1. Nubes de papel

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¿Has visto a las nubes correr?

Las que cubren el cielo sobre mis ojos en este momento corren como si alguien hubiese acelerado los frames por segundo de una pantalla gigante. En una gama cromática que va del blanco más cegador a un gris que presagia tormenta, estas nubes corren sin rumbo, rompiéndose unas contra otras sobre una cortina de un azul previo al atardecer.

A pesar de que los primeros días de la primavera han alargado la tarde y traído consigo más luz, aún refresca lo suficiente para erizar la piel cuando una ráfaga de suave brisa mueve las hojas del jardín. Me arrebujo dentro de la manta y encuentro algo de calor para mis entumecidas manos en la cerámica de la taza de té. Calculo mentalmente la hora y deduzco que me quedan unos diez minutos, quince con suerte, antes de que suene el timbre de casa. Necesito encontrar la forma de desconectarlo antes de sucumbir al instinto de darle un martillazo.

Escucho su ronroneo antes de sentir como Cate se acurruca remolona entre el hueco de mis rodillas. Últimamente es el único ser vivo que soporta mi melancolía perenne sin sermonearme o, peor aún, devolverme una mirada cargada de lástima. Le devuelvo el gesto acariciando su pequeña cabeza peluda y blanca como la nieve.

Hay una imagen pugnando por visualizarse en mi mente y trato de enfocarme nuevamente en las nubes para impedir que se materialice. No me siento capaz aún de abrir esa puerta. Quizá mañana. O pasado. O cuando deje de doler.

Cuando suena el timbre, tres pensamientos vienen a mi cabeza y ninguno de ellos es saltar de la tumbona para abrir la puerta. Uno: finalmente han sido más bien diez minutos que quince. Dos: tengo que enseñar a la gata a abrir la puerta. Son los animales más inteligentes y autónomos del mundo, seguro que con un poco de entrenamiento... Tres: el martillazo ya no me parece tan mala idea.

El timbre suena de nuevo. Impaciente. El mundo está decidido a acabar con mi momento de paz. "Levántate y abre, Nazlı." "Cállate." Hablo demasiado conmigo misma últimamente. Claudico ante mi voz interior y voy a abrir la puerta. De todas formas, el té ya está frío.

Mi madre ha hecho una de sus teatrales y dramáticas entradas y ahora me observa desde el otro lado de la isla de la cocina. El agua parece hervir más lento que de costumbre mientras intento evitar su mirada. Es en vano, no necesita mirarme a los ojos para radiografiarme el alma. Debe ser una habilidad que desarrollan las madres mientras te hacen las coletas.

La tetera silba justo cuando el ambiente empezaba a estar tan cargado que se podía ver la tensión bailar entre las dos. Una danza ancestral de ritmo in crescendo. Sirvo un té a mi madre y relleno mi taza por tercera vez en lo que va de tarde.

Bien

Acabado

Tres palabras. Trece letras. Es todo lo que he conseguido pronunciar desde que mi madre llegó y aún no sé como no me he ruborizado con cada una de ellas. Tres palabras y tres mentiras. Porque ni estoy bien, ni como correctamente, ni mi último libro está acabado. De hecho, es probable que si no muero de inanición, sea mi editora quien me mate si continúo evitándola.

Hace una semana que debería haberle enviado el borrador final y empiezo a quedarme sin excusas. No debería haberme comprometido a escribir este libro. Lo supe en el mismo momento que firmé el contrato. Entonces lo vi como una oportunidad a la que aferrarme para salir del estado lamentable en el que me encontraba. Como cuando pagas por adelantado la cuota del gimnasio. Y claro, en este caso tampoco funcionó. Necesitas tener la cabeza enfocada en lo que tratas de escribir, no volando a miles de kilómetros. Y la mía lleva mucho tiempo lejos de Estambul.

"Corta, Nazlı, no vayas por ahí." Asiento en mi interior y vuelvo a mi cocina donde mi madre sigue hablando. Intento coger el hilo de su conversación que, en este momento, va de los avances en el colegio de mi sobrina a la última discusión con mi padre. No se ha tragado ni por un momento mis explicaciones, pero se ha dado por vencida en seguir interrogándome. Sabe mejor que nadie cuando no tiene de donde sacar.

La escucho durante otro rato intentando parecer interesada y después me deshago de ella con la excusa de una videollamada programada con anterioridad.

LA MEMORIA DE TU AUSENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora