1. Nick: La llegada

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Siempre me ha gustado el otoño, de niño disfrutaba jugando con las hojas que caían de los árboles, me encantaba ponerme mi chubasquero, mis botas de agua, coger mi paraguas y saltar en los charcos que se formaban tras largos días de lluvia. Un día de otoño fue cuando le vi por primera vez. Después de que mis padres fallecieran en un accidente de coche, el pasado mes de Junio, mi tío, mi único familiar, decidió que no iba a hacerse cargo de mi y que meterme en un internado iba a ser lo mejor.

Allí estaba yo lejos de mi casa y mis amigos, en frente de la puerta del internado donde pasaría los próximos dos años de mi vida. El edificio era muy viejo, parecía sacado de una película de terror. Al atravesar las imponentes puertas de madera me encontré con el director del internado.

—¡Buenos días señorito Martínez! — me dijo el director con un tono amable — espero que haya tenido un buen viaje hasta aquí, acompáñeme, voy a enseñarle las instalaciones y su habitación.

Todo el internado tenía un aspecto muy descuidado, dudaba que hubieran hecho reformas en los últimos ¿3 siglos? me guió por unos pasillos laberínticos hasta llevarme a mi habitación. Cuando mi tio me dijo que me iría a un internado fantaseé por un momento con un lugar mágico como Hogwarts, un gran castillo con torres y almenas imponentes, para mi desilusión me encontré con un cuchitril a punto de derrumbarse. 

—Ya hemos llegado — sacándome de mi ensoñación el director me señaló una puerta, cogió una llave y la abrió, acto seguido me dio la llave, se despidió y me dejó allí solo. Estaba en frente de una pequeña habitación con una litera y dos pequeños escritorios. En la litera de arriba había un bulto y toda una parte de la habitación estaba llena de un montón de libros y posters de grupos de música. 

Entré en la habitación con mucho cuidado sin querer despertar a mi compañero de habitación y dejé mi mochila encima de mi cama. Acto seguido me fui al baño a darme una ducha. Había acumulado mucha rabia desde que mi tio me había dejado en la puerta de aquella pequeña cárcel y necesitaba desahogarme donde nadie pudiera verme. Abrí el grifo de la ducha poniendo el agua a la temperatura más caliente posible, la dejé correr unos minutos y cuando entré dejé que el agua caliente me quemara la piel mientras las lágrimas que llevaba toda la mañana aguantándome caían por mis mejillas. 

Al salir del baño ahí estaba mi compañero de habitación. Estaba de pie junto a mis cosas, mirando los libros que había dejado encima de la cama. Era un chico alto, delgado, de tez rosada, tenía el pelo corto y rubio acabado en punta, pómulos altos, nariz respingona, labios gruesos y lo que más me llamó la atención fue un tatuaje enorme que le ocupaba todo el lateral del cuello.

— ¿Harry Potter? Eso es una frikada. — se giró y se quedó mirándome  — Me llamo Hugo. — me había quedado paralizado, no sabía que decir, seguía mirándome cada vez más exasperado. — ¿Y tu eres?

— Nick, me... llamo Nick — dije con timidez. Asintió con aburrimiento y dejó de prestarme atención, dejó mi libro y se fue de la habitación. 

Como no sabía que hacer ni a donde ir me quedé tumbado en mi cama leyendo a Harry Potter toda la tarde. Unas horas mas tarde apareció Hugo. Al verme soltó una carcajada.

—¿Llevas toda la tarde ahí tumbado leyendo? ¿No te aburres? — me soltó entre risas.

—¿Por qué iba a aburrirme?— le dije con tono de curiosidad.

—Es un coñazo, yo ya tengo bastante con lo que nos mandan leer en clase como para leer sin obligación.

—Eso lo dices porque nunca ha conseguido engancharte un libro — dije levantándome de la cama  — Es como ver una película solo que tienes que imaginarte las imágenes y si consigues sumergirte en la historia...

—Lo que decía, un coñazo — me interrumpió — Anda, ven conmigo, es la hora de cenar.

Las marcas del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora