Capítulo II: Las Luces en el Cielo son Estrellas

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La tercera jornada de viaje tocaba su fin y ya empezaban a ver como el paisaje cambiaba; las montañas cubiertas por alfombras de pinos y encinas dejaban paso a estepas y bajas montañas de piedra y tierra marrón claro, moteadas de encinas y cedros. Daba la sensación de que allí la noche era más clara y se veían más estrellas que en el cubil Oeste.
La compañía Gwent avanzaba diligente como les habían enseñado: la capitana, el sargento y el tótem avanzaban en el centro, rodeados a la distancia exacta y correcta por las cuatro patrullas con sus respectivos cabos. Una delante de ellos, otra detrás, y dos a cada uno de los flancos. Cada patrulla caminaba ligera, poniendo en práctica una de las máximas de un explorador: observar.
En los tres días de viaje que llevaban habían visto algunas cosas extrañas. Una pequeña aldea que parecía fantasma, como si sus habitantes hubieran huído de allí en un solo instante, sin coger ninguna de sus pertenencias ni detenerse un solo momento. Había cestos de comida en el suelo, animales de granja deambulando sueltos por las cuatro calles, puertas de casas abiertas...

Esa noche la guardia fue de nuevo silenciosa, como las dos noches anteriores. Escondidos en el cobijo de una colina, apartados a una buena distancia del camino. Los cabos repasaban la ruta a seguir entre ellos para después anunciar a los Rutas que al medio día del día siguiente llegarían a un pequeño pueblo, más grande y poblado que la aldea abandonada por la que habían pasado, donde según las informaciones esperaban bastantes campesinos.
De modo que antes de que saliera el sol la compañía Gwent se ponía en marcha, de nuevo a caminar largas horas por los caminos de tierra arenisca bajo el sol del verano ablio.
Sin dejar de avanzar, Garith se movía de una patrulla a otra para comprobar que todo fuera bien y que los Rutas y Cabos hiciesen su trabajo. Se aseguraba de que la formación se seguía, de que se racionaba el agua correctamente, y de que nadie había visto nada extraño.
Avanzaron con normalidad hasta algo más tarde de que el sol estuviera en su cénit, cuando la patrulla que ocupaba la primera posición se detuvo y hizo las señas de parar a toda la compañía. Se encontraban en lo alto de un terraplén, y tras unos instantes recibieron la señal de agacharse, toda la compañía obedeció y enmudeció. Pasados unos minutos un Ruta corrió agachado hasta el capitán. Habló con él y con el sargento unos momentos. Kane y Oren observaban desde la patrulla que se encontraba en el flanco derecho, muy atentos a todo, y pronto se dieron cuenta, al igual que toda su patrulla, y seguro que toda la compañía, de los gritos y el olor a quemado que provenían de abajo del terraplén.
Vieron cómo la capitana fruncía el ceño y Garith negaba con la cabeza. Dieron una orden al Ruta y este regresó a su patrulla inmediatamente. Garith señaló a los tres cabos restantes, que le observaban atentos, y les señaló que acudieran. Así lo hicieron, y se les retransmitió unas órdenes.
Las órdenes que Kane, Oren y su patrulla recibieron fueron las de avanzar en diagonal hacia el final del terraplen, tratando de flanquear el pueblo para descender hasta él sin ser vistos por ninguno de los habitantes; la patrulla del flanco derecho haría exactamente igual, y cuando ambas estuvieran abajo tomarían posiciones alrededor del pueblo, pues este no tenía muralla, ni empalizada alguna, sólo eran casas rodeadas de algunos árboles, con lo cual el avistamiento era fácil. La primera patrulla mantendría su posición en lo alto del terraplén, y la última se dividiría en dos para cubrir por los flancos a las dos que habían descendido.

—Cuando recibamos la señal disparamos a todo lo que no se vista con ropas de Alban mientras los combatientes cuerpo a cuerpo avanzan a por ellos. —Dijo el cabo Hanricht, un hombre de piel curtida, facciones duras y cabello del color de la paja, siempre perfectamente afeitado.
—Pero, señor... ¿a matar? —Preguntó Oren, entre temeroso y extrañado.
—Sí, Grilgor.
—Pero, cabo, señor... Nosotros no hacemos eso, no hemos venido a matar... —Murmuró Dalia, una joven Cachorro que le había quitado las palabras de la boca a Kane.
—Haréis como se os ordene. Que se vea la disciplina y el orgullo de Vestgerne. Ahí abajo hay civiles siendo asesinados. Mujeres y niños. Hemos venido a ayudarles, ¿verdad? –El silencio de la patrulla se tomó como un "sí".— Pues cubrid el avance de vuestros compañeros con vuestras flechas.

Al Otro Lado del MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora