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Ansioso diviso las puertas del hambre que el rumbo inconcluso presenta sonante, expreso en martirio nudillos de penas, desnudo y sin armas expío en presidio, demando al portero dintel mensajero que observa sereno el desgaste del cuerpo de aquél pasajero eterno y andante que rutas descubre y destruye el calzado sin fino labrado que un artesano de dones privado produce sin sueño y practica en silencio. El hambre de un cuerpo detenta clamores sin prosa de altura no hay lengua sabida, no hay libro primero ni causa altiva.
Las puertas sucumben, clamor de aquél orbe que dentro del templo aislado me aguarda y exalta la guardia de un tiempo ya inerte, inerte el intento de franca osadía, inerte soberbia que expresa paciente la vía del astro; él no es mensajero él no es un deseo. Él quema memorias, él quema los tomos ajenos y ciegos de cantos brindados de negro blindados, él abre la puerta.
Dirime mi mano el pulso impaciente que sin ornamento ni pasos selectos la sangre regala a una casta que anhela y ruega plegarias de antigua blasfemia y dirime mi mano a un nuevo destino que abre el camino que turba el silencio de sobrios vestidos con plácida calma se hunde oneroso a nuevos motivos, a nuevos destinos.
El Regio deleite de rojo servido, confuso maestro sin arte instruido.
El Regio deleite de rojo servido, presenta un cadete al maestro escondido.
