2: Las leyendas

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Sus ojos estaban clavados tras el cristal de la ventana. Para no despertar a su tío había abierto parcialmente la ventana, cosa que hacía que solo Matthew quedara iluminado. Por primera vez, no había podido dormir. Él, que podía dormir en cualquier parte, no pudo dormir. Su mente, su cuerpo, todo él pensaba en lo que le había pasado cuando había salido, sin darse cuenta, de la ciudad donde se encontraban él y su tío. Su cuerpo hundiéndose bajo la tierra, sin ser esta un barro, sino que era sólida que se convertía en barro para hacer que se hundiera. Buscando más tarde evidencias de dónde había estado, no había encontrado un solo rastro del lugar donde se había tumbado y casi muere bajo largas raíces que le hundían en la tierra. Recuerdos, también, de como un joven con tres lunares en una mejilla y cabellos dorados le gritaba que no durmiera y le ponía el sombrero en la cara para que no le viera. Todo se antojaba demasiado extraño para el joven de orbes chocolate. “¿Quién era?” se preguntó mientras se miraba las manos como si estas fueran a responder. Volvió su mirada hacia el exterior y cerró la persiana, quedando la sala en la completa oscuridad. “No entiendo nada. ¿Lo que me pasó fue real? ¿No fue un sueño?” se preguntó mientras se sentaba en su cama y, posteriormente se tumbaba. Se quedó mirando las lucecitas que bailaban a sus ojos a causa del tiempo expuesto a la luz y ahora la oscuridad y esperó a que desaparecieran. Alzó una mano viendo como la sombra de esta se formaba ante él. Cuando las luces dejaron de bailar a sus ojos, cerró estos y se giró quedándo bocabajo.

—No ha sido un sueño. Lo sé —se dijo a si mismo mientras levantaba levemente la cabeza y buscaba la almohada. “De haber sido un sueño, ya me habría despertado. Pero no recuerdo haberlo echo. Recuerdo que desperté cuando él me gritó que no durmiera”. La mente del joven moreno no dejaba de trabajar. “¿Qué hubiera pasado si de verdad me hubiera dormido?” se preguntó a si mismo mientras apretaba la tela de la almohada.

Escuchó ruidos a su lado y se quedó quieto donde estaba. No quería que su tío le preguntara que pasa. No tenía mente para pensar en una buena escusa y antes de soltar toda la verdad, prefería morderse la lengua. Su tío bostezó ruidosamente y escuchó como las sábanas crujían bajo su peso. El hombre se sentó en la cama mientras miraba a su sobrino y suspiró.

—¿Cómo puede ser un chiquillo de su edad tan dormilón? —preguntó en alto, sabiendo que su sobrino estaría dormido, aunque esta vez no fuera así. Matt se mordió un poco el labio para no contestarle inmediatamente y apretó la cara contra la almohada. —Menos mal que la señora de la casa conoce los hábitos durmientes del crio, sino tendría que despertarle... y eso es duro —añadió mientras se ponía los pantalones. Se acercó un poco a su sobrino y le revolvió el pelo formando una pequeña sonrisa —crio del demonio. A ver si hoy ayudamos un poco, que siempre te escaqueas cuando más te necesitan —añadió con un tono de broma, pensando que el menor seguiría sin escucharle. Matty, por su parte, solo atinó a notar como las mejillas se le enrojecían y como una sonrisa se le dibujaba en el rostro. A pesar de ponerse verdes el uno al otro, se querían lo suficiente como para preocuparse por el otro.

Cuando la puerta se cerró tras el mayor, Matty se giró y miró hacia el techo de nuevo. Necesitaba soltar todo lo que sentía en ese momento, pero lo único que llegó a hacer fue abrazar su almohada con fuerza y cerró los ojos. “Necesito dormir un poco” se dijo a si mismo “tengo que ir a ayudar al viejo con las tareas antes de volver a casa”.

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Las luces eran anaranjadas. Sus ojos apenas se entrecerraban mientras le daba la luz de cara. Levantó una mano para tapárselos y miró un poco a su alrededor. El olor a flores era agradable, estaba rodeado de ellas. Unas bellas criaturas se acercaban a él como incitándole a bailar infinitamente, tendiéndole la mano para que las acompañara. Las manos de estas criaturas no eran más grandes que su dedo pulgar, y su cuerpo no más largo que su antebrazo. Unos pétalos de flor adornaban su espalda como si fueran largas capas, cada una de esas criaturas con capas de un color, y un vestido echo con hojas de flores. Los ojos de estas criaturas eran de un color rosado completamente, sin parte blanca, de forma almendrada. Sus movimientos gráciles y bellos, aunque por su pequeña estatura, parecían pequeñas muñecas más que otra cosa. Parecía como si en cualquier momento se fueran a romper.

The soul of AleriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora