"Porque soy un maldito egoísta. Lo he intentado, Naz, pero no puedo vivir sin ti."
Sus palabras resuenan en mi cabeza una y otra vez a la espera de que alguien les encuentre la lógica que yo no soy capaz de hallar en ellas.
Empiezo a pensar que debo de haber soñado toda la escena, pero encima de la isla de la cocina sigue mi bloc para la lista de la compra con su caligrafía de médico, afilada y ligeramente inclinada hacia la derecha, como si siempre escribiese en cursiva.
La contraseña que hay anotada debajo del email es mi fecha de nacimiento en una rebuscada combinación de números, mayúsculas, minúsculas y signos de puntuación.
Busco por el salón mi iPad y lo encuentro debajo de uno de los cojines del sofá. Me lleva menos de un minuto configurar el email junto a mis otras cuentas de correo. En la aplicación empiezan a descargarse nuevos emails a toda velocidad. Cientos de emails. 289 exactamente. El primero tiene fecha del 12 de julio del año pasado. El último es de ayer. 289 emails. Uno por cada día que ha estado ausente. Deslizo el dedo por la pantalla del iPad y abro el primero, al final de una lista infinita de correos sin abrir.
From: Mert Köroğlu <mertkoroglu@gmail.com>
Date: Fri., 12 Jul. 2019 at 12:30
Subject: Aşkim...
To: <untoldreasons@gmail.com>Aşkim*:
¿Sabes cuando dicen que si supiésemos que estamos haciendo algo por última vez, probablemente lo viviríamos de forma diferente? ¿Cómo sería, por ejemplo, un último beso? Te puedo asegurar que es el beso más sobrecogedor y amargo que vas a sentir jamás. Créeme, lo sé. Lo sé porque he sentido cómo mi cuerpo se estremecía, a la vez que mi alma se quebraba, al besarte esta mañana sabiendo que lo estaba haciendo por última vez. Quería guardar cada instante en la memoria: tu respiración entrecortada junto a mis labios, el sabor de tu boca, tus pestañas proyectando sombras infinitas sobre tus mejillas, tus manos agarrando mi cara... Quería registrar cada detalle y a la vez solo podía pensar en tu lengua acariciando la mía.
En cada cruce de camino al aeropuerto he vencido la tentación de dar la vuelta, de volver a casa y esperarte con una copa de vino y la cena lista cuando llegues cansada del difícil día que hoy tienes por delante. De que me cuentes que le has gritado a todos los conductores mientras sorteabas el tráfico de la ciudad; que en la productora te han vuelto a traer tus macarons favoritos pero que siguen sirviendo un té espantoso; que finalmente has ganado la negociación sobre el casting (no tenía la menor duda).
Sentado en el avión, mientras escribo este email que aún no sé si alguna vez enviaré, sigo teniendo dudas de haber tomado la mejor decisión. Tengo claro que no lo es para mí. Espero que lo sea para ti.
Probablemente pensarás que huir es de cobardes. Pero no estoy huyendo, te estoy liberando. Porque no puedo. No puedo permitir que abandones tus sueños y tu vida por mí. No puedo arrastrarte de nuevo a la otra punta del mundo cuando aquí tienes un futuro brillante esperándote, no podría vivir sabiendo que te estoy alejando de tu camino. Y te conozco lo suficiente para adivinar cual sería tu decisión si te planteo la posibilidad de elegir. Jamás me habrías dejado marchar solo... Por eso la decisión debo tomarla yo.
Te voy a pensar cada día. Te voy a querer siempre.
Yours, Mert.
Nueve meses después estaba leyendo una explicación a uno de los peores días de mi vida. 289 días para entender por qué, al llegar a casa ese caluroso día de julio, él no estaba. A por qué, de repente, su teléfono "tiene restringidas temporalmente las llamadas entrantes". A por qué, al abrir el armario para colgar la falda que me acababa de quitar, su ropa no estaba.
Tengo ese día perfectamente claro en la memoria porque durante meses lo reviví una y otra vez tratando de encontrar un porqué. Ese viernes de mediados de julio tenía la última reunión con la productora que quería comprar los derechos de mis libros. Estaban siendo unas negociaciones complicadas porque yo me negaba a firmar si no me aseguraban el control sobre las decisiones creativas importantes, sobre todo la elección de casting y la adaptación del guión. Sabía que tenía las de ganar porque no necesitaba el dinero que me iba a reportar la venta de los derechos. Así que, o era bajo mis términos, o la inspectora Şafak seguiría quedándose en algo exclusivo entre mis lectores y yo.
Recuerdo que madrugué más de la cuenta porque los nervios por la reunión no me habían dejado dormir bien y salí a correr. Al volver, Mert había preparado el desayuno y tras la ducha comimos juntos mientras repasábamos la actualidad en redes sociales y hacíamos planes para la cena. Recuerdo que entró detrás de mí al baño y que me interrumpió cuando iba a pintarme los labios. Que me quitó la barra de labios de la mano, la dejó sobre el lavabo y me besó contra la pared del baño. Me besó como si el mundo se fuese a acabar en ese instante. Recuerdo que su beso me dejó tan aturdida que el pintalabios se quedó olvidado en el lavabo y salí de casa con los labios sin pintar. Y recuerdo lo que me dijo desde el salón cuando me marchaba:
—¡Naz! —me giré al oír que me llamaba—Sonríeme...
Fue lo último que escuché de su boca hasta que el día anterior, 289 días después, se presentó en mi casa golpeando la puerta con insistencia.
Conseguí averiguar a través de una compañera del hospital que le habían invitado a participar en un programa de investigación médica que se estaba llevando a cabo en Canadá. Mert Köroğlu iba camino de convertirse en el neurocirujano estrella que todos auguraban y para ello no podía permitirse ningún lastre. En ese momento me partió el corazón que no me incluyese en sus planes porque, como presuponía en el email que acaba de leer, yo lo habría dejado todo para irme con él. O me hubiese gustado tener, al menos, la oportunidad de elegir.
Vuelvo a la aplicación de correo y paso de los 287 emails restantes para ir directa al último enviado.
From: Mert Köroğlu <mertkoroglu@gmail.com>
Date: Sun., 26 Apr. 2020 at 23:07
Subject: No puedo más...
To: <untoldreasons@gmail.com>El no saber cómo estás me está produciendo una úlcera de estómago. Leyla me llamó de madrugada para insultarme en varios idiomas (creo que iba un poco borracha) y para contarme tu brillante plan de dejarte morir de inanición encerrada en esa casa, rodeada de gatos y pintura acrílica. No puedo más, vuelvo a Estambul.
Mert.
—¡Solo tengo una gata, estúpida! ¡Una! —le grito al micrófono de mi móvil de camino a la puerta. Le envío la nota de voz a Leyla mientras me calzo los botines y busco las llaves de casa.
La voy a matar. La voy a descuartizar en trozos pequeños y se los voy a echar de comer a los gatos callejeros. Pero primero ese gilipollas va a escuchar lo que opino de sus explicaciones.
*Mi amor (traducción del turco).
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LA MEMORIA DE TU AUSENCIA
Любовные романыUna historia de amor, reencuentros e historias del pasado.