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Arvid y yo corrimos despavoridos, sin observar el área y sin tener en cuenta al peligro en que nos ibamos a meter, hacia la puerta principal de mi casa. Era como correr con un rumbo fijo pero inseguro y con la vista apuntando hacia un lugar específico del objetivo, lo que sucedía alrededor del área de mi casa era completamente ajeno a nosotros; por un momento sentí que estábamos solos en ese espacio-tiempo, atravesando una pequeña porción de mi terreno con una velocidad que se asemejaba a la exagerada lentitud de las películas de terror. Toda ficción se había consumido en la mismísima realidad que galopaba incesante en mi corazón.

Hasta que nos detuvimos frente a la puerta y caímos en la realidad que nos golpeaba en la cara como un viento frío invernal. Nos observamos con un brillo desesperado en nuestros ojos, porque cualquier otra sensación de miedo coincidía con la desesperanza que irradiabamos, y, cuando introduje mis llaves con torpeza, él me detuvo sujetando mi muñeca.

—Deberíamos llamar a la policía— claudicó con la voz temblorosa. —No es seguro. Quizá tu madre está en problemas y nosotros no contamos con los recursos necesarios para defenderla de aquello que la está atacando.

Tuve en cuenta su alerta y lo replanteé una cantidad incontable e imposible de veces, en tan solo pocos segundos había llegado a miles de teorías. Sin embargo, recordé que los comportamientos erráticos de mi madre en mi casa se debían a que no estaba mi presencia allí para contenerla y que, evidentemente, estaba fuera del alcance de sus medicinas. Era algo tan simple como peligroso y que era un importante detalle que se me había escapado.

Su salud mental pendía de un hilo y yo era la única responsable de aquel desvariamiento. Una sensación de impotencia me embargó profundamente que me aceleró las revoluciones de mi corazón hasta el punto de sentirlo impactar de lleno contra mi pecho. De repente, sentía que tenía todo el peso del mundo encima de mis hombros y que si apenas podía cuidar de mi madre enferma, apenas podría con mi propia vida.

—Yo soy el recurso necesario, Arvid. Debemos ingresar ya mismo— él me soltó sin más preámbulos y atravesamos la entrada sin mayor esfuerzo.

En primer lugar, revisamos la reducida sala, que se hallaba sumida en una profunda oscuridad que sería capaz de provocar escalofríos hasta al más fuerte e insensible, y no encontramos indicios del paradero de mi madre ni del posible atacante que Arvid mencionaba convencido de su existencia. Todo se hallaba en su lugar, los muebles de decoración y de esparcimiento, los cuadros estaban milítricamente correctos en su lugar e inclusive no había indicios de forcejeo ni nada que se le asemejase. Parecía todo sacado de una realidad alterna hasta que nos acercamos al pasillo que conectaba las habitaciones, el baño y la cocina que, a simple vista y observando apenas a través del corredor sin hacer mucho ruido, una luz radiante contrastaba la fría oscuridad de las demás puertas cerradas y que provenía directamente de la cocina.

Seguidamente, le dediqué una mirada de preocupación a Arvid y procedí a atravesar el pasillo hasta llegar al halo de luz de la primera puerta, que se encontraba abierta de par en par como invitándome a husmear dentro de su extensión de pocos cuadrados de cerámica. A medida que avanzaba mis pasos por el corredor y me adentraba en la oscuridad, un llanto femenino apenas audible se hace más presente en el ambiente y, ante esto, un extraño estímulo eléctrico recorre a gran velocidad mi columna vertebral hasta desencadenarse en las extensiones de mi cuerpo.

Un sobresalto desfavorable me abrume en toda mi existencia cuando siento la mano de Arvid aferrarse a mi antebrazo.

—¿Estás segura de esto, Eloise?— asentí cada vez más convencida de lo que estaba a punto de hacer. —Entonces déjame ir a mí primero.

Intercambiamos posiciones en nuestra caminata cautelosa hacia la cocina y ahora él tomaba el mando en el asunto. Si bien me resultaba bastante heroico, sabía que por dentro él estaba abrumado por el miedo al igual que yo. Aún así, apreciaba su valentía en este momento. Con sumo cuidado, Arvid se asoma por el marco de la puerta para observar el interior y un grito agudo y desgarrador se escapa de la cocina, seguido de un llanto histérico que nos heló la sangre a ambos. Él me observó inflando y deshinchando su pecho con una velocidad irregular que me daba la pauta que su respiración estaba bastante alterada y, más preocupada de lo que ya estaba, me acerqué a él y me interpuse entre lo que estaba viendo y lo que en realidad sucedía en mi imposibilidad de indagar.

Lady Forge (Tobias Forge)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora