Sin palabras

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—¿Hay algo que tenga ella que no tengo yo? —preguntó con voz apacible y expresión amena acercándose a él—, ¿Hay algo que ella te da que aún no he logrado darte?
¿Tiene ella tu afecto ahora?
¿Vale la pena darle nuestro tiempo a ella?
Su voz resonó en el oído de él, su aliento lo hizo estremecer, la miró un segundo a los ojos, pero luego desvió la mirada, ella le tomó la mano y lo instó a sentarse con ella.
—No me des una respuesta aún—, dijo amablemente ella sentada junto a él en la cama mientras le acariciaba el rostro con una de sus manos—, piénsalo esta noche, y el día de mañana, en la noche me respondes.
—La cena está lista.
Despacio se levantó y caminó hacia el marco de la puerta, lo miró un instante y se dio la vuelta.
Él permaneció sentado observando la silueta que se alejaba, sus largas piernas, su espalda ancha y refinada, su oscuro cabello largo y ondeado, recogido de forma que dejaba al descubierto su nuca y largo cuello, la camisa blanca grande, holgada y traslúcida que le permitía ver a través de ella, mostrando unos curiosos hoyuelos de venus.
Se cambió de ropa con la mente hecha un lío, salió a la cocina y ella le recibió con todo listo, y con su habitual y encantadora sonrisa.
Ambos comieron juntos como era usual, siempre ocupándose de que el silencio y la tensión no apareciera.
—¿Cómo te fue hoy?, anteayer me comentaste acerca del incidente en el laboratorio, siendo sincera, estoy algo preocupada.
—No es muy común que eso pase pero hoy en la tarde logramos resolver una parte del problema, estimamos que para mañana al medio día estará resuelto.
—Me alivia escuchar eso —, sus labios se curvaron hacia arriba levemente y tomó un trago largo de café —, sé que no hace falta que te lo diga pero, ten cuidado —, ella comenzó a apilar los platos y demás trastes con pasividad—, perdona que te moleste pero hoy te toca lavar los platos, no los dejes hasta mañana, ambos tenemos un horario ajustado y no tendremos tiempo de lavarlos junto con los del desayuno al mismo tiempo que nos alistamos.
Ella se levantó de la mesa tranquila y una vez que dejó los trastes en el lavaplatos se volteó y posó su mirada en la máquina de hacer café.
—Quedan al menos dos tazas de café por si quieres un poco antes de dormir o si tienes algo pendiente del trabajo para mañana, sé que ya es tarde pero debo revisar los detalles finales del nuevo proyecto del trabajo que inicié hace una semana atrás para mostrarle al equipo la idea completa, no me falta mucho, descansa.
Dicho esto salió de la cocina, tomó su laptop y un cuaderno de notas negro pequeño junto con un bolígrafo de tinta negra sujetado del resorte, se encerró en su pequeño espacio de trabajo.
Se acostó en el suelo, encendió la máquina y pasó algunos bocetos a la computadora.
Así estuvo por algunas horas hasta que terminó, miró la libreta sintiéndose estática, la visión se le tornó borrosa, dos gotas cayeron sobre la hoja y traspasaron tres hojas más debajo, arrancó las primeras tres y miró la pantalla de la computadora, el rastro de sus dos lágrimas su piel lo había tragado en instantes, al igual que las minúsculas gotitas en sus largas pestañas habían sido absorbidas por estas, una vez que terminó se dio cuenta de lo tarde que era, cerró los programas, apagó la laptop y salió para acomodar las cosas en el escritorio.
Finalmente, lavó su rostro y se acostó mientras se cubría con las cobijas.
Obligó a su mente a callarse y después de algunas horas en vela en las que sólo podía observar la ventana sintiéndose inmóvil, cerró los ojos.



Pensó en ello, realmente pensó en ello, la noche anterior había dormido muy poco.
¿Cómo podría sentirse tranquilo después de escuchar lo que ella le había dicho?
¿Cómo dejar de pensar en ello cuándo dormía a su lado, sentía su calidez corporal, escuchaba su respiración silenciosa; cómo, si ella no mencionó nada, no pidió explicaciones, no se alteró…?
Ella sólo le dejó incógnitas y actuó como cualquier día en casa, estaba confundido.
Se levantó y después de alistarse, tomó las llaves al lado del cuaderno de notas y lo dejó caer, este se abrió y dejó marcas de polvo en dos páginas, pasó sus dedos con suavidad para limpiarlas sin doblarlas o arrugarlas y sintió el papel rugoso, observó bien la hoja por unos segundos, luego, terminó de limpiar el cuaderno, lo cerró y lo dejó donde estaba.
Toda la mañana pensó en eso aún mientras trabajaba.
Algo quería decirle ella, sin necesidad de hablar mucho, la conocía y sabía que detrás de su naturalidad, habían muchos pensamientos…
Él sabía lo que quería, o eso pensaba, pues cuando la escuchó acostarse en la cama y sentirla tan ligera, después de decirle que analizara la situación, podía entender que ella no rechistó, pero tampoco se rindió.
Si bien él fue ingenioso para ocultarlo, ella de alguna manera lo supo; él estaba casi, casi seguro de que aunque ella no armase un escándalo porque era una persona amena y con gran ética y moral, definitivamente no le daría tiempo de decirle nada, fuese lo que fuese que él quisiese decir. La imaginaba indiferente, tomando una taza de café o té en la terraza al lado de la habitación principal mientras él rondaba por la casa y aproximándose el final de la noche, ella le daría a escoger entre el divorcio o una convivencia independiente y civilizada.
Ella lo había sorprendido con su reacción, no creía que fuese que no le importara lo que sucedió, si ella le hubiese pedido una explicación entendería su forma de actuar. Pero al no pedir un porqué, lo dejaba sin opciones, sólo la de responder unas preguntas. Preguntas que tenían más significado del que parecían tener.
La mayor parte del tiempo pasó mortificándose pensando en cómo debería decirlo, nunca se había encontrado en tal situación. Ambos no eran de hablar demasiado y aún así se comunicaban bien, no sabía si se debía a ambos o a ella, pero aparte de meterse con una mujer que no debía, nunca habían tenido una pelea o disgusto tan grande que no pudiesen entenderse, se ignorarían por días quizá pero ambos siempre se daban espacio entre sí para meditar y volver a discutirlo.
Miró la hora, las cinco, era tiempo de regresar.
Salió del edificio y tiempo después abrió en silencio la puerta de la casa, las luces estaban apagadas en toda la casa, caminó hacia la habitación, la puerta estaba abierta y desde el marco, levantó la mirada y la encontró bebiendo té en su taza transparente favorita de porcelana gris oscuro, tenía los ojos cerrados y su cuerpo estaba ligeramente apoyado en la pared que separaba la habitación de la gran terraza, desde el lado de afuera, era una noche muy fría y el viento azotaba con fuerza, dejó sus cosas en la mesa de noche, junto con las llaves, salió a la terraza y se acercó a ella. Su cabello un poco alborotado contrastaba bien con su camisa holgada entre abierta, que, como si fuera un escote, dejaba ver el relieve de en medio, sus senos descubiertos y las arrugas de la tela, para él eran indicios de que había llegado muy exhausta a pesar de salir temprano y que hacía poco se había levantado de la cama.
Ella escuchó sus pasos y abrió los ojos, su mirada y expresión vacías y abstraídas, desaparecieron. Sus labios se curvaron con gracia y sus ojos rasgados dejaron ver una chispa centelleante en dirección a los ojos de él, sintió su corazón desacelerarse, la calma lo inundó, había olvidado cuán amena y agradable era su existencia cuando ella estaba.
¿Acaso esa sonrisa era la misma que le daba a los demás?
No, esa, tan bella, debía ser para él.
—Regresaste más temprano de lo usual, ¿te fue bien hoy? —, preguntó mientras dejaba la taza sobre la mesilla de vidrio y se acercaba lento a él, acarició su mejilla lento, apenas un roce y retiró su mano lentamente, ella le estaba dando su espacio, como siempre.
—Sí, por eso salí temprano —, respondió mirando su hombro desnudo, acortó la distancia entre ambos y la abrazó sujetándola de la cintura con una mano, con la otra acarició su hombro, subió a su cuello y se detuvo al llegar a su nuca, al sentir su tacto ella cerró los ojos pero despacio los abrió de nuevo para mirarlo… sus ojos se encontraron.
Él comprendió que ella estaría en silencio, pero estaría esperando respuestas, las necesitaba.
Y él no podía quedarse callado.
“¿Cuál era la pregunta?…
Eran varias…
No, no hay nada en especial.
Chaparra, rostro bonito, buen cuerpo, grandes proporciones, muy proactiva…”, pensó él.
Alzó sus brazos pasando por sus costillas, ella recorrió con ellos el camino de su espalda, deteniéndose por la escápula, en respuesta, él tiró de ella de nuevo hacia él sin ser brusco hasta que la distancia entre sus cuerpos fue inexistente.
Él observó aquel cuerpo que yacía sujeto al suyo…
“Quizá es mucho más delgada y bastante alta, no obstante, posee las proporciones precisas, perfectamente esbelta”, pensó mirándola, subió la mirada hacia ese rostro pacífico y firme, esos ojos oscuros enmarcados en unas gruesas y rectas cejas que en ese momento le parecieron estar tan llenos de él, y esos labios resaltados, carnosos. Mientras, sentía aquellas manos en su espalda explorando despacio.
Ella acarició con delicadeza y firmeza aquellos labios gruesos que la hacían delirar, él estaba atento a los ojos de ella, fijos en sus labios, ambos eran malos con las palabras, pero tenían conversaciones con sus ojos, con sus acciones, un entendimiento tan propio de ambos.
“Thavda es…
es beldad pura,
puede hacer y es todo lo que nadie hará ni será,
tiene más que mi afecto,
Thavda posee todo”.

AEDION ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora