El disparo

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Cuatro semanas antes...

Caín era un terremoto. No paraba quieto, si no estaba limpiando el apartamento, estaba cocinando y si no estaba cocinando, estaba fuera, haciendo ejercicio o buscando cualquier tipo de actividad que requiera un mínimo de movimiento.

-¿Y ahora qué está haciendo?- Pregunté a Sara aguantándome la risa.

-Vete tu a saber. -Estábamos sentadas en el sofá con los codos apoyados en nuestras rodillas y observando al moreno, tampoco había gran cosa más que hacer en esos momentos. -Creo que está intentando decidir dónde poner esos zapatos. -Nos miramos sonriendo. -No pueden estar en el suelo los zapatos, es obvio. -Rodó los ojos y se me ensanchó la sonrisa.

-No es eso mujer, es porque son marrones y no pueden estar en la izquierda del armario. ¿Es que no ves que las bambas negras están ahí? -Dije burlándome de la manía absurda de Caín.

-¡Que desorden tienes ahí Caín! -Gritó Sara fingiendo ser una madre enfadada al entrar en la habitación de su hijo. El asiático giró la cabeza en nuestra dirección y puso cara de pocos amigos. -¡Que es broma! -La rubia le sacó la lengua para relajar el ambiente, a lo que yo reí, porque Caín frunció todavía más el ceño.

-Dejadme en paz. -Contestó borde el moreno. Nunca paraba quieto, pero en los cuatro días que llevábamos en ese apartamento de la costa al que nos habíamos mudado, nunca lo había visto tan serio y concentrado en algo tan simple como; el color y la posición de unos zapatos.

-¿Le pasa algo? -Pregunté en un susurro a la chica que tenía al lado. Ella me miró y alzó los hombros dándome a entender que no sabía nada más de lo que yo sabía.

-Este chico es un misterio, ya lo sabes. -Contestó, aunque yo, en realidad solo sabía lo que mis ojos habían vistos estos últimos días.

Observé a Caín unos segundos más, pensando en cómo era, y no solo físicamente. Lo miré y pensé en que en realidad, me gustaría ser él, me gustaría no parar de hacer cosas, mantener la mente ocupada, ya que eso es algo que yo nunca había sabido hacer.

Al contrario de Caín yo era vaga, extremedamente. Mi padre desde adolescente siempre decía que no iba a llegar a nada en esta vida si seguía por el camino de los peores pecados que existían: la pereza.

Pero yo continuaba viendo Netflix y comiendo patatas fritas. Así he sido siempre y así seré. Tengo escasos recuerdos de mi vida, por decir alguno; el recuerdo justamente que acabo de explicar, pero nada más.

≈≈≈≈≈≈≈≈

Nunca había cogido un arma. Nunca había sentido el poder que daba el tener entre mis dedos algo tan letal que, accidentalmente podría matar a alguien, o incluso a mí. Nunca había querido tener una, ni apuntar a la cabeza a alguien para sonsacarle información, pero ellos decían que lo hacía continúamente.

Estabámos en una espécie de bosque, era primavera y los árboles estaban llenos de esa frescura que solo en esa estación del año se podía sentir. Los frutos estaban comenzando a crecer, las hojas eran más verdes que nunca y los animales corrían, se arrastraban y brincaban felices porque, por fin el invierno había pasado. Era hora de dejar de invernar. Para todos.

Era la primera vez que salía del apartamento desde que nos mudamos desde el hotel donde "conocí" a Sara y Caín, y nos fuimos a un pisito al lado de la costa, no estaba alejado de la montaña. Se sentía bien pisar tierra firme y observar la naturaleza en pleno auge. Lo que no se sentía tan bien era que todos me estuvieran mirando.

-Toma. -Me pasó el arma un chico cuya cara no me resultaba para nada familiar, sus facciones eran duras, y la seriedad de sus palabras hacían que sintiera el miedo por mis venas. Mis manos tambalearon al sorprenderse de su movimiento, pero como si de un anillo al dedo se tratara, cogí la pistola al vuelo. Yo no había sujetado el poder, no había olido la pólvora del disparo, ni escuchado nunca el impacto de una bala, pero ellos me pedían disparar al árbol que tenía a unos diez metros de mí.

-Yo nunca he... -Y antes de que terminara la frase ya tenía a la rubia detrás mío sujetándome el codo para posicionarme bien y apuntar al centro de la diana que estaba en el árbol.

-Yo nunca he disparado- Me imitó Sara en tono de burla. -Princesa, date la oportunidad. -Siguió hablando mientras me apartaba el pelo del hombro y sujetaba mis manos encima de la pistola, me ayudaba a centrarla, pero ella me descentraba un poco. -Sé que sabes. Dispara. -Me animó sin todavía, apartarse de mí. -Dispara. -Repitió más seria.

Observé mi objetivo y con las manos algo temblorosas, y las piernas medio abiertas, puse el dedo en el gatillo. No quería disparar, tenía miedo de donde me iba a llevar esa acción, pero todos estaban observándome, esperando algo de mí, algo que ni yo sabía qué era. -Dispara. -Repitió de nuevo, esta vez más bajito, más cerca de mí. -Ahora. -Y así hice. Apreté el gatillo y cerré los ojos, esperando que esto terminara antes de lo que esperaba. Deseando estar en el sofá viendo Netflix y comiendo patatas, que es lo que realmente se me daba bien hacer.

Sorprendentemente para mí, le di al punto más céntrico y pequeño posible de la diana, es decir, lo clavé, era la putísima ama de la puntería y nadie parecía sorprendido, menos yo.

-¡Hostia! -Exclamé con media sonrisa, el miedo había sido substituído por adrenalina. -¡Que la he clavao chavales! -Grité eufórica, comiéndome consonantes.

-Sabía que lo harías bien princesita. -Dijo la rubia guiñándome un ojo, se apartó de mí sonriendo. Miré a Caín y alzó los hombros. -Nadie lo dudaba, Li.

-Yo si. -Reí sin creerme todavía lo que acababa de pasar, sin entender muy bien porque sentía una sensación de liberación y emoción y no pavor, como creía que sentiría.

Nunca había disparado. Nunca había sentido la adrenalina que se expandía por mis venas después de un disparo. Nunca había querido repetir, pero ahora, era lo que más deseaba.

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