CAPÍTULO I: "El profesor y su libro"

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Llegaba tarde. No era novedad, los profesores sabían lo tardona que era en vacaciones. A veces el tiempo no era suficiente, pero no me arrepentía de nada, siempre tenía en que ocupar la mente. Esa mañana tuve que ir corriendo, aún recuerdo a mamá gritándome para que llevara el paragua que tenía de florero en mi cuarto. No lo pensé dos veces, salí de la casa con la mochila en la mano y una manzana en la otra. No sé cuánto habrá requintado ella después que me vio alejarme desde el balcón, pero sé que algo de gracia le habré causado.

Caminé por la calle de los viernes, mirando mí alrededor con sorpresa e intriga. Nunca se sabe a quienes se puede encontrar con los mismos cuadernos y los mismos problemas. Más aun con el tercer año de universidad encima, que entre los va y viene de mi vida el hecho de estudiar Literatura había sido lo más sorpresivo que me toco vivir. Leía un libro tras otro, quien diría lo pesado que resultaba hacer un análisis literario con la guía lírica y Marco haciendo bromas.

Mantuve la marcha hasta la academia de música, llevaba puesto el vestido floreado que la abuela había cosido semanas antes como regalo de cumpleaños y mi sacón favorito, el rojo con encaje.

A una distancia prudente vi al profesor que me esperaba en la puerta, siempre con el ceño fruncido y unos lentes que se le caían de la cara.

- Llegas tarde – me dijo plantado entre la puerta y el cuarto de música. Lo más caótico fue ver a mis compañeros jalar sus cuellos para verme entre los orificios de la puerta entre abierta.

- Da Vinci tardó años en sus pinturas ¿Por qué yo no? El arte requiere de tiempo, profesor. Yo sigo mis modelos históricos – me miró y sonrió levemente.

- Pasa, eres imposible – se hizo a un lado en tanto yo le daba unas palmaditas en la espalda.

- Tranquilo profesor, es muy tarde para que se quede sin pianista.

Al entrar, colgué el saco en el perchero y dejé mi mochila en uno de los estantes.

- Tus partituras –gritó desde el otro lado de la habitación – antes que guardes la mochila.

- Tenga fe en que alguno de estos días seré menos despistada.

- Siéntate y has el acompañamiento de la 2b.

- A la orden, capitán – saqué las partituras y corrí al piano.

El grupo afinó los instrumentos mientras yo, sin reparo alguno, trataba de tocar el piano con la nariz, el cuarto se lleno de risas. Escuche al profesor detrás de mí, siempre con sus zapatos de taco que hacían resonar la loza.

- ¿Se imagina un pianista que toque con la nariz y las manos? – entonces voltee a verlo. Él se limitó a mirarme.

A comparación de todas las veces que hacía alguna payasada en clases, esa fue la primera vez que noté algo diferente en el profesor, al menos en la forma de quedarse viéndome. Era una sensación completamente extraña y que me puso los pelos de punta.

- 2b. Disculpe.

Mis compañeros se quedaron en silencio, más que por estar en problemas, por el hecho de no salirme con la mía y la verdad era que no quería tratar con nadie, no después de imaginarme el peor de los escenarios.

Los trombones empezaron a soñar y eso significaba que el piano hacía su espectacular entrada. En ese momento, mientras mis dedos se guiaban de la costumbre y la práctica, mis pensamientos volaron de las partituras y recordé la vez que llegué temprano a clases.

Como nunca fui la primera que tocó la puerta. El profesor salió y me miró de pies a cabeza, era como ver a un extraterrestre con lentes y eso me causó gracia.

La chica que dio vuelta a la esquinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora