Llueve. Llueve como acostumbra a hacerlo en la caótica primavera mediterránea, desconcertándote con rayos de sol vibrantes y tormentas que llegan sin avisar para marcharse aún más sigilosamente. Hay algo en el sonido de la lluvia durante el silencio de la noche que siempre me ha resultado perturbador. No soy capaz de conciliar el sueño mientras la lluvia entona su melodía rítmica e indiferente al resto del mundo. Me resulta inexplicable que sea uno de los sonidos que la gente escoge para meditar y relajarse.
Sentada en la repisa interior de la ventana, ligeramente empañada, veo la tormenta descargar sobre el jardín y cómo los relámpagos iluminan la madrugada. Comienzo a contar tras el último destello.
1... 2... 3... 4... 5...
Me interrumpe el sonido atronador avisando de que la tormenta se acerca. Un movimiento al otro lado de la habitación, en la cama que he sentido enorme todo este tiempo, me devuelve al presente y a los últimos acontecimientos.
Odio llorar, no soporto que nadie sea testigo de ese instante de debilidad. Y a él siempre le ha atormentado su incapacidad para consolarme en esos momentos. Por eso, cuando unas horas antes la situación me sobrepasó y un llanto desgarrador e incontrolable se apoderó de mí, ambos hicimos lo único que sabíamos que funcionaría: él me abrazó y yo lloré con el rostro escondido en su cuello hasta que su mano sobre mi pelo y el cansancio emocional me vencieron.
Desperté en mi cama cuando la noche ya había caído, abrazada a él, como si tuviese miedo de soltarlo y que desapareciese de nuevo. Recuerdo haberle pedido que se quedase conmigo mientras me llevaba a la habitación medio dormida. O quizá lo soñé. El caso es que, al despertarme, él estaba durmiendo a mi lado con su respiración serena, impasible a todas las tormentas que ha desencadenado su vuelta.
Me debato entre volver a la cama y alargar ese momento a su lado que la noche me está brindando, antes de que la mañana nos enfrente a la realidad de nuestra situación, o desistir de intentar conciliar el sueño de nuevo y prepararme un té. Me decido por el té pero me acerco a la cama antes de salir de la habitación y le cubro el torso desnudo con el nórdico de plumas que parece más blanco que de costumbre en contraste con su piel. No puedo evitarlo y lo beso ligeramente en los labios antes de marcharme.
"¿Qué crees que estás haciendo, Nazlı." "Ojalá lo supiera." Me reprendo mientras salgo silenciosamente en un intento de poner distancia para tratar de entender qué está pasando. Apenas unas horas antes estaba sobreviviendo de forma autómata y mecánica a otro día más de mi nueva vida posabandono. Me había obligado a intentar escribir un rato, había alimentado a Cate e, incluso, había terminado un cuadro que llevaba demasiado tiempo inconcluso en el estudio. Todo marchaba según lo establecido hasta que esos golpes impacientes en la puerta lo habían cambiado todo. Volvía al punto de partida, a la incertidumbre, a no entender qué estaba pasando. A poner mi vida en pausa.
Cuando se marchó nueve meses atrás, me había costado un esfuerzo sobrehumano y muchas lágrimas levantarme —si se puede llamar así a lo que había sido mi vida los últimos meses—. Dejé de llorar cuando se me agotaron las lágrimas. Porque el dolor no se pasa, pero las lágrimas, en algún momento, se agotan. Volví a comer cuando Leyla amenazó con tomar cartas en el asunto. Porque las intervenciones de Leyla suelen implicar a mi padre y yo no quería a mi padre en mitad de lo que ya era una situación difícil por sí sola. Y retomé el trabajo cuando mi editora consiguió convencerme de que un nuevo libro podría ayudarme a enfocar la mente en otra cosa y así dejar de llorarle por los rincones. Al llegar a casa tras firmar el nuevo contrato abrí una botella de vino, conecté el móvil al altavoz del salón con una playlist de Maroon 5 a todo volumen y me dediqué a empacar cualquier resto de su presencia.
Dos botellas y tres cajas después, había conseguido, además de una borrachera considerable, alejar de mi vista cualquier cosa que pudiese traerlo de vuelta a mi cabeza. Con los recuerdos ya intentaría lidiar de otra forma, de momento me bastaba con no ver su cepillo de dientes cada mañana.
De esa forma fluyeron los días, las semanas y los meses en una rutina que, si bien no se podía decir que fuese la más aconsejable, a mí me alcanzaba para sobrevivir. Con la práctica automatizas las obligaciones y el resto del tiempo te dejas llevar. Y así pasan los días y las noches y, de repente, ha quedado atrás lo más crudo del invierno y la primavera te permite disfrutar del sol de abril en la cara. Y como todo se lleva mejor cuando el sol te calienta el espíritu y colorea tus mejillas, hay días en los que solo le piensas un par de veces. Días en los que empiezas a creer que lo peor ha pasado. Hasta que él y sus malditos golpes en la puerta te reinician la película. Y aquí estás otra vez, viendo los títulos de crédito de una historia cuyo argumento ya conoces.
—Nunca has sido capaz de dormir cuando llueve... —me sobresalto al oír su voz a mi espalda y por suerte el té se ha enfriado en la taza mientras yo le daba vueltas a la cabeza, porque derramo más de la mitad al darme la vuelta demasiado rápido. Agarra un trapo de la encimera y me limpia con tranquilidad a la vez que se sienta a mi lado en uno de los taburetes de la cocina.
"Nazlı, haznos a las dos el favor de reaccionar, por favor." En ocasiones soy capaz de sacarme de mis casillas a mí misma. Pero esta vez mi voz interior tiene razón. Es el momento de tomar el control de la situación. Retiro mis manos, respiro profundamente y vuelvo a repetir la pregunta que le hice unas horas atrás.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué has vuelto, Mert? —me tiembla un poco la voz al pronunciar su nombre.
—Porque soy un maldito egoísta —confiesa mirándome a los ojos.
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LA MEMORIA DE TU AUSENCIA
RomansaUna historia de amor, reencuentros e historias del pasado.