El recuerdo

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La noche estaba tranquila, todos dormían en sus respectivas habitaciones, menos yo. Yo necesitaba un cigarrilo como un recién nacido necesitaba a su madre. No admitiría que estaba nerviosa ni aunque me pagaran. Pero lo estaba, por mucha tranquilidad que flotara en el ambiente, en mi cabeza el adjetivo pertinente era el antónimo de calma.

Por primera vez en semanas, tenía tiempo para pensar, estaba sola, observando la luna creciente y robando un cigarro a Sara. Esa misma noche acababa de recordar que yo fumaba. Había sentido la imperiosa necesidad de sentir el humo entre mis pulmones, de encharcarlos hasta la muerte o el cáncer.

Un nombre no dejaba de rondar por mi mente de nuevo. Haim.

Era un nombre fácil de recordar; era corto, sencillo y  que comenzaba y terminaba en consolante. Un nombre de escasas letras que pertenecía a un hombre de pocas luces. A un loco. A un psicópata. A un artista. A un desconocido cuya cara no recordaba, que sus modales no recordaba, que no tenía cuerpo ni vida para mí. 

Cuando desperté después de mi desmayo por pérdida de sangre, su nombre era lo único que recordaba. Lo primero que grité al despertar y lo último que pensé antes de dormir. Pero como todo; sin recuerdo de existencia; se desvanece. La persona cae a un pozo de oscuridad que se necesita más que un cuerda para poder recuperarla.

No había vuelto a pensar en ese desconocido desde que estaba en el apartamento con vistas al mar, por falta de tiempo o de ganas. ¿Resolver misterios? Definitivamente no era lo mío. Mi energía debía ser gastada en cosas más importantes como entenderme, conocerme.

Yo era lo primero, el resto de personas siempre iban detrás de mí.

Una frase que repetía mi madre cada vez que me veía llorar. Una frase de mi madre. Cuya existencia acababa de aparecer en mi mente cual tsunami, lleno de recuerdos y amor. Alguien había salido del pozo de amnesia. 

Encendí el mechero y aproximé el cigarrillo a la llama. Absorbí el humo y disfruté de la primera calada que había dado en semanas, meses, años; no lo recordaba. De una cosa estaba segura; fumar, fumaba, ya que no había tosido ni rechazado el humo. Necesitaba más. De nuevo coloqué la boquilla entre mis labios. 

Asi que tenía madre. 

Una peliroja de bote de ojos verdosos y labios carnosos. Siempre le recordaba lo bien que le quedaba ese contraste de colores a su cara pálida. 

Sonreí. Tenía madre. Una muy guapa y que con solamente el recuerdo de sus ojos me habían dado justo lo que necesitaba y lo que su color de iris significaba; esperanza. Podría recuperar mi pasado, y con suerte, recordarme a mí, a esta gente, a todo.

Observé la ceniza caer por el balcón. La maravillosa ley de la gravedad siempre me dejaba fascinada. Lo malo era que las lágrimas no se libraban de esa ley.

Alcé la mirada a la luna y sin despegar los ojos de ésta, volví a acercar el cigarro a mis labios. Una calada más larga y profunda de lo normal. El humo no podía contener el agua procediente de mi tristeza, pero podía ayudar a soportar ese recuerdo. 

El funeral.

Sin recuerdos la vida era menos intensa, pero también menos dolorosa. Era más fácil seguir con el presente sin recordar los ojos color esperanza en un cuerpo inerte. Era más fácil no sentir pena ni dolor si no recuerdas a tu abuela entre tus brazos, gritando desconsolada, que su hija volviera de entre los muertos. Que la dejaran abrazarla por última vez, gritaba con las facciones desencajadas. 

Sonreí, esta vez con una mueca triste. Recordando el ataúd vacío de mi madre. No había cuerpo, pero mi pobre abuela lo quería tocar igual. 

La tristeza, la desesperanza, el desconsuelo, nos hace incoherentes. No la culpo, la peor pesadilla de una madre es tener que enterrar a su hija.

Tiré lo que quedaba de cigarro a la calle, que se encontraba a tres pisos del suelo. Observé por última vez la luna y me di la vuelta, haciendo el intento de volver a la habitación, dormir en la cama de Caín, o en el sofá, cuando lo que realmente deseaba era que alguien me abrazara. Y la única persona que podía hacerlo, ahora mismo estaba en brazos de otra. 

Así tragué saliva y di la media vuelta, me senté en la silla de plástico de nuevo, y le robé otro cigarrilo a esa rubia con la que ya, no compartía habitación.

Lo prendí, esta vez con más ansia de la que en un principio tenía, y pensé que deseaba con todas mis fuerzas volver al pasado, unos diez minutos atrás, cuando todavía era suertuda sin saberlo, cuando yo, no recordaba nada del pasado.

Los recuerdos son un arma de doble filo, capaces de cortar un corazón más rápido que cualquier cuchillo.





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⏰ Última actualización: Apr 29, 2020 ⏰

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