Por primera vez las escaleras me parecieron eternas, y prefería que fuese así. Pensar y guardarme todo lo que experimenté en una noche. Mirar un punto fijo mientras mi mente volaba entre una cera, arbustos y luces. Bajé la cabeza y noté lo chorreado que tenía el piso por lo lento de mis movimientos. Pronto volverían los estornudos, ya no había adrenalina en mi sangre para ocupar en algo estos cambios. Así que apresuré mis pasos.
- Hermanita, los carnavales ya pasaron, deberías actualizarte – dijo Will recostado en el marco de mi cuarto.
- Y tú ¿No piensas visitar una peluquería?
- Es moda. Pero no te preocupes, que tú las tienes más negras.
- Lo dices por mamá, ni lo menciones en la mesa, que vengo rogando que no se acuerde lo del paraguas.
- ¿Paraguas? – levanté la mirada y él entendió perfectamente. Le siguió una risa que acabó en asma – Tú eres una terca – dijo tosiendo – Esa mujer jamás se equivoca con el clima o los partidos de fútbol.
- No siempre vas ganar dinero a costa de ella. Y no es ser terca, se trata de comodidad.
- Y de llegar mojada y con... - tocó mi frente – fiebre. Anda báñate y abrígate.
- Tú no me dejas.
- No te estoy agarrando ¿o sí?
- Chistoso. Ayuda a poner la mesa.
- ¡Yo! La mujer eres tú – y esta vez si me agarró por la cintura con fuerza.
- ¿Y eso que tiene que ver? Váyase – lo fulmine con la mirada y me hice paso entre su agarre. Will, aunque fue más alto que yo y en ciertas ocasiones, maduro, seguía siendo un niño. Cada que llegaba a casa solía darme un abrazo y alzarme, según él para medir su fuerza, pero creo que entre todas sus supuestas excusas, la verdad era mucho más compleja.
Terminó por soltarme una vez que mamá lo llamó para que le ayudara con la cena, y yo me encerré en mi cuarto por si las moscas se le ocurra volver. Me quité todo lo que tenía puesto y antes de ducharme me paré frente al espejo para ver cuánto había cambiado mi cuerpo del verano pasado. Mi cintura estaba tan pequeña que me parecía ver otro cuerpo menos el mío. Mis hombros, los brazos, inclusive mis senos parecían otros. Cada vez que me veía mi expresión era de melancolía porque no sabía quién era la que paseaba por mi cuarto, ni la que usaba la ropa del armario. Me preguntaba y me pregunto ¿Uno sigue siendo el mismo después de sentirse fuera se sí? Porque la verdad es que todo cambia, te ven diferente y te creen diferente. Los piropos llegan unos tras otros y voltean a mirarte, esperan que también voltees y que les sonrías. Sin querer te vuelves lo que todos imaginan y terminamos en los arquetipos: la guapa, la sabionda, la fea, y tantas denominaciones que nos ponen. Y eso era exactamente lo no quería ser. Un arquetipo inútil y quebrado. Cuando lo pienso, cuando me siento perdida, solo tenía que sonreír frente a ese espejo y recordar que todo es un proceso, yo lo era y quería sentir lo mismo que una mariposa, desprenderme lenta de mi capullo.
Me di un duchazo rápido y bajé pronto para cenar. Me senté en la silla de siempre y cuando pregunte por los abuelos, la puerta se abrió y eso solo significaba una cosa.
- Y usted, no se supone que trabaja – le dije a papá recibiendo su maletín.
- Se supone. Salí temprano – me dio un beso en la mejilla y se quitó el saco para dejarlo en el perchero - ¿Tu madre?
- En la cocina, dice que más te vale haber traído el pan.
- Cierto, lo olvidé.
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La chica que dio vuelta a la esquina
Teen FictionLouisa si apenas tiene pensado casarse cuando todos en la universidad no tienen mayor cabeza que presentar los ensayos y el análisis en la clase de Lola antes que la semana termine, cuando Anna no la deja con la idea de salir con Ricardo. Lo mismo...