Narra Kageyama
Parpadeé un par de veces, todavía sin entender dónde me encontraba. La habitación era extrañamente luminosa y blanca, a diferencia de la mía, normalmente opaca por la oscuridad que proporcionaban las cortinas. No tardé mucho en entrar en razón. Nuevamente estaba hospitalizado, para ser más exactos, mi tercera vez en los últimos dos años. Nuevamente encerrado entre estas cuatro paredes, siendo un prisionero de la comida, aunque bueno, tampoco es que antes no lo fuese. A diferencia de la primera vez, en esta no estaba entrando en pánico, ni suplicando por volver a casa. Después de todo, estar aquí no es una amenaza real. El procedimiento es muy simple y nunca cambia. Te portas bien, te obligas a subir de peso, pero no tanto, el suficiente como para llegar a tu peso mínimo saludable, finges estar recuperado y listo. Te envían a casa y de vuelta al juego. Un juego en el que tu cuerpo se ve deteriorado, pero la adrenalina antes de pesarte, esa misma adrenalina que sientes al salir de casa después de haber ayunado por cuatro días sin saber si volverás sano y salvo o te desmayarás en medio de la calle, simplemente lo vale. Lo vale cada segundo. El ver el número de la balanza bajando diariamente, algo sumamente adictivo.
Por otro lado, mis papás no me lo hacían tan difícil. La mayor parte del tiempo estaban trabajando y manteniendo su propia empresa, lo que me daba el espacio suficiente para hacer lo que se me diera la gana con la comida. Mentiría si dijera no haberlos visto nunca preocupados al mirarme. La ropa holgada no es capaz de ocultarlo todo. Los abrazos de mi mamá, eran tan sólo una excusa para saber qué tantos huesos podía sentir y cuando debía actuar para que esto no se me fuera de las manos, más de lo que ya se me había ido. Me propusieron ir al gimnasio, al nutricionista, al psicólogo y a un montón de actividades más. Pero es que simplemente no me interesaba. Así ya no es tan divertido.
Fruncí el ceño al sentir cómo la puerta se habría con mi desayuno y una forzada sonrisa por parte de la enfermera. Puta perra. No la había visto antes, por lo que al parecer era nueva en el hospital.
-Buenos días, Kageyama.- habló con suavidad, dejando la bandeja en la mesita más cercana.- Espero que lo disfrutes.- soltó, como si estuviera de comensal aquí, como si ellos fueran chefs y yo el calificador. La miré con odio, pero ignoró aquello mientras dejaba la habitación con prisa, no sin antes despedirse con un "adiós".
Me levanté de mi cama, acercándome a aquella imponente mesa. A la vista había un café con leche, posiblemente entera. Dos medialunas, y crema y mermelada para acompañar. También una porción de fruta.
Solté un par de insultos mientras me dirigía al baño y me daba una ducha. Habían tapado el espejo, como todas las veces anteriores. Patéticos, como si el hecho de no verme aumentar de peso fuera a ayudar. Y es que ni siquiera había que ser muy inteligente, si querías verte al espejo podías. Sólo es cuestión de despegar las cintas, verte por unos segundos, y volver a poner la tela y las cintas donde se encontraban. Todo en este lugar era patético a fin de cuentas.
Una vez terminé, me dirigí nuevamente hacia la bandeja, suspirando. Bien, no es tan difícil, me dije. La fruta la comeré, el café con leche también, y tan sólo quizás coma la medialuna, una, no las dos. Medialunas dulces, se veían horrible. Una especie de miel o almibar por encima, ni siquiera cubriéndolas en su totalidad, sobre una asquerosa masa reseca.
Rodé los ojos, la comida era un asco. Y algo que realmente detesto de estos centros es que ni siquiera se fijan en nuestros gustos. ¿Qué tal si a mí no me gustaran las medialunas dulces pero sí las saladas? ¿Y si no me gustara el café con leche pero sí el mate cocido? A ellos les daba igual, te dan lo que se les antoje y punto. Cómo mierda pretenden que la gente se recupere si algo tan simple como comer lo que prefieres queda invalidado, cuando no te permiten ni siquiera tener opciones entre las cuales elegir. Las medialunas nunca me gustaron, ni siquiera antes de mi trastorno alimentario, ¿entonces por qué demonios las comería ahora? Es un total desperdicio adquirir las calorías de una comida que ni siquiera disfruto. Aunque admito, que aunque me gustaran, comerlas no sería más fácil de lo que es ahora.
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¿Quién sacó mi té? ; Kagehina
Teen FictionKageyama vuelve a tener una recaída y llega al Centro de Trastornos Alimentarios de California. Hinata está allí desde hace meses, y no tiene mejoras. ¿Qué sucederá cuando el té de Kageyama sea sacado del microondas?