Capítulo 2.

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El frío hizo que Elías se arrastrase por la cama hasta encontrar el endredón, que se había caído al suelo. Una vez envuelto de nuevo en este, dirigió su mirada hacia el despertador, que marcaba las seis de la mañana en grandes dígitos color verde fosforito. Todavía le quedaba una hora para tener que levantarse para ir al instituto.

Bostezó y su mirada se deslizó hasta una fotografía enmarcada en negro situada junto al reloj. Estiró el brazo para cogerla y verla más de cerca. Esa foto había sido tomada diez años atrás, el día de su séptimo cumpleaños. En ella podía verse a una mujer pelirroja junto a un niño con un color de pelo similar, quizá un poco más amarronado. Ambos sonreían a la cámara, posando al lado de una enorme tarta con las velas aún encendidas. Elías, de una forma más inconsciente que consciente, acarició la mejilla de la mujer de la fotografía con la yema del pulgar. Inmediatamente, la retiró del golpe, como si el simple contacto con el cristal le quemase.

Suspiró y cerró los ojos con fuerza, intentando vaciar su mente y dejarla en blanco.

Un año y medio después del accidente y la sensación de axfisia aún hacía acto de presencia cada vez que pensaba en ella. Había momentos en os que Elías realmente creía que jamás se iría, aunque rezaba porque no fuese así. Lamentablemente, la única solución que había encontrado a su problema era no pensar en él.

Después de respirar hondo un par de veces, abrió los ojos y se puso en pie. Se estremeció de arriba a abajo a causa del frío. Miró por la ventana y se recordó a sí mismo el empezar a dormir vestido con algo más que calzoncillos; Noviembre llegaría en apenas dos semanas y no quería convertirse en un cubito de hielo humano.
Se encaminó hacia la ducha y dejó que el agua caliente y el vapor le cubriesen.

Unas horas más tarde Elias miraba la ciudad pasar a travás de la ventana del autobús, que se empañaba y desesempañaba al mismo ritmo que su respiración, causante de esto. Siempre le había gustado el trayecto en autobús hacia el instituto. Le gustaba ver una versión dormida de la ciudad, despertándose poco a poco. Le gustaba como los primeros rayos de luz iluminaban perezosamente las fachadas del casco antiguo. También le encantaba observar a la gente que viajaba con él, la gran mayoría adormilados pero todos completamente distintos unos respecto a otros.

Sacó la cámara de fotos que siempre llevaba consigo y capturó el momento en el que el autobús pasaba junto a un edificio antiguo abandonado. Alguien había pintado un graffiti de un chico escuchando música con unos enormes cascos. Lo cierto es que era realmente bueno. Por eso, no entendía que cosas como esas fueran consideradas vandalismo, ¿acaso un cartel anunciante pegado a la pared no era básicamente lo mismo?

El autobús dió un brusco parón y Elías se apresuró a guardar la cámara y salir a la calle. Atravesó la masa de estudiantes que se arremolinaban a las puertas del instituto para reunirse y hablar o, en muchos casos, fumar antes de que empezase la primera clase.

De camino al aula de filosofía intercambió saludos con algunos compañeros. Se sentó en el mismo sitio en el que habituaba a hacerlo, casi en la última fila y pegado a la ventana, y se limitó a observar de reojo como la gente iba entrando en el aula en parejas o en pequeños grupos, hablando y riendo.

Esto hizo a Elías suspirar; hasta la mitad del curso anterior él habría entrando así en lugar de estar sentado solo, enfundado en su gorro negro. En vez de pasarse el día en silencio, estaría riendo junto a Alex y Miriam, unos mellizos había conocido cuando aún estaba en preescolar y a los cuales había estado muy unido.

Los tres lo había compartido todo, desde sus problemas hasta una hilera interminable de bromas y chistes malos. Habían apoyado y acompañado a Elías cuando su madre murió, animándolo para que no se pasase el día deprimido y llorando por las esquinas. Desgraciadamente, la empresa de informática en la que trabaja el padre de los hermanos le había traslado a Chile, alejándolos de él. Desde entonces, Elías solo hablaba con ellos por correo electrónico y mensajes de whatsapp. Tampoco había conseguido hacer nuevos amigos, con el significado completo de la palabra.
Echaba de menos poder conversar con alguien de la misma manera como lo había hecho con los mellizos.

Tras sólo dos meses de clases aún albergaba la esperanza de encontrar a alguien con el que compartir algo más que saludos mañaneros, y le quedaba el resto de lo que sería su último curso para lograrlo. Pero primero debía encontrar a alguien que no lo mirase con cara de pena por ser medio huérfano o con cara de asco por pensar que era un bicho raro.

'Ningún amigo y dos horas con una profesora aburrida y borde, estupendo', pensó amargamente mientras veía como esta entraba por la puerta y se acercaba a la tarima.

Alas de papel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora