Valentina camina entre las tumbas, la sombra de los cipreses y ficus la protegen del inclemente sol del mediodía. Entre sus manos un ramo precioso combina rosas, dalias y un par de girasoles. Se detiene un segundo a disfrutar la sensación placentera, producto del roce del viento en la piel de su rostro. Aún le falta algunos metros para llegar a su destino y piensa aprovecharlos para prepararse mentalmente para la imagen que la recibirá: una loza de mármol blanca y una lápida con el nombre de una persona que apreció.
Hace un año no hubiera sido prudente aquella caminata, no a menos que hubiera sido completamente necesario. Aún recuerda que el sepelio fue tan extraño, solamente sus papas y su novio además de que no había durado más de tres horas. Ella misma no pudo presentar sus respetos sino hasta un mes después de que su cuerpo encontrará su eterno hogar en aquel cementerio.
Llega al fin al mausoleo. El mármol blanco contrasta con las letras negras que recuerdan que quién yace allí fue una persona muy amada y que dejó atrás personas que le amaron y siempre le recordarán. Sonríe de medio lado y se inclina para dejar el ramo sobre la lápida. Y se queda allí parada, reflexionando en todo lo que sucedió durante aquellos meses de absoluto encierro.
La recuerda, con su sonrisa que mostraba su dentadura perfecta esperando por ella a un metro de su puerta. El reloj marcaba las 7:35 p.m, ella que siempre intentaba ser puntual se había retrasado encontrando la ropa adecuada para la ocasión. Al ver frente a sí a Juliana, sintió que quizá no había hecho trabajo suficiente al contentarse con un par de jeans desgastados, un crop top blanco y su chamarra de cuero. Ella vestía un precioso vestido veraniego de estampado vintage, con un blazer negro y zapatillas de cintas negras. Hizo tiempo suficiente para controlar el repentino nerviosismo que sintió al ser consciente de que iba a tener una cita, o al menos lo más cercano a ello, con la chica que había llamado su atención desde hace meses.
—¿Lista? — la morena le regalo una pequeña sonrisa nerviosa. Con la mano derecha acomodaba un pequeño mechón, que caía sobre su frente, detrás de su oreja.
—¿Llevas mucho esperando? — Juliana no pudo controlar el carmín que se adueñó de sus mejillas, había sido puesta en jaque. Carraspeo suavemente antes de negar con una muy pequeña cabezada.
—Me gusta tu estilo— aquello a Valentina le pareció el cumplido más extraño del mundo, sin embargo, era tan oportuno viniendo de una diseñadora de modas. Supuso que tenía más peso del que generalmente otra persona pudiera darle a esas palabras, así que sonrió avergonzada mientras se detenían frente al ascensor.
La castaña nunca había subido a la azotea del edificio, así que no pudo dejar de sorprenderse cuando se encontró con una terraza perfectamente decorada: muebles de mimbre se esparcían debajo de un tejaban de madera y tejas rojas, enredaderas pintaban de verde las vigas que soportaban el techo, y las pequeñas luces LED blancas remataban la escena.
—No está nada mal ¿no? — cuestiono la morena saliendo del ascensor, Valentina tuvo que tomarse unos segundos para alcanzar a su compañera. Que se encontraba ligeramente agachada contra la mesa de centro. No fue hasta que se puso de pie a un lado de la misma, que fue consciente de la botella de vino y las copas que había sobre el mueble de madera caoba.
—¿Te tocó traer el vino? — cuestionó al tiempo que se acercaba al sitio.
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Encierro
أدب الهواةQuizá después de todo, el encierro no es tan malo y gracias a el sea capaz de al fin dejar de fantasear con su vecina y dar el paso donde los sueños se hacen realidad.