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Cuando Samuel acabó de leer la carta, los dos jóvenes estaban llorando. Dean, casi sin voz, le pidió que le ayudara a levantarse. Estaba tan débil que parecía que no sería capaz ni de llegar hasta la ventana, pero lo consiguió. Descorrió las cortinas, miró al exterior y por primera vez en años de horror, su rostro estalló en una sonrisa.

Porque ahí abajo en la calle estaba Castiel devolviéndole la mirada. Porque el hombre que amaba le había dicho te quiero por primera vez y él le estaba respondiendo, muy flojito, con su aliento empañando el cristal de la ventana.

Castiel nunca pudo oír el "ich liebe dich" de Dean, pero lo sintió en lo más profundo de su alma como una bendición.
En ese momento Dean levantó el brazo a modo de saludo... Y así es como Castiel lo pintó en su último cuadro.

Esa misma noche, un 12 de diciembre de 1916, Dean Winchester falleció.
Tenía 22 años.

El silencio cae en el salón de Eileen como una sentencia. La anciana lo rompe con su voz quebrada.

-Al menos tuvieron ese momento.-Hace una mueca intentando sonreír.-Otros no tuvieron ni siquiera eso.

Al día siguiente de su muerte, Dean fue enterrado en el panteón familiar y Castiel dejó de pintar.
Pero, ¿qué fue de él en ese tiempo? Y lo más importante... ¿cómo acabaron enterrados juntos?

Eileen rebusca en el álbum y me enseña una foto de la tumba de Dean de 1916. Efectivamente fue enterrado solo.
Me da una extraña sensación ver ese espacio vacío al lado de su nombre. Es como si Castiel estuviera destinado a ocuparlo en otra tumba del futuro. Le pregunto dónde puedo encontrar esa lápida, pero la anciana me dice que ya no existe y retoma su relato.

Media ciudad acudió al funeral de Dean. El pequeño de los Winchester había muerto como un héroe e iba a ser enterrado con honores. El oficio tuvo lugar en la Iglesia de la Colina, al lado del instituto de los chicos y el cementerio.
Castiel se presentó a media ceremonia con el alma rota. El cura interrumpió su homilía al verle entrar y todos los asistentes contemplaron con asombro cómo se dirigía al ataúd para darle el último adiós al hombre que amaba.

Pero Castiel no pudo hacerlo. John Winchester se plantó delante de él en el pasillo, lo agarró por las solapas y lo arrastró al exterior. Castiel suplicaba entre lágrimas que sólo quería despedirse. Por toda respuesta, el padre de Dean lo lanzó al suelo y le propinó varias patadas.
Samuel lo contempló todo desde su banco lleno de rabia y culpa, pero no se atrevió a hacer nada. Nadie movió un dedo.

En la calle, la sangre y las lágrimas fundían la nieve bajo el cuerpo de Castiel Novak. El chico se levantó como pudo y juró que jamás volvería a Sighisoara.
La ciudad estaba demasiado llena de recuerdos que no dejaban de acecharle y de vecinos que lo miraban con desprecio. Con Dean muerto, sentía que ese ya no era su lugar y que su vida carecía de todo sentido.

Y cuando la vida deja de tener sentido, lo único que te guía es la muerte. Por eso Castiel volvió a la guerra, que aún estaba lejos de terminar.
Pocos meses antes, Rumanía había entrado en la Gran Guerra como aliada de Francia y Rusia. Transilvania se había convertido en escenario de cruentas batallas, especialmente en la frontera con la actual Hungría.

En esas trincheras volvió a luchar Castiel durante meses... hasta que ocurrió lo inevitable.

Eileen vuelve a rebuscar en su álbum y me enseña un documento en húngaro. Ileana me lo traduce. Era la acta de defunción de Castiel.
En él puedo leer claramente su nombre, su fecha de nacimiento (descubro que fue el 9 de febrero de 1893), la fecha de su muerte (26 de septiembre de 1917) y en el apartado de "observaciones", una palabra que no presagia nada bueno:

"öngyilkosság".                  Suicidio.

Castiel Novak, incapaz de soportar el infierno en el que se había convertido su vida, rota su alma, vacío su futuro, se quitó la vida en una trinchera del frente húngaro. Tenía 24 años.
Fue enterrado en un cementerio militar a las afueras de Oradea (hoy provincia rumana de Crisana) con una sencilla cruz blanca de madera.

Poco más de un año después, la I Guerra Mundial llegaría a su fin, dejando tras de sí 30 millones de muertos. Y dos de ellos, Dean Winchester y Castiel Novak, descansarían durante algunos años más a 300 kilómetros de distancia el uno del otro.

Ileana consulta su reloj. Se está haciendo tarde. Ella tiene que volver al hotel y yo debo volver a Târgu Mures esta misma mañana.

-¿Nos vamos?.-Me pregunta.

¡No! ¡Aún falta lo más importante! ¡La primera pregunta que cruzó mi mente al ver la tumba de Dean y Castiel, la que todos queremos responder! ¿Cómo acabaron enterrados juntos?

Eileen me mira sorprendida y se le escapa la risa.

-¿Pero aún no lo sabes?.-Alcé las cejas.- Muchacho, la respuesta ha estado delante de ti todo este tiempo.

Eileen vuelve a sonreír. Me doy cuenta de que cada vez que sonríe algo muy pequeñito dentro de mí se calma un poco. Esa mujer es un bálsamo.

La anciana levanta la mirada y hace un ademán hacia la pared que tengo enfrente. En ella, un gran cuadro preside el salón. Es un gran retrato de su abuelo. Samuel Vasilescu.

Samuel Vasilescu, el amigo que descubrió la relación de Dean y Castiel en el instituto. Samuel Vasilescu, el culpable de que John Winchester mandara a su hijo a Munich para apartarlo para siempre de Castiel.

¿Pero qué tuvo que ver él con la tumba del memorial? ¿Qué papel jugó en esta historia realmente? El amigo de la infancia de Dean y Castiel jamás se perdonó el dolor que había desencadenado con su indiscreción. El sentimiento de culpa por la inhumana muerte que ambos sufrieron lo acompañó toda la vida.

𝙏𝙖𝙠𝙚 𝙢𝙚 𝙩𝙤 𝘾𝙝𝙪𝗿𝗰𝗵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora