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CINCO !
el intercambio
LOS OJOS DE ZOYA SE ABREN DE GOLPE. Todos los músculos le duelen. Ella gime, tratando de no moverse demasiado. Hay un ruido sordo y leve que suena como engranajes en movimiento. Un chirrido proviene de todo a su alrededor, y poco a poco, los recuerdos vuelven a aparecer, junto con una ola de dolor que tiembla en cada esquina de su cuerpo.
Esa pesadilla.
Estar encadenada a la nave.
Malditos Jawas.
Una vara eléctrica.
Ella entrecierra los ojos en la oscuridad, incapaz de ver mucho hasta que se enciende una lámpara, una pequeña llama danzante que de alguna manera logra iluminar todo el espacio. Filas de capuchas se paran frente a ella, iluminadas por el pequeño pinchazo de fuego.
"¿Dónde esta él?" ella gime, todavía medio dormida, tratando de levantarse sobre sus codos. Uno responde en su idioma, pero Zoya no puede entenderles. Cuando se dan cuenta de esto, estallan en una risa desagradable y tortuosa que irrita sus oídos. "¿Dónde diablos estoy?" ella se rompe, la ira hirviendo en su pecho. "¿Qué esta pasando?"
Explotan en otro ataque de risitas parecidos a gremlins, charlando entre sí, sin duda burlándose de ella por no comprender su idioma. Su temperamento comienza a resquebrajarse, y algo al rojo vivo hace espuma ante su boca, y Zoya tiene que apretar los dientes para evitar decir algo de lo que se arrepentirá, recordándose a sí misma que técnicamente es su prisionera, y que podrían hacer lo que quisieran con ella si los ofende.
Se muerde la lengua nuevamente cuando uno pincha su pierna con el extremo de una de sus varas eléctricas. Afortunadamente, esta vez no hay electricidad azul en la punta.
Zoya intenta moverse nuevamente pero se da cuenta de que está presa. Cadenas pesadas enganchan sus tobillos y sus manos están esposadas, pero no con las mismas que el Mandaloriano le había puesto. Son de metal grueso e impenetrable, y tiran de su piel como si fueran seres vivos, arrastrándola hacia el piso. La familiaridad de la situación envuelve una mano sofocante en su boca, y ella trata de relajarse, diciéndose a sí misma que solo son Jawas, solo pequeñas criaturas inofensivas que no harían nada, no los guardias de la prisión con sus ávidas manos o compañeros de celda con destellos enloquecidos en sus ojos.
Tragando su orgullo, dice, con voz ronca y ahogada. "Por favor—por favor, solo déjenme—déjenme ir, yo, yo no, no sé donde, yo no—" Zoya se corta y toma respiraciones estremecedoras que golpean contra sus costillas como si sus huesos se estuvieran soltando.
Los Jawas no se ríen esta vez, como si pudieran sentir que algo anda mal. El grupo retrocede, amontonándose en un rincón oscuro a unos tres metros de distancia mientras Zoya lucha por respirar. Su conversación tranquila se abre paso sobre ella, e incluso a pesar de que ella no puede entender las palabras que dicen, su tono es diferente al de antes, cuando se habían reunido alrededor de su cuerpo acurrucado en el suelo, burlándose y riéndose y observando su forcejeo.
