La historia de la chica con la sonrisa rota y el chico de los ojos color mar.

I

Es de noche, pero no hay luna ni estrellas.
Qué oportuno, pienso, una noche tan triste como yo.
Estoy en una azotea, mirando los coches, las luces, la calle.
Me asomo un poco más.
Quiero sentir Madrid de cerca, en lugar de sentirme tan sola.
Tan rota.
Tan sin ti.

Otra noche más perdido por Madrid.
Pero sin ti.
Voy subiendo a la azotea.
La que hace que no me sienta tan vacío.
Observo.
Mi cuerpo se estremece cuando la veo.
Parece tan frágil... Pero le sientan bien las luces de Madrid.
Hace frío en Madrid.
Y ella tiene su pelo color castaño moviéndose con el viento.
¿Qué pensará?
Ya me gustaría saberlo.
Tengo ganas de acercarme.
Ella no me ve, pero
yo la he visto en mis sueños.

Alguien se acerca lentamente por mi espalda.
¿Quién será?
¿Por qué se habrá fijado en mí?
Es un chico rubio de ojos color mar.
Me saluda haciendo que la sangre de mis venas se detenga.
Podría acostumbrarme a escuchar esa voz gimiendo en mi cama todas las noches, dándome los buenos días cada mañana,
cantándome el cumpleaños feliz con voz ronca y desafinada cada año.

No sé porque me estoy acercando a ella.
Pero mi cuerpo se mueve solo.
La saludo como si la conociera de toda la vida.
Y ojalá estuviera toda la vida.
Ella se ruboriza y eso me hace sonreír.
Con la voz temblona me devuelve el saludo.
Y su voz, joder, su voz.
¿Por qué no grabarla para escucharla a todas horas?
O mejor, ¿por qué no tenerla por los pasillos de mi casa?
Por un momento me veo reflejado en ella.
Y me siento más seguro de lo que jamás lo he estado nunca.
Sus ojos verdes, son demasiado misteriosos.
Y eso hace que quiera más y más.
¿Por qué no decirle que en ese segundo ha cambiado mi vida?
¿Por qué no decirle que ella era mi plan A?
Y que por fin lo he encontrado.

Los ojos del chico atraen toda mi atención.
Ya no quiero mirar el bullicio de las calles de Madrid.
Ojalá nunca dejen de mirarme como lo están haciendo.
Como si quisieran quererme cada día,
cuidarme cada noche.
-Pareces triste-dice.
"Lo estoy" pienso.
-No es nada-digo.
-No te creo-contesta, y sonríe.
Ojalá pudiera perderme en esa sonrisa
o mejor aprendérmela de memoria.
Me encojo de hombros y sonrío.
Me ha pillado.
No estoy bien y lo sabe,
aunque lo más sorprendente es que no me importa.
Supongo que necesito que alguien me salve.

Le noté su tristeza.
Y quise preguntarle.
Pero su mirada me rompía.
No la conocía de nada pero lo hice.
La abracé. La abracé como nunca había abrazado a nadie.
Incluso la pude acurrucar en mi pecho.
Me acerqué a su oído. Le susurré.
-Cuando quieras contarme, aquí estoy, me encantaría volver a escuchar tu voz.- le dije.
Y sin más, le puse una sonrisa con dos dedos.
En ese momento me hubiera gustado decirle a los putos cosquilleos de mi barriga que pararan.
Pero dudo que lo hicieran con esa mirada tan intensa.
Así que, solamente permanecí callado.
Intentándome perder en mi curva favorita de su cuerpo.
En su sonrisa.

Sonreí sin quererlo, mientras me perdía en sus brazos.
Sin poder evitarlo comencé a llorar.
Me abrazó más fuerte.
Enterré la cara en su pecho
y seguí llorando.
-Tranquila, pequeña.
"Pequeña".
Qué bien sonaba cuando salía de sus labios.
Mil veces mejor que mi canción favorita.
Cuando conseguí dejar de llorar me separé para mirarle a los ojos,
como si lo necesitara,
como si llevara toda la vida esperándolo.
-Gracias-conseguí decir,
sin dejar de mirarle,
antes de que sus labios hicieran callar a los míos.

Sus ojos llenos de lágrimas me pedían a gritos que la besara.
Y lo hice. Lo hice porque me moría de ganas.
Lo hice porque podría asegurar que era la mejor sensación del mundo.
Le acaricié la espalda mientras la besaba.
Y terminamos nuestro beso entre sonrisas.
Noté que temblaba y le puse mi chaqueta.
Volví a acercarme a su oído.
-No sé quién eres, pero gracias por aparecer-le dije y la volví a besar.
Aunque sabía perfectamente quien era.
La chica de mis sueños.
La chica que me gustaría ver todos los días de mi vida.
La chica.
Mi chica.