La Niña de las Estrellas

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Había una vez una pequeña niña que se había enamorado del cielo.

Cada noche cuando se acostaba veía la luna desde su cama a través de la ventana. Podía sentir que la acunaba, que le cantaba canciones para darle hermosos sueños mientras las estrellas danzaban al son de la melodía. La luna y las estrellas eran sus ángeles de la guarda que la cuidaban por la noche y que la animaban cuando de sentía triste ya que solía buscar la luna quien parecía sonreírle y decirle que todo iba a estar bien. Eran su única compañía.
La pequeña niña soñaba con tocar el cielo, las estrellas y la luna, soñaba el vivir allí con ellas en una eterna felicidad. Se aprendió todas las constelaciones de memoria para saber cómo reconocerlas cuando pasara a su lado para saludarlas, colgó en su pieza un montón de mapas con las formaciones estelares y su ubicación; se aprendió la historia de las mismas para poder tener tema de conversación para cuando las conociera. Y cada noche ella miraba el cielo y las nombraba una a una. Aprendió a reconocer las estrellas más importantes y practicaba frente al espejo como debería saludarlas ya que merecían su debido respeto. Luego de mucho estudiar, luego de mucha práctica y cuando ya estaba segura que podría hablar con las estrellas sin vacilar ninguna frase, le comentó a sus padres su deseo de tocar el cielo, pero ellos solo le dijeron que era una tontería, que era imposible. Al principio eso la desanimó, pero la pequeña niña no se rindió y le preguntó a sus profesores, a profesionales del tema, a físicos e incluso con astrónomos pero nadie supo darle la respuesta que ella necesitaba sobre cómo llegar al cielo junto con sus amadas compañeras y hablar con ellas.
La pequeña estaba triste, al parecer nunca podría tocar el cielo. Se sentó en su patio y miró al arco celestial mientras este se oscurecía, viendo la hermosa transacción del día a la noche como si el sol hiciese una gran presentación para la llegada de su hermana nocturna. La niña miró al cielo en busca de concilio, de una solución, les suplicó ayuda pero no recibió respuesta alguna por primera vez en su vida. Perdida y sin saber que hacer se puso a llorar en silencio por su sueño incumplido, sintiendo como su frágil corazón pequeño se partía en pedazos, como un jarrón de cristal que cae de la mesa. Pensó que nunca iba a poder volver a ser feliz a partir de ese día, hasta que en un momento, un maullido la sacó de sus pensamientos y volteó su vista inundada en lágrimas en dirección al origen del sonido. Era el gato de su vecina que estaba sobre el techo de la casa, encima de la habitación más elevada de la construcción y le estaba maullando a la luna. La pequeña soñadora miraba curiosa al felino que había levantado una pata como si intentara alcanzar el cielo, entonces se le ocurrió una gran idea, "mientras más alto esté, más cerca estaré del cielo y podré tocarlo" se dijo con la esperanza renovada nuevamente, se enjuago las lágrimas y corrió hacia el interior de la casa con su corazón y espíritu reconstruido nuevamente.
Los días siguiente se la paso subiendo a los árboles y a los tejados ni bien entraba la noche, y aunque siempre la regañaba no le importó ni se rindió. Pero ningún lugar era suficientemente alto. Hasta que un día su familia decidió emprender un viaje a un pueblo que vivía en pie de una montaña muy muy alta, ya que sus padre eran amantes de la geografía de esa zona, y a sabiendas que sus padres no iban a dejarla subir a la montaña ni que tampoco la iban a acompañar, se fugó una noche de la cabaña donde se alojaban. Cargaba con ella una mochila azul oscuro con estrellas dibujadas, llevaba bastante comida y bebida al igual que bastante abrigo porque había visto que en la punta de montaña había nieve.
Subió los primeros kilómetros de montaña con bastante seguridad mientras racionaba la comida con inteligencia, llevaba todo lo suficiente para la subida ya que no pensaba bajar.
Caminaba con la vista fija en el cielo, siendo guiada por su Luna mientras sentía la emoción nacer en su pecho como una llama que la mantenía caliente y la impulsaba a seguir. Pero en menos de un pestañeo, el cielo se cubrió de nubes negras que empezaron a llorar copos de nieve blancos los cuales invadieron todo como una manada de caballos blancos que arrasaban todo con fuerza y sin piedad. La pequeña niña cayó de rodillas por la fuerza del viento, miró el cielo con desesperación y empezó a buscar la luna mientras la llamaba a gritos. El viento y la nieve había apagado su llama pero las brasas seguían allí, calentándola. Cómo pudo, se levantó y caminó hacia donde creía que se encontraba la cima, no iba a abandonar su meta con facilidad.
El frío se colaba entre sus abrigos hasta sus huesos, cada paso esa como pisar miles de agujas con los pies descalzos, la punta de sus dedos también dolían mucho bajo los guantes y ya no sentía su nariz, cada inhalación era como respirar lava y sus dientes no paraba de castañar al igual que su cuerpo de temblar. Las fuerzas que le quedaban eran muy pocas y ya no tenía comida, pero ella seguía subiendo porque su luna y estrellas la estaban esperando, se hacía lugar en la tormenta como un barco rompe hielo en un mar congelado.
No sabía cuánto tiempo había estado subiendo ni se había ido en la dirección correcta ya que solo veía blanco y más blanco a su alrededor, hasta que se dispersó un poco la tormenta y pudo ver que se encontraba en la cima.
Había llegado.
Miró el cielo que empezaba a liberarse de las cadenas de la tormenta, el viento se había apaciguado y se marchaba suavemente, como si ya hubiese cumplido su trabajo y ahora volviera a casa. Se acostó en la nieve mientras las nubes seguían su camino para esperar la llegada total de sus amigas. El colchón blanco le pareció muy cálido y suave, y se acurrucó entre los copos ya sin sentir frío ni dolor; le dio mucho sueño y cerró los ojos para dormir una pequeña siesta mientras la luna la arropaba con las estrellas bailando sobre ella. Cayó en un profundo sueño.


Cuando despertó se vio rodeada de estrellas, las miles de constelaciones que tanto había estudiado ahora la saludaban con alegría y le daban la bienvenida al territorio astral. Incluso la luna la recibió con mucho amor, diciéndole que la estaban esperando. Todo era estrellas, todo era perfecto, incluso ella era estrellas. No había sentimientos ni palabras para demostrar lo feliz que estaba ella por cumplir su sueño de estar en el cielo, junto a sus amados astros.

Cuentos y una taza de téDonde viven las historias. Descúbrelo ahora