La última residencial de la cuadra era un gran bloque enrejado con capota en las paredes y un piso menos liso que el de la acera. Esto resultó de gran beneficio para mis balerinas, que sin importar cuánto me esforzara, se escurrían de un lugar a otro haciéndome caminar de un modo gracioso. Voltee la esquina y me sostuve de las barras metálicas antes que pudiera resbalarme. Era lo único que me faltaba para culminar el espectáculo de la tarde. Miré mi alrededor y seguía sin percibir cada quien pasará cerca, solo escuché unas pisadas a lo lejos.
Me aferré a las barandas, cuando sin pensarlo, las pisadas se hicieron tan fuertes que sentía mi cabeza explotar y no opte por otra inteligente idea que cerrar los ojos. Mi reacción fue inmediata, choqué con alguien. Caí al suelo y termine por mojar la parte trasera del vestido.
Traté de incorporarme a ciegas, los lentes volaron lejos de mi cara y la mochila debía estar tirada en alguna parte, tanteaba con mis dedos hasta que sentí un brazo diferente al mío.
- Disculpe – dije al ver que la sombra cobraba forma – No puedo ver mucho sin mis lentes.
- Ya veo.
El desconocido, pues eso delataba la grosura de su voz, cogió mi mano izquierda para que pudiera recostarme en un muro cerca. Tiempo después, apareció nuevamente con mis lentes en sus manos. Los limpió e intentó ponérmelos.
- Déjelo – lo detuve – no soy tan inútil como parece.
Arreglé mi cabello que estaba pegado por toda la cara y sobé mis ojos antes de volverme a la realidad y ver el rostro del que, había sido un hombre muy amable.
Me incorporé y entonces lo vi, con su cabello todo mojado que caía en ondas y sus ojos claros. Una cadena que le salía de la camisa empapada. Era un sueño de hombre, un modelo de portada, el príncipe de los cuentos que mi abuelo solía contarme cuando apenas podría alcanzar la alacena. Parpadee tantas veces y aun la imagen seguía en el mismo lugar, quería reír, morir a carcajadas. Tenía que verme, saber que mi sonrisa era la más atractiva de la cuadra y que mis ojos de caramelo se perdían en el negro de su cabello, quería que caminara conmigo lo que faltaba del camino y no importaba si después de eso agarraba un catarro, su perfil en la noche era mejor que ver a Robert Reffort en The way we were, simplemente perfecto.
Debí estar más de un minuto embobada cuando me percaté de mi impertinencia y mi falta de criterio. Recapacité y deje de mirarlo, recogí mi mochila y me dispuse a volver por mi ruta habitual, cuando sentí su mano en mi brazo.
- Espera, déjame ayudarte, ¿puedo acompañarte a tu casa? Después de todo, tuviste una caída muy fuerte.
- Eso no sería conveniente. No hablo con extraños. Le agradezco su compresión, pero prefiero irme por donde vine.
- No soy una mala persona, si eso te incomoda, soy estudiante de medicina.
- No es necesario que se presente, esto ha sido un grave. Deje que me vaya y usted, solo continúe su camino.
- ¿Acostumbras ser siempre tan testaruda?
- ¿Y usted tan galante? Créame que su caballerosidad no causará la más mínima consideración, no lo conozco y si le molesta mi autodefensa, sería mejor que cada uno olvide este bochornoso episodio.
- Lamento que mi presencia te ponga de mal humor.
- Es la lluvia – lo miré y me di cuenta de lo antipática que estaba – Usted no tiene la culpa, acabo de hacer el ridículo frente a un estudiante de medicina y tengo el vestido sucio por la basta.
- Parece ser más tratable cuando estás sin tus lentes.
- Entonces no debió habérmelos dado, es un defecto del que pudo aprovecharse si bien quería verme feliz – era inevitable, cada que hacía este tipo de comentarios tenía que terminar con un sonrisa y es que me enterneció ver cuánto le agradó mi reacción.
- Puedes dármelos hasta que lleguemos a tu casa.
Me emocioné, lo admito. Esperaba que lo hiciera, tenía tanta curiosidad en saber de él y con qué motivo venía caminado en plena lluvia. Pero al verlo y recordar lo que verdaderamente era importante para mí terminé con los ojos melancólicos. No, no podía ilusionarme.
- Es hora de irme y nuevamente, gracias por su ayuda.
Di media vuelta y traté de ignorar su voz. Mantuve la mirada fija en frente. Sabía que si continuaba hablando con él se haría más evidente mi gusto por su agradable personalidad y quedaría en peligro nuevamente. Tenía que pensar en la universidad, la iglesia y mi deseo de independencia, enamorarme solo complicaría las cosas. Sea cual haya sido el motivo de su preocupación no podía quedarme parada sin hacer nada.
- Por lo menos dime tu nombre – gritó el desconocido.
No respondí, solo voltee a verle por última vez y corrí cuanto me dejaron las balerinas. Mantuve la ruta sin detenerme a pensar si lo que había hecho era propio de una joven bien educada y solo llegué a la conclusión que cada cierto tiempo una comete errores de inmadurez. Resulta gracioso ¿verdad? Correr por el asfalto y venir a resbalarse en la acera. Hubiera sido mejor venirme desde un inicio por la pista y ahorrarme el espectáculo, pero sea cual sea la razón de ese ligero detalle, conocí al príncipe Reginaldo.
Sin darme cuenta, porque lo único que podía era correr y pensar, ya estaba en casa, toqué la puerta tan fuerte que mi madre salió despavorida con un paragua en la mano.
- Louisa – me echó un vistazo.
- Mamá.
- Que haces ahí, pasa – entré, me quité el sacón y lo deje en el perchero.
- Mamá.
- ¿Qué pasa cariño? Estas temblando.
- Hacía frío.
- ¿Viniste corriendo? Estas agitada. Pudiste tomar un taxi.
- Dejé el dinero en la caja.
- Louisa María - me miró enojada - ya te he dicho que tienes 20 años, no trece. No llevas el paragua y ahora - tocó mi frente - tienes fiebre muchacha. ¿Qué voy a hacer contigo?
- Amarme, alimentarme y no dejarme, mamá.
- Créeme que es más difícil cada año.
- Bueno, bueno. Tengo hambre.
- Que novedad - me jaló un mechón de pelo - ve a tu cuarto, báñate, cámbiate y baja para cenar.
- Clarines, ma.
- ¿Qué es eso de clarines?
- Una jerga - le dije mientras subía las escaleras - no te preocupes, no lo diré enfrente de tus amigas.
- Se que lo harás. Eres una payasa.
- Es bueno que lo sepas. Te quiero.
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La chica que dio vuelta a la esquina
Fiksi RemajaLouisa si apenas tiene pensado casarse cuando todos en la universidad no tienen mayor cabeza que presentar los ensayos y el análisis en la clase de Lola antes que la semana termine, cuando Anna no la deja con la idea de salir con Ricardo. Lo mismo...