asombrado, está chusco eso, vuela y no se larga, y Paco, el Bajo se aproximó lentamente al grupo, descansando en las cachabas el peso de su cuerpo y dijo, dirigiéndose al señorito Iván, a ver, la ha criado él y está enseñada, usted verá, y el señorito Iván, cada vez más interesado y ¿qué hace este bicho durante el día?
y Paco, el Bajo, mire, lo de todos, descorteza alcornoques, busca cristales, se afila el pico en la piedra del abrevadero, echa una siesta en el sauce, el animal pasa el tiempo como puede, y, conforme hablaba Paco, el señorito Iván observaha detenidamente al Azarías, y, al cabo de un rato, miró a Paco, el Bajo, y dijo a media voz, dejando resbalar las palabras por el hombro, como si hablara consigo mismo, digo, Paco, que con estas mañas que se gasta, ;no haría tu cuñado un buen secretario?
pero Paco, el Bajo, negó con la cabeza, descansó el cuerpo sobre el pie izquierdo para señalarse la frente con la mano derecha y dijo con el palomo puede, para la perdiz es corto de entendederas, y, a partir de ese día, el señorito Iván visitaba cada mañana a Paco, el Bajo y le incitaba, Paco, muévere, coño, no te dejes, que más pareces un paralítico, no olvides lo que te dije, pero Paco, el Bajo, le miraba con sus melancólicos ojos de perdiguero enfermo, qué fácil se dice, señorito Iván, y el señorito Iván, mira que el 22 está encima, y Paco, el Bajo, y ¿qué vamos a hacerle?, más lo siento yo, señorito Iván, y el señorito Iván, más lo siento yo, más lo siento yo, mentira podrida, el hombre es voluntad, Paco, coño, que no quieres entenderlo y, donde no hay voluntad, no hay hombre, Paco, desengáñate, que has de esforzarte aunque te duela, si no no harás nunca vida de ti, te quedarás inútil para los restos, ¿oyes?, y le instaba, le apremiaba, le urgía el señorito Iván, hasta que Paco, el Bajo, farfullaba entre sollozos, de que poso el pie es como si me lo rebanaran por el empeine con un serrucho, no vea el dolor, señorito Iván, y el señorito Iván, aprensiones, Paco, aprensiones, ¿es que no puedes ayudarte con las muletas?
y Paco, el Bajo, ya ve, a paso tardo y por lo llano, pero amaneció el día 22 y el señorito Iván, erre que erre, se presentó con el alba a la puerta de Paco, el Bajo, en el Land Rover marrón, venga, arriba, Paco, ya andaremos con cuidado, tú no te preocupes, y Paco, el Bajo, que se acercó a él con cierta reticencia, en cuanto olió el sebo de las botas y el tomillo y el espliego de los bajos de los pantalones del señorito, se olvidó de su pierna y se subió al coche mientras la Régula lloriqueaba, a ver si esto nos va a dar que sentir, señorito Iván, y el señorito Iván, tranquila, Régula, te lo devolveré entero, y en la Casa Grande, exultaban los señoritos de Madrid con los preparativos, y el señor Ministro, y el señor Conde, y la señorita Miriam, que también gustaba del tiro en batida, y todos, fumaban y levantaban la voz mientras desayunaban café con migas y, conforme entró Paco en el comedor acreció la euforia, que Paco, el Bajo, parecía polarizar el interés de la batida, y cada uno por su lado, ¡hombre, Paco!
¿cómo fue para caerte, Paco, coño? claro que peor hubiera sido romperte las narices, y el Embajador trataba de exponer a media voz al señor Ministro las virtudes cinegéticas de Paco, el Bajo, y Paco procuraba atender a unos y a otros y subrayaba adelantando las muletas, como poniéndolas por testigos, disculpen que no me descubra, y ellos, faltaría más, Paco, y la señorita Miriam, sonriendo con aquella su sonrisa abierta y luminosa, ¿tendremos buen día, Paco?
y ante la inminencia del vaticinio, se abrió un silencio entre los invitados y Paco, el Bajo, sentenció, dirigiéndose a todos la mañana está rasa si las cosas no se tuercen yo me pienso que entrará ganado, y; en éstas, el señorito Iván, sacó de un cajoncito de la arqueta florentina el estuche de cuero, ennegrecido por el manoseo y el tiempo, con las laminillas de nácar, como si fuera una pitillera y alguien dijo, ha sonado la hora de la verdad, y, uno a uno, ceremoniosamente, como cumpliendo un viejo rito cogieron una laminilla con el número oculto en el extremo, rotaremos de dos en dos, advirtió el señorito Iván, y el señor Conde fue el primero en consultar su laminilla y exclamó a voz en cuello, ¡el nueve!
y, sin dar explicaciones, tontamente, empezó a palmotear, y con tanto entusiasmo se aplaudía y tanta satisfacción irradiaba su rostro, que el señor Ministro se llegó a él, ¿tan bueno es el 9, Conde? y el señor Conde, ¿bueno?, tú me dirás, Ministro, un canchal, a la caída de un cerro, en la vaguada, se descuelgan como tontas y cuando se quieren ver ni tiempo las da de repullarse; 43 colgué el año pasado en ese puesto, y, mientras tanto, el señorito Iván, iba anotando en una agenda los nombres de las escopetas con los números correspondientes, y una vez que apuntó el último, guardó la agenda en el bolsillo alto del chaleco-canana, andando, que se hace tarde apremió, y cada cual se encaramó en su Land Rover con los secretarios y el juego de escopetas gemelas y los zurrones de los cartuchos, mientras Crespo, el Guarda Mayor, acomodaba a los batidores, los cornetines, y los abanderados, en los remolques de los tractores y, al fin, todos se pusieron en marcha, y el señorito Iván mostraba con Paco, el Bajo, toda serie de miramientos, que no es un decir, que le arrimaba a la pantalla en el jeep aunque no hubiera carril, a campo través, incluso, si fuera preciso, vadeando los arroyos en estiaje, con todo cuidado, tú, Paco, aguarda aquí, no te muevas, voy a esconder el coche tras esas carrascas, o sea, que todo iba bien, lo único la cobra, pues Paco se desenvolvía torpemente con los bastones, se demoraba, y los secretarios de los puestos vecinos, aprovechándose de su lentitud, le trincaban los pájaros muertos, señorito Iván, el Ceferino se lleva dos pájaros perdices que no son suyos, se lamentaba, y el señorito Iván, enfurecido, Ceferino, vengan esos dos pájaros, me cago en la madre que te parió, a ver si el pie de Paco va a servir para que os burléis de un pobre inútil, voceaba, pero, otras veces, era Facundo y; otras, Ezequiel, el Porquero, y el señorito Iván no podía contra todos, imposible luchar con eficacia en todos los frentes, y cada vez más harto, de peor humor, ¿no puedes moverte un poquito más vivo, Paco, coño? pareces una apisonadora, si te descuidas te van a robar hasta los calzones, y Paco, el Bajo, procuraba hacer un esfuerzo, pero los cerros de los rastrojos dificultaban sus movimientos, no le permitían poner plano el pie, y; en una de éstas, ¡zas!, Paco, el Bajo, al suelo, como un sapo, ¡ay señorito Iván, que me se ha vuelto a tronzar el hueso, que le he sentido!, y el señorito Iván, que por primera vez en la historia del cortijo, llevaba en la tercera batida cinco pájaros menos que el señor Conde, se llegó a él fuera de sí, echando pestes por la boca, ¿qué te pasa ahora, Paco, coño? ya es mucha mariconería esto, ¿
no te parece?
pero Paco, el Bajo, insistía desde el suelo, la pierna, señorito, se ha vuelto a tronzar el hueso, y los juramentos del señorito Iván se oían en Cordovilla, ¿es que no puedes menearte? intenta, al menos, ponerte en pie, hombre, pero Paco, el Bajo, ni lo intentaba, reclinado en el cembo, se sujetaba la pierna enferma con ambas manos, ajeno a los juramentos del señorito Iván, por lo que, al fin, el señorito Iván, claudicó, de acuerdo, Paco, ahora te arrima Crespo a casa, te acuestas y, a la tarde, cuando terminemos, te llevaré donde don Manuel, y, horas más tarde, don Manuel, el médico, se incomodó al verlo, podría usted poner más cuidado, y Paco, el Bajo, intentó justificarse, yo...
pero el señorito Iván tenía prisa, le interrumpió, aviva Manolo, tengo solo al Ministro, y el doctor enojado, ha vuelto a fracturar, lógico, una soldadura de tallo verde, inmovilidad absoluta, y el señorito Iván, ¿y manana? ¿qué voy a hacer mañana, Manolo? no es un capricho, te lo juro, y el doctor, mientras se quitaba la bata, haz lo que quieras, Vancito, si quieres desgraciar a este hombre para los restos, allá tú, y ya en el Land Rover marrón, el señorito Iván, taciturno y silencioso, encendía cigarrillos todo el tiempo, sin mirarlo, tal que si Paco, el Bajo, lo hubiera hecho a posta, también es mariconada, repetía solamente, entre dientes, de cuando en cuando y Paco, el Bajo, callaba, y notaba la humedad de la nueva escayola en la pantorrilla, y, al cruzar lo de las Tapas, salieron aullando los mastines detrás del coche, y, con los ladridos, el señorito Iván pareció salir de su ensimismamiento, sacudió la cabeza como si quisiera expulsar un fantasma y le preguntó a Paco, el Bajo, de sopetón, ¿cuál de tus dos chicos es más espabilado?
y Paco, allá se andan, y el señorito Iván, el que me acompañó con el palomo, ¿cómo se llama?, el Quirce, señorito Iván, es más campero, y el señorito Iván, tras una pausa, tampoco se puede decir que sea muy hablador, y Paco, pues, no señor, a si las gasta cosas de la juventud, y el señorito Iván, mientras prendía un nuevo cigarrillo, ¿puedes decirme, Paco, qué quiere la juventud actual que no está a gusto en ninguna parte?
y; a la mañana siguiente, el señorito Iván, en la pantalla, se sentía incomodo ante el tenso hermetismo del Quirce, ante su olímpica indiferencia, ¿es que te aburres? le preguntaba, y el Quirce mire, ni me aburro ni me dejo de aburrir, y tornaba a guardar silencio, ajeno a la batida, pero cargaba con presteza y seguridad las escopetas gemelas y localizaba sabiamente, sin un error, las perdices derribadas, mas, a la hora de la cobra, se mostraba débil, condescendiente ante la avidez insaciable de los secretarios vecinos, y el señorito Iván bramaba, Ceferino, maricón, no te aproveches de que el chico es nuevo
¡venga, dale ese pájaro!
y; arropados por la pantalla, que era una situación casi doméstica que invitaba a la confidencia, el señorito Iván intentaba ganarse al Quirce, insuflarle un poquito de entusiasmo, pero el muchacho, sí, no, puede, a lo mejor, mire, cada vez más lejano y renuente, y el señorito Iván iba cargándose como de electricidad, y así que concluyó el cacerio, en el amplio comedor de la Casa Grande, se desahogó, los jóvenes, digo, Ministro, no saben ni lo que quieren, que en esta bendita paz que disfrutamos les ha resultado todo demasiado fácil, una guerra les daba yo, tú me dirás, que nunca han vivido como viven hoy, que a nadie le faltan cinco duros en el bolsillo, que es lo que yo pienso, que el tener les hace orgullosos, que ¿qué diréis que me hizo el muchacho de Paco esta tarde?, y el Ministro le miraba con el rabillo ¿el ojo, mientras devoraba con apetito el solomillo y se pasaba cuidadosamente la servilleta blanca por los labios, tú dirás, y el señorito Iván, muy sencillo, al acabar el cacerio, le largo un billete de cien, veinte duritos, ¿no?, y él, deje, no se moleste, que yo, te tomas unas copas, hombre, y él, gracias, le he dicho que no, bueno, pues no hubo manera, ¿qué te parece?, que yo recuerdo antes, bueno, hace cuatro días, su mismo padre, Paco, digo, gracias, señorito Iván, o por muchas veces, señorito Iván, otro respeto, que se diría que hoy a los jóvenes les molesta aceptar una jerarquía, pero es lo que yo digo, Ministro, que a lo mejor estoy equivocado, pero el que más y el que menos todos tenemos que acatar una jerarquía, unos debajo y otros arriba, es ley de vida, ¿no?
y la concurrencia quedó unos minutos en suspenso, mientras el Ministro asentía y masticaba, sin poder hablar, y, una vez que tragó el bocado, se pasó delicadamente la servilleta blanca por los labios y sentenció, la crisis de autoridad afecta hoy a todos los niveles, y los comensales aprobaron las palabras del Ministro con cabezadas adulatorias y frases de asentimiento, mientras la Nieves cambiaba los platos, retiraba el sucio con la mano izquierda y ponía el limpio con la derecha, la mirada recogida, los labios inmóviles, y el señorito Iván seguía las evoluciones de la chica con atención, y; al llegar junto a él, la miró de plano, descaradamente, y la muchacha se encendió toda y dijo, entonces, el señorito Iván, tu hermano, digo, niña, el Quirce, ¿puedes decirme por qué es tan morugo? y la Nieves, cada vez más sofocada, levantó los hombros y sonrió remotamente, y, finalmente, le puso el plato limpio por el lado derecho con mano temblorosa, y así anduvo sin dar pie con bola toda la cena y, a la noche, a la hora de acostarse, el señorito Iván volvió a llamarla, niña, tira de este boto, ¿quieres?, ahora le ha dado por decir que no y no hay forma de ponerlo fuera, y la niña tiró del boto, primero de la punta y, luego, del talón, punta-talón, punta-talón, basculando, hasta que el boto salió y entonces, el señorito Iván levantó perezosamente la otra pierna hasta la descalzadora, ahora el otro, niña, ya haz el favor completo, y cuando la Nieves sacó el otro boto, el señorito Iván descansó los pies sobre la alfombra, sonrió imperceptiblemente y dijo, mirando a la muchacha, ¿sabes, niña, que has empollinado de repente y se te ha puesto una bonita figura?
y la Nieves turbada, con un hilo de voz, si el señorito no necesita otra cosa. pero el señorito Iván rompió a reír, con su risa franca, resplandeciente, ninguno salís a tu padre, a Paco digo, niña, ¿es que también te molesta que elogie tu figura?
y la Nieves, no es eso, señorito Iván, y, entonces, el señorito Iván sacó la pitillera del bolsillo, golpeó un cigarrillo contra ella y lo encendió, ¿qué tiempo te tienes tú, niña?
y la Nieves, voy para quince, señorito Iván, y el señorito Iván recostó la nuca en el respaldo de la butaca y expulsó el humo en tenues volutas, despacio, recreándose, verdaderamente no son muchos, puedes retirarte, admitió, mas cuando la Nieves alcanzaba la puerta voceó, ¡ah! y dile a tu hermano que para la próxima no sea tan desabrido, niña, y salió la Nieves, pero en la cocina, fregando los cacharros, no podía parar, descabalaba los platos, hizo añicos una fuente, que la Leticia, la de Cordovilla, que subía al cortijo con ocasión de las batidas, le preguntaba.
¿puede saberse qué te pasa esta noche, niña?
pero la Nieves callada, que no salía de su desconcierto, y cuando concluyó, dadas ya las doce, al atravesar el jardín, camino de su casa, descubrió al señorito Iván y a doña Purita besándose ferozmente a la luz de la luna bajo la pérgola del cenador.

Los Santos InocentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora