Capítulo 11

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"Quemen las naves" es una de las frases célebres que se le atribuyó a Alejandro Magno durante sus conquistas por el mundo. No me acuerdo donde la había leído, pero me llamó tanto la atención que en su momento busqué más información. 

El general desembarcó junto a sus tropas en tierras enemigas, dandose cuenta que sus contrincantes los triplicaban en número. No quería que el miedo y las dudas los invadieran, por lo que lo primero que hizo fue mandar a quemar los barcos. Eso, de cierta forma, daba una declaración importante, que no había vuelta atrás. No tenían forma de regresar a sus tierras junto a sus familias, a no ser que sea por medio de los barcos enemigos. Tenían que ganar, a como de lugar. 

Era poner todas sus fichas en un mismo número, restringiendo su propia libertad de decisión y cambio de opinión. Sonaba irracional. Entregarse a un objetivo, darlo todo por el, no contar con un plan B ni C. Parecía ser algo estúpido, terco, pero bueno, a Alejandro Magno le funcionó.

Viendolo desde otra perspectiva, con esa mentalidad era muy fácil caer en circulos viciosos. Mantener ardua y pateticamente los mismos patrones, tropezar con la misma piedra cientos de veces, creyendo ingenuamente que por alguna razón esta vez sí va a funcionar. ¿Pero cómo puedo obtener un resultado diferente si siempre sigo el mismo camino, los mismos pasos, el mismo método? ¿Por qué no probar con uno nuevo? No sería nada necesariamente innovador. Si todas las personas, los profesionales, gente que estudió e investigó el tema me dicen que la solución es una en particular, te muestran, te enseñan la puerta de salida a todos tus problemas, por qué seguir tan empesismado por algo que por experiencia ya sé que no funciona. Por algo que desde el lado científico y médico no es viable. Porque forzar a tu cuerpo a no comer es algo que va en contra de su propia biología, de su propia naturaleza. El hambre extrema, la ansiedad, los atracones son una respuesta biológica del organismo ante la restricción alimentaria. No falta fuerza de voluntad, o disciplina, es simplemente tu propio cuerpo volviendo a sus instintos más básicos y primarios para mantenerte con vida, a salvo.

Y no es algo que pase sólo con la comida. Es cuestión de lógica. Si una persona no toma líquidos por días, naturalmente va a estar muy sedienta, y cuando tenga la posibilidad de hidratarse lo va a hacer en exceso inicialmente, de forma voraz, descontrolada. 

Lo mismo con alguien que está siendo asfixiado. Su primera bocanada de aire también va a ser fuerte, grande, violenta. 

Bueno, exactamente lo mismo sucede con la comida. Pero aunque mi cerebro puede razonarlo, nunca puedo terminar de llevarlo a cabo. Siempre termino ignorando todas las manos que me señalan el camino correcto, y tomando uno totalmente opuesto. Como si no hubiera vuelta atrás, como si todo lo que me quedara fuera vivir el resto de mi vida repitiendo un patrón erróneo. Releyendo el mismo libro, esperando que por alguna razón esta vez el final fuera diferente. Como si mis barcos hubieran sido quemados hace tiempo.



Había notado a Kageyama últimamente bastante irritable. No era una persona muy comunicativa, y por más que le preguntara nunca solía abrirse conmigo ni contar lo que le pasaba. 

Tenía muchas hipótesis. Ya iba un mes internado en el hospital, y eso claramente saca de quicio a más de uno. Las enfermeras habían dejado de aumentar sus porciones, por lo que quizá ya no le faltaría mucho para alcanzar su peso mínimo saludable y pasar al siguiente piso con el resto de pacientes más avanzados en cuanto al tratamiento. 

Lo notaba más rigido, bueno, ambos lo estábamos. Hasta que simplemente todo explotó.

-Ya te dije que yo no lo hice Kageyama.- suspiré cansado. Estabamos los dos en su habitación. Había sacado su taza de té del microondas y la dejó por unos momentos en la mesita que se encontraba junto a mi. Cuando regresó y la bebió, sintió algo extraño.  

-¿Entonces cómo explicas que mi té esté dulce? -me miró con los puños apretados, como si tratara de contener su ira.- Mierda, Hinata, si le pusiste azúcar sólo decimelo. 

-¡Es que no lo hice! -exclamé extendiendo mis brazos.- ¿Por qué haría algo así? No tiene sentido. Tal vez te equivocaste y te supo dulce por unos momentos. No lo sé. 

-¿Me ves cara de idiota? -espetó frunciendo el ceño.- A ver, probalo vos, el sabor a azúcar es muy obvio. Si no lo hiciste no tienes nada que temer. 

Yo tragué en seco. Porque si llegaba a ser cierto, entonces bebería algo que contenía azúcar, y el azúcar no me daba miedo, no, eso es poco, el azúcar me aterraba. 

Negué con mi cabeza.

-Capaz tiene azúcar y otra persona lo puso, o no lo lavaron bien, no sé, no me malinterpretes pero no me quiero arriesgar, sólo no lo tomes y ya.

Esto pareció sólo enfurecerlo más.

-¿Podes dejar de cambiar tu versión? ¿Por qué otra persona le echaría azúcar? Además, son vasos descartables no hay forma de que los hayan lavado y reutilizado. ¿Podes mentir un poco mejor?

-¡Dios Kageyama! ¿Por qué lo haría yo? ¿Qué gano? Es absurdo.- me desordené el pelo frustrado.

Esto último le sacó una risa irónica.

-Tal vez el hecho de que hayas estado con una puta sonda por tanto tiempo haga que ahora me quieras hacer subir de peso a mí.

Abrí mis ojos sorprendido por el ataque. Lo dijo, como si... como si yo hubiera subido de peso. 

-¿Qué mierda quieres decir? 

-Que tienes envidia. Envidia de que yo pronto me voy a ir de aquí, y tú seguirás porque en tantos meses no pudiste cumplir ni con la más estúpida indicación. 

Me acerqué a él rapidamente y lo empujé, tomandolo por sorpresa.

-Te crees mejor que yo, ¿no es así? Que tus papás sean unos tarados y no puedan ver lo enfermo que estas como para sacarte de aquí sólo porque se los pedís ya dice demasiado. Al menos los mios sí se preocupan por mí. 

Esta vez él me devolvió el empujón, sintiendo como mi cabeza se golpeaba contra la pared de atrás. 

-No conoces nada de mí, ni de mi familia.- siseó amenazante. 

-No, es verdad, pero te conozco lo suficiente como para saber que eres un idiota.- empecé.- Tienes todo para ser feliz y no puedes verlo, te arruinas la vida tu mismo. 

-En eso somos exactamente iguales, idiota.

Sentí mi sangre hervir. No eramos iguales. No era lo mismo. Yo tenía muchos motivos para sentirme como una basura, él parecia no tener ninguno. Parecía tenerlo todo.

-¡Deja de insultarme! -lo alejé de mi empujando su hombro.- Estas enfermo, todo por un poco de azúcar en tu té de mierda. 

Agarré el vasito de la mesada y lo estrellé contra la pared. 

-O sea que sí le pusiste azúcar, imbécil.

Sentí como se abalanzaba sobre mí, mientras ambos caíamos sobre el piso. Me sorprendió que no fuera duro, incluso era suave, como de plástico, como si hubiera estado pensado para el cuidado del paciente ante caidas accidentales. Sólo que esta vez no era accidental.

-¡Que yo no fui! -grité, tirando de su pelo para que saliera de encima mío. Él tiró el mio en respuesta. Dolía, mi pelo era muy fino, por culpa de la desnutrición, tenía miedo que lo arrancara con facilidad. 

Rasguñé su brazo en un vano intento de que me soltara, mientras él trataba de tomar los míos y yo de dar manotazos. 

Sentí todo el líquido del tibio té ahora embarrar nuestras ropas.

Empezamos a oír varios pasos, y algunas voces agitadas. 

Un par de brazos tomaron a Kageyama, alejándolo de mí. En su mirada había odio. Me odiaba. Tal vez la mía reflejaba lo mismo.




















 


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⏰ Última actualización: Oct 25 ⏰

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¿Quién sacó mi té? ; KagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora