0

44 7 6
                                    

Sentía cada vez más escalofríos mientras el sudor me recorría todo el cuerpo, sentía como algo se deslizaba lentamente más y más mientras yo corría despavorida por toda La Senda. Sentía como dejaba atrás a todos mis amigos y como mi vida se derrumbaba ante aquella amenaza constante que nos perseguía, el miedo.

Llegué a un sitio seguro, a un cobertizo donde pensaba que estaría segura. Eché el cierre con el candado que se situaba a unos metros de la puerta y rápidamente me puse en una esquina acurrucada y de rodillas con temor. Tenía miedo, sí, lo afirmo, pero eso no significaba que por ello iba a bajar la guardia. Pensaba en mis amigos, que les habría podido ocurrir, pensé que estarían muertos ya que no sabíamos salir de aquel maldito puto laberinto, pensé en todo lo que podía pensar y en todo lo que podía pasar en ese momento. Recuerdo la situación de temor que tuve en aquel puente y como mis amigos y yo nos separamos en aquel instante.

Cuando me quise dar cuenta, vi una lámpara de metal vieja y oxidada entre las cajas de cartón sucias y malolientes que había en aquel cobertizo. Por suerte, tenía un enchufe, pero lo que por mi suerte era de esperar, no funcionaba, seguramente llevara allí hace años o incluso siglos. Intenté de todas las maneras y de todas formas posibles intentar enchufar aquella lámpara. No quería mas oscuridad, no quería mas miedo en mi cuerpo. En aquel cobertizo no se veía una mierda y mi única salvación era una lámpara.

Me acerqué a mi mochila que estaba enfrente de la puerta, cuando la dejé y la solté mientras cerraba la puerta con el candado. La abrí para ver que podía ver o utilizar para alumbrar aunque fuera la puerta o intentar alumbrar el bosque profundo y deshabitado. Pero ahí es cuando caí que la lámpara me iba a servir para algo más, para alertar a mis amigos de mi peligro y traerlos hacia la luz, ¡lo tenía!

Por suerte, tenía un mechero, lo que no tenía era una vela o un objeto que sirviera para alertar. Sin querer, dejé el mechero encendido con el botón de automático apretado, sin darme cuenta lo dejé en el suelo para buscar algo con que encenderlo y cuando me quise dar cuenta, las cajas que había visto antes estaban prendidas en llamas. Todo el cobertizo se estaba quemando. Rápidamente cogí mi mochila y sin cerrarla ni nada, ya que en ese momento no estaba como para estar dándome cuenta de todo lo que estaba pasando en ese momento, me dirigí hacia la puerta más cercana, ya que había dos. Me dirigí hacia la puerta que había cerrado con candado, lo malo era que no podía abrirla. El candado se cerraba, sí, pero lo que no podía hacer era abrirlo, ya que las llaves podían estar en cualquier sitio. En ese momento es cuando el miedo me comió. Intenté hacer todo tipo de cosas como romper una ventana, que era la única que había en aquel cobertizo, pero cuando me quise dar cuenta, la ventana tenía detrás unas maderas incrustadas para que nadie pudiese entrar, pero tampoco salir.

Cada vez el fuego se hacía más y más vivo, las cajas estaban descompuestas por el fuego y la madera del cobertizo y toda su estructura ardía en llamas. Volví a intentar salir de otra forma, por la puerta de atrás, la puerta trasera del cobertizo, pero claro, daba a una habitación minúscula donde se veía que guardaban herramientas y rastrillos para su trabajo. En ese momento me di cuenta de que con las herramientas de aquella sala podía salir por la puerta principal rompiendo el candado.

Rápidamente cogí las cizallas o cualquier instrumento que me sirviera en aquel caso e intenté salir por la puerta principal lográndolo.

Cuando salí de aquel cobertizo, vi a lo lejos una luz como de un mechero moviéndose y alzándose de lado a lado como si de uno de mis amigos se tratase.

—¡Chicos estoy aquí, venid rápido por favor me ahogo!— Dije yo mientras me cubría con un paño que había encontrado en la habitación minúscula.

En ese momento no caí en que aquel cobertizo iba a acabar con mi vida. Sin yo darme cuenta y sin caer en ese momento, les había atraído. No a mis amigos, sino a los otros...

—Em, ¿chicos?— Pregunté alarmada —Decidme que sois vosotros, por favor—

Cuando me quise dar cuenta, mi respiración se agitaba por momentos. Era cada vez más rápida y pesada. Sentía como me ahogaba lentamente, mientras aquello se acercaba lentamente hacia mi.

Me tranquilicé cuando vi que era una niña pequeña que necesitaba mi ayuda, por eso se había acercado a mi.

—Hola pequeña, me has dado un susto de muerte, ¿te has perdido?— Le pregunté algo asustada aunque fuera una simple niña perdida en el bosque —¿Quieres que te de agua o algo que necesites? ¿Estás bien?— Seguía preguntándole sin parar para que por lo menos dijera una simple palabra.

—No deberías haber venido a este bosque ni a esta ciudad, no eres bienvenida aquí— Me dijo muy enfadada.

La niña vestía con un paño blanco, pelo rubio largo y sujeta a su peluche de oso sujeto a una mano, el cual llevaba arrastrando, y a su otra mano llevaba sujeto el encendedor que vi a lo lejos.

Un crujido sonó a mis espaldas, me giré del susto ya que pensaba que era una persona y cuando me quise dar cuenta era una ardilla correteando por aquel bosque pisoteando las ramillas pequeñas caídas de los árboles. Cuando me quise dar cuenta la niña desapareció completamente habiendo dejado así su oso en el suelo.

—¡Niña, te has dejado el oso tirado en el suelo!— Grité para que me alcanzará a oírme.

La ardilla me empezó a subir por todo el cuerpo, recorriendolo así primero colándose por mis piernas y después saliendo al exterior y rodeándome por todo el torso. En ese momento, vi a la ardilla de cerca dándome cuenta de que no tenía piel. Estaba formada y rodeada por su propio esqueleto. Lo único que tenía piel era su cabeza. En ese momento tiré la ardilla y la estampé contra el suelo vomitando tras ver lo que vi en aquel momento. Me tiré vomitando cinco o diez minutos sin parar.

—Os mataré uno a uno, primero a ti y después al grupito de tus amigos—Me susurró una voz espeluznante en el oído, mientras yo vomitaba.

—¡¿Quién ha dicho eso?!— Grité mientras intentaba ver quien me había susurrado al oído ya que no veía a nadie.

En ese momento, por mi cuerpo corrían unos temblores que hacían que me paralizara entera, los hacía llamar escalofríos.

—¡Hasta siempre!— Me volvió a susurrar la voz espeluznante.

En ese mismo momento, la niña se me apareció delante mía, en este caso cubierta entera de un manton blanco sin poder ver su rostro sujetando en una de sus manos un cuchillo el cual me hincó dentro de mi torso, justo en el corazón. En ese mismo momento no pude ni gritar de dolor. Caí al suelo y morí instantáneamente.

La niña se marchó lentamente con el cuchillo en la mano, comiéndose la cabeza de la ardilla segundos después y por último cogió su oso de peluche y se marchó arrastrándolo por el suelo. Minutos después se desvaneció en el aire.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 18, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

ESCALOFRÍOS | MUY PRONTO DISPONIBLE...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora