CAPÍTULO 2

673 32 7
                                    

El siguiente día, temprano, Franco se despertó con una erección que lo disgustó. Había soñando con el día anterior y su encuentro con su mejor amigo. Retiró las sábanas de manera brusca, miró a su entrepierna y gruñó a manera de regaño. Se dirigió al baño y se dió una ducha bien fría para calmar la erección con la que se había levantado esa mañana. Consultó su reloj. Las cuatro y media. Suspiró y luego se miró al espejo.

—Trotar te servirá para despejarte —le dijo a su reflejo como un consejo.

Se puso unos pantalones deportivos, una sudadera y unos tenis. Tomó las llaves de su habitación de hotel y las llaves de la casa que Arezzo le había entregado para cuando estuviera en Beausoleil y quisiera quedarse una temporada. Sin embargo, después de cómo había reaccionado al verlo ayer no se atravía a quedarse en su pequeña casa, aunque le haya echado la culapa de eso al cansancio del viaje. Pero prefería evitar.

Entró en la casa de su amigo. Era un alivio que su hotel se encontrara a pocas calles de allí, de esa manera podría correr y hacer un poco de tiempo hasta llegar a casa de Arezzo.

Apesar de la poca luz que iluminaba la instacia, era como la recordaba. Con una sala pequeña decorada con un sofá, una mesa ratona, un televisor y un minibar. Tenía una cocina bastante moderna integrada, separada por un muro que servía de encimera. Al fondo se veían la habitación principal y junto a esta la de invitados, cada una con su baño personal. Del lado derecho de la habitación principal se hallaba un estrecho hall que daba a un pequeño patio donde hacía la colada.

Al pasar al lado del sofá, detectó un leve movimiento y frunció el ceño al ver a su amigo dormido en éste. Sin poder evitarlo, se acercó notando la perfección de su piel y lo irritó la manera en que sus mano hormigueaban por tocarlo.

—Arezzo —gruñó.

De pronto sus espesas pestañas castañas empezaron a moverse dando paso a la visión más hermosa del mundo. Esos enormes ojos de un color verde esmelarda se abrían lentamente. Y luego de una manera exhorbitante que lo dejó pasmado.

—¡démons Franco! ¡Qué susto me has dado! —exclamó Milán pegándose al respaldo del sofá.

—¡dai amico! No puedes seguir dormido que vamos a correr un poco —dijo Franco enojado porque necesitaba correr y su amigo no cooperaba.

—¿Qué hora es? —se quejó revolviéndose en las sábanas con las que se había cubierto la noche anterior.

—Las cinco de la mañana —le contestó sin más.

—¿Cinco? Tú estás loco si piensas que voy a cambiar el calor de mi cama por el frío de la calle.

Dio, ¡pero si es el sofá! —no entendía porque Arezzo no quería ir a correr si esa era la rutina que siempre hacían cuando él se encontraba en Baeusoleil.

—Como sea. No pienso salir de aquí y es mi última palabra.

***

—¡in attesa Arezzo! Sólo llevas una hora y has logrado apenas dar tres vueltas al parque. Yo llevo el doble que tú.

—No sé cómo me dejé convencer —dijo Milán con las manos apoyadas en las rodillas mientras luchaba por aire—. Adelántate otra vuelta. Yo ya te alcanzo.

Franco siguió corriendo y dio otra vuelta. Al llegar hasta donde había dejado a su amigo lo vio tirado a cuatro patas y con mucha dificultad para respirar. Se llenó de terror y se acercó prontamente hasta él.

—¡Arezzo! —decía mientras se agachaba a su lado—. ¿Qué te sucede?

—Hospital... San Marco... doctor... Ethan —logró decir Milán antes de perder la consciencia.

Amor En Fórmula 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora