«Prefacio»

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Los débiles rayos de sol se colaban a través de la encrucijada de ramas torcidas sobre mí, dificultando mi visión.
Una paleta de colores anaranjados salpicaba el cielo de septiembre, indicando así el cercano crespúsculo, sin embargo no tenía ganas de volver a casa. No ahora que había encontrado un sitio tan bonito como este.
Saqué de mi mochila el desgastado cuaderno y me senté sobre una roca. Por unos instantes cerré los ojos y respiré hondamente, dejando que los sonidos que emitía aquel enigmático bosque me invadiesen completamente.

"Vamos." Murmuré. Dejé que mis pensamientos y emociones fluyeran a través de mi cuerpo y mi mano comenzó a moverse. Las líneas torcidas con letras torpes de una niña de primaria decoraban el amarillento papel.

No me gustaba ir al parque o jugar con muñecas como lo hacían las demás, yo me conformaba con un cuaderno y un lápiz. Lo de escribir era herencia de papá y la Señorita Lauper decía que tenía un don, en aquel entonces no comprendía lo que era tener un don pero sí sabía con certeza que era algo bueno. Y si a los demás les agradaba y me hacía sentir bien, seguiría haciéndolo.
Cuando finalmente acabé con el relato que llevaba teniendo en mente todo el día, saqué mi estuche de colores y tracé la figura de un cisne, tan esbelto y elegante como tenía planeado. Plasmé la tristeza en sus ojos, puesto que aquel no era un cisne cualquiera: aquel era un cisne con complejo de patito feo, esa era la razón de su aflicción.

Quedé extremadamente conforme con mi nueva historia. "Verás papá cuando lo vea." Pensé.

Cuando quise darme cuenta, el bosque estaba sumido en un paraíso de tonos azulados. Me apresuré a guardarlo todo y a encontrar el medio de salir de allí.
Unos crujidos cercanos demoraron mi pretensión, recuerdo lo asustada que estaba al recordar las habladurías de la ciudad sobre los lobos. Miré a mi alrededor con nerviosismo y me mantuve en silencio.

Todo miedo desapareció cuando una figura salió de entre las sombras y dos enormes ojos verdes se clavaron en los míos, su ropa estaba arrugada y manchada de un tono verde salpicado de barro. Intenté sonreír pero no pude, en su lugar le lancé una mirada incómoda.
Su pelo estaba rizado en la zona de sus orejas, ocultándolas, y juraría que era de mi edad en aquel entonces. Quizá no estuviera segura, y fuese más mayor. Con su mirada pretendía intimidarme pero falló miserablemente, sin embargo me mantuve en el sitio aferrándome al asa de mi bolso.

"¿Quién eres?" Preguntó y se frotó la frente, dejando un rastro de barro en la piel. "¿Qué haces aquí?" Interrogó nuevamente con un acento extraño. Parecía inglés.

"He... venido a pasear."

"Este es mi lugar secreto." Protestó cruzándose de brazos. Miré más allá de donde él estaba y vislumbré unas tablas de madera y unas cuerdas.

"Lo siento, ya no es tan secreto ¿Qué es eso?" Señalé las profundidades del bosque.

"Es mi campo de entrenamiento. ¡Voy a ser un superhéroe!" Contestó con aires de superioridad. Bufé, todos querían ser lo mismo.

"Qué chulo." Sonreí y sorprendentemente él también lo hizo. Cuando no fruncía el ceño y sonreía, se le formaban agujeritos en los mofletes. Uh... hoyuelos, así se llamaban.

"¿Cómo te llamas?" Se acercó de manera insegura.

"Andr... Andie." Dije. Comencé a temblar por el frío que mordisqueaba mi piel.

"¿Qué llevas ahí adentro?" Preguntó de nuevo señalando mi bolsa. Pensé que aquel niño sentía pasión por las preguntas.

"Libros y esas cosas." Odiaba pronunciar demasiado la s, ya que en aquel entonces habia recibido contínuas visitas del Hada de Los Dientes y echaba en falta algunos dientes.

"Leer es taaaan aburrido." Exclamó y agarró la bolsa de mi hombro. "¿Qué es esto? ¿También escribes?" Sacó mi cuaderno y lo examinó.

"Sí, me gusta." Asentí. Sin darme cuenta, estábamos caminando sendero abajo y vislumbré la ciudad parpadeante que se extendía a lo lejos.

Él permaneció callado y me percaté de que se encontraba totalmente concentrado en leer la historia recién escrita.

"Esto lo has escrito tú." Sonó más como una afirmación que como otra pregunta de las suyas. Asentí nuevamente, insegura.

"Escribes bien." Comentó en un tono neutral. Sonreí de nuevo como agradecimiento pero él se mantuvo serio, sus infantiles e inocentes facciones contraídas de una manera extraña.

"El pato es muy bonito." Agarró el papel entre sus huesudos dedos.

"Es un cisne."

"Sí, lo que sea." Masculló. "Me gusta mucho la historia, es mejor que los cuentos que he leído. ¿Me regalas el dibujo?" Gesturó hacia la hoja.

Vacilé unos segundos, debatiéndome entre regalárselo o no. Era muy difícil que yo dijera no. Me costaba la misma vida, por eso mismo asentí y él sonrió triunfante.

"Gracias." Dijo con dificultad, como si estuviera poco acostumbrado a decirlo. "¿Vives en la ciudad?" Asentí, otra vez.

"Mamá me está esperando en el parque." Le informé.

"Pues te acompaño." Acomodó mi bolsa en su hombro y ambos caminamos en silencio. La seriedad seguía haciendo acto de presencia en su rostro y aquello me desconcertó, sólo un poco.

"¿Tú no vives aquí?" Le pregunté una vez el silencio volvió a rodearnos. Él tardo unos instantes en responder.

"No, estoy de visita." Dijo, y con ello, dimos por zanjada la conversación.

Me disponía a preguntarle su nombre cuando él se quedó estático y puso su mano frente a mí, impidiendo que avanzase. Miré al suelo y a pocos centímetros de nosotros había una serpiente de tonalidades amarillas. Tragué con dificultad.

"Quieta, yo me encargo." Susurró y caminó tambaleándose levemente.

"¡No te acerques!" Siseé apretando los puños.

"Shhh, no hagas ruido." Advirtió y siguió caminando.

Oía la respiración del chico desde donde estaba. Fuera como fuese, sabía que si había una serpiente involucrada, aquello no acabaría bien.

Él saltó sobre la serpiente con seguridad y ésta se mantuvo recta, pensé que había muerto. A punto estaba de sonreír aliviada y caminar hacia él, el reptil se encorvó y clavó sus colmillos sobre la blanquecina piel del chico, quien soltó un alarido de dolor. Ahogué un grito de terror entre mis manos. La serpiente reptó a través del camino de grava y se escondió más allá de los árboles.

El rizado se desplomó y se agarró el tobillo mientras lloriqueaba.

"¡Oh no!" Exclamé. "¿Puedes ponerte en pie?" Pregunté asustada.

Él temblaba pero consiguió negar. Resoplé e hice recuento de las opciones que tenía, no podía dejarlo allí sólo.

Lo importante era no perder los nervios, me mantuve en calma.

Me puse de puntillas y comprobé que la ciudad no quedaba tan lejos como pensaba.

Pasé los brazos por las axilas del chico y lo arrastré sendero abajo con toda la fuerza que pude.

De vez en cuando, lo sacudía y comprobaba que no estaba dormido. Sabía que si se dormía, podría pasarle algo muy malo.

Una vez salimos del bosque él gimoteó mientras trataba de hablarme, pero no lo entendí. Pensé que hablaba en otro idioma.
Lo arrastré un poco más hasta que quedamos sentados en el banco que había frente a la heladería de Bonnie.

"¿Sabes dónde está tu casa?" Lo obligué a mirarme y palmeé su cara con mi pequeña mano. Él me miró y soltó un gemido de dolor. "¿O el hotel donde te estás quedando?"

"Mi... madre no está en... No está." Articuló. Aparté el pelo de mi cara torpemente y miré a mi alrededor.

"Voy a pedir ayuda." Le informé y me dispuse a levantarme del banco cuando noté sus dedos fríos alrededor de mi muñeca.

"¿Eres un ángel?" Me preguntó aturdido.

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