Diseñó el señor Antúnez una particular táctica: un día escribir hasta las tres de la mañana (tal y como lo había hecho los días anteriores), dormir la hora completa al día siguiente; a la noche, dormir a las once... y vuelta a empezar. Poco a poco, ese hábito ligerito, similar a un cultivado músculo en un brazo pequeño, trastocó, sabiéndolo sin saberlo, la escritura de Celedonio. Él jamás había sido prosista; estos años había vivido entre números y cuentas. Y, sin embargo, la constante matemática tornósele en una herramienta imprescindible, pues cada palabra le era la medición categorial de una maravillosa y oscura estructura fonética y vivaz. Sin darse cuenta, se estaba convirtiendo en la azida araña.
Cuentos, pequeños ensayos, proyectos de novelas, diarios, poesías prosaicas, etc. El mundo de la prosa está encerrado en sí mismo. Hubo un momento en que se dio cuenta de que hay una estructura narrativa perfecta que devora a las demás estructuras: la novela. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha; Los hermanos Karamazov; la Estética (de Hegel); Los detectives salvajes; La historia de los Girondinos..., etc. La técnica titilante de la novela yace en un espacio que contiene a los demás. Al principio es un vacío. Al final es una acumulación de capítulos y ocurrencias (lo que sería un cuento) que compiten por ser la final. <<La prosa es categorial también>>, pensaba Celedonio. <<Cada instante narrado es una especie de categoría, porque no todo momento –si bien son causales— no se corresponden a la perfección.>>
Las estilísticas de Celedonio se hicieron famosas con prontitud en el taller. Despertó tormentas de desdeños. Joselito siempre buscando en su mochila; Carlingas siempre estancado en el vino; las monjas estancadas en el verbo y don Hernán, bioquímico en uvas y viñedos con mención en estancamientos uvales... sin palabras.
Tanto el elogio de las aptitudes como el desprecio de ellas suponen una predisposición a la propia obra. Celedonio gustaba de oír de las opiniones ajenas, y ello más si eran rosas y sonantes. De monjas y Carlingas oía comentarios desfavorables; don Hernán lo suponía alto en verbos y bajo en uvas; Joselito no opinaba por no tener con qué. Los días pasaban y Celedonio veía en las caras de sus compañeros una insatisfacción extraña, como si se les hubiera rociado cual patógeno a sus obras y a sus analistas. Todo parecía maldecido y mal hecho, como si él no deseara en lo más profundo de sí el florecimiento de sus estilos, sus temas y sus ejecuciones. "Textos hojarasca", les nombró.
Para descoserse los agravios, el señor Antúnez repitió aquello que lo había motivado. Ojeó entrevistas dispares, anotando consejos por aquí y por allá. Antes de escribir la primera frase, tenía ya unas cinco páginas plagadas de notas casi ininteligibles. Viéndose Celedonio tan estudiado en la escritura como el elefante en la memoria, volvió a sus atraques literarios. ¡Ah! La literatura nunca debió ser un agravio, ¡sino una necesidad íntima de la inteligencia! Abandonó la poética gofia –rasposa y dulce— que estaba diseñando... por una explosión. Frases largas, párrafos interminables y metáforas circulares.
(Aquellos que están habituados al adolecimiento del conocimiento por bravura de la natura son quienes suelen rumiar una y otra vez entre significados selváticos y vírgenes como el aguijón de un escorpión. Un oscuro escritor no es lo mismo que un escritor ininteligible; en las habitaciones sin luz aún pueden encontrarse cosas. Pero donde todo suma, es porque nada hay.) Celedonio tenía conocimiento de haber sido quizá un rústico. Por fuerza abandonaría todo recuerdo de aquella época. Y haría todo lo posible no por confundir, sino por vendar el cuerpo de la prosa.
Sobre lo dicho, Quevedingas es quien más gustaba de estos aderezos. Decía: <<Tú ya eres lejano entre nosotros>>, mencionaba entre tertulias en el bar o para satanizar monjas, que de vasto le eran barrocas.
ESTÁS LEYENDO
Garrapata pulgosa
General FictionCeledonio es un protomiserable que trabaja para un banquero, y que, por azares de la televisión, se hace escritor. En su travesía por su nueva vida literaria, se le ven anticipados una serie de coscorrones vitales. El amor, el dinero, su oficio y la...