Encierro

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La primera vez que la vio fue una noche que volvía tarde después de beber unas copas con Nayeli y Sergio, se mudó hace casi seis meses a aquel edificio, pero no les ha puesto atención a todos los vecinos de su piso, aún cuando son sólo 3, sin embargo, esa noche –cuando apenas tenía una semana allí– sus miradas se cruzaron mientras ella detenía la puerta para que entrara al ascensor.


—¿Qué piso? —preguntó mientras le dirigía una mirada a través del espejo que tapizaba la contracara de las puertas.


—El cuarto—.


—¿Enserio? — asiente con una ligera sonrisa, que vio respondida de igual forma en el reflejo de los espejos. Allí terminó la conversación.


Hace menos de una semana que la obligaron a trabajar desde casa, pero ya está harta de estar encerrada ¡cuanto daría por salir!, aunque solo sea por un helado, ¿quién lo diría? hace un par de semanas hubiera virado los ojos ante esa propuesta que seguramente haría Nayeli. Extraña salir los viernes del periódico, pasar por el departamento de su amiga y esperar a que Sergio pase por ellas para llevarlas a algún bar popular. Y ahora está allí navegando entre las opciones de Rappi, es domingo, no pueden culparla, toda la semana ha cocinado, incluso con su escaso talento culinario logró hacer un menú variado a lo largo de esos días. El interfono suena justo en ese momento, pone pausa al capítulo de la miniserie en Netflix y sale corriendo a contestar.


—¿Sí? —.


—Señorita Carvajal, hay un chico aquí que le trae un encargo—.


—Oh sí, déjelo subir—.


—Señorita, lo lamento, pero las políticas recién adoptadas por la mobiliaria impiden que haya personas ajenas al edificio en los pasillos— el hombre suena realmente apenado, Valentina se muerde el labio inferior mientras barre con la vista el suelo en busca de su par de Converse.


—Entiendo, no lo sabía...— admite avergonzada, no ha salido de su departamento desde el lunes, cuando en la oficina, cómo medida preventiva contra el Coronavirus, le indicaron que harían oficialmente: Home Office —Bajo en un momento— cuelga y sale corriendo a tomar su calzado, qué se encuentra justo debajo del sofá.


Toma las llaves de un tazón que tiene sobre un pequeño mueble justo en la entrada, se mira al espejo e intenta poner en orden su cabello y sale del departamento. Al pasar frente a la puerta señalada con el 5B puede oír My way en la inconfundible de Frank Sinatra, una sonrisa se instala en su rostro, nunca había oído esa canción fuera de la sala de su papá y de pronto regresa el interés que ha venido desarrollando en la inquilina de ese departamento. Conforme han transcurrido los meses se ha topado con su vecina eventualmente, algunas veces en el gimnasio del edificio –ha tenido que darse duchas frías después de verla boxear– y otras ocasiones en el pasillo, pero no han cruzado más que los saludos formales. Justo cuando entra al elevador y al dar vuelta se encuentra con la imagen de la morena que estaba oyendo a Sinatra, revive la escena de su primer encuentro y detiene las puertas hasta que finalmente está dentro.


—¿De salida? — la morena arquea una ceja un tanto confundida por aquella pregunta, Valentina se sonroja.

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