1. La fruta que daña.

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"A veces, las mejores frutas contienen el jugo más agrio."

🔥Alice Walker🔥

La mañana estaba fresca, llena de alegría. El viento resoplaba de una manera agradable, mientras los árboles se estremecían levemente. Los pájaros cantaban cánticos que, a mis oídos, les parecían dulces. Y el cielo, de color azul intenso, me sonreía. La distancia desde mi casa hasta la parada de autobuses me parecía agotadora, pero era mi primer día de clases. Tenía que caminar. Despeinada, con la falda arrugada, la chaqueta desabotonada, zapatos empañados y medias disparejas, caminaba relajadamente hasta ver el autobús realizar su primera parada. No esperé para subirme, olvidando que traía la mochila abierta, y se había quedado colgada de un pequeño hierro de la puerta. Escuché risas y murmullos, pero ya me había acostumbrado a escucharlas. Así que solo la descolgué y dirigí mis pasos hasta la parte de atrás, a lo que le llamaban "cocina". Me acomodé en un asiento sin darme cuenta de quién estaba a mi lado. Por último, saqué un libro para distraerme unos minutos.

Solía marearme en los viajes, y lo último que quería era salir por las redes sociales. —"Vivirás en mí" era el nombre del libro. Me bastaba con tan solo sentir la esencia del romance y la fantasía dentro de cada página...

El chófer encendió la máquina y nos fuimos.

Justamente cuando empezaba a sumergirme en el capítulo más emocionante, sentí como un molesto peso cayó encima de mi hombro. Traté de empujarlo sin darle mucha importancia, pero volvió a caer de nuevo. Me detuve por un segundo de leer, buscando con mis ojos de qué se trataba, y ahí estaba: ¡aquel extraño chico de cabello castaño! Recostado de mí mientras tomaba una profunda siesta. Iba a levantarlo, pero se veía tan hermoso dormido que decidí no interrumpir sus sueños y seguir leyendo.

El trayecto siguió ligero hasta que llegamos a la secundaria y los estudiantes empezaron a salir ansiosos por conocer el lugar, pero yo aún no bajaba. ¡Aún estaba buscando la manera de cómo despertar al chico!

—Oye... ¿me escuchas? —hablé bajo, tocando su cabeza, pero él no parecía escucharme. Suspirando tímidamente, levanté su rostro con cuidado hasta lograr una reacción de su parte.

—¿Humm? —él solo se quejó, volviendo a acomodarse, pero esta vez entre mi pecho.

—¡Oye, no hagas eso! ¡Despierta! Ya hemos llegado. —volví a repetirle, volviéndolo a levantar hasta lograr que obedeciera. Nos levantamos y bajamos del bus. Me alejé de él para seguir caminando hasta la puerta de la secundaria. Una vez adentro, los chicos empezaron a leer unos carteles que contenían información sobre las secciones. Hacían tanto ruido que parecían niños pequeños. Por eso, yo solo me quedé observando desde lejos.

La verdad, nunca me había gustado estar en grupos, y tal vez eso me hacía diferente a los demás. De pronto, saltó el recuerdo del chico anterior y lo busqué con la mirada, pero él solo estaba tendido en un banco. ¿En serio? ¿Ni siquiera se disponía a conocer algún lugar? ¿Siquiera ver su nombre escrito en la lista o preguntar algo? ¡Qué extraño era! Aunque admito que yo tampoco había hecho nada. Dejando de lado el tema, me senté a leer en uno de los bancos que estaban a unos pasos de él, pero no lograba concentrarme. Así que cerré el libro por segunda vez para acercarme a él.

—¿Disfrutas de estar solo? —pregunté tratando de obtener su atención.

Él me miró desde el banco, algo serio, mientras relamía sus labios.

—A costa de no hablar lo indebido, suelo disfrutarlo. —desvió la mirada hacia un gran árbol de cerezos que estaba al lado del banco—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te sientes mal?

Maravillada por su respuesta, negué con la cabeza tímidamente, buscando dentro de mi abecedario incompleto una palabra exacta que encajara correctamente con la suya. No me consideraba un robot, pero solía trabarme con mi propia saliva de vez en cuando, y en ese momento era lo último que quería.

—Es que me pareció extraño que todos estén platicando, mientras tú solo estés aquí en silencio... entre la soledad.

Él alzó la ceja de mal gusto mientras se levantaba de golpe.

—Si no socializo mucho —hizo una pausa—, es porque las personas me dan alergia. —pronunció burlón, haciendo que yo abriera los ojos más de lo normal.

Fue tentador preguntar la causa de su reacción, pero no era tiempo de interrogarlo. Así que solo asentí, volviendo a meter la cabeza en mi libro. Tal vez era lo mejor que podía hacer frente a esa actitud.

El timbre nos indicó la hora de ir al aula.

Tomé asiento al fondo, y creo que no fui la única en elegir ese lugar.

Abrí una de las libretas que iba a utilizar para nombrarla, pero el tacto de unos fríos dedos recorriendo parte de mi cuello no lo permitió. Exaltada por la imprudente acción, volteé a ver qué sucedía, y mis ojos se encontraron con el chico de antes. Me miraba de una manera, ¿extraña? ¿misteriosa? ¡No lo sé! Tenía unos hermosos ojos azules, una nariz fina y respingada, unos labios rojos finos como si fueran de chicas. Por último, aquel piercing en su nariz le quedaba perfecto. Hasta ahora me había fijado bien en su rostro.

¿Dónde estaba la ley en ese momento?

—Hola de nuevo. —saludé—. ¿Puedo ayudarte en algo? —cuestioné, mirándolo confusa, sin olvidar las palabras que había dicho anteriormente. Él sonrió.

—No, solo me agrada la suavidad de tu cuerpo. —dijo tan leve que pensé que había entendido mal. ¿Cómo podía hablarme de un tema tan serio, como si fuera algo tan simple?

—¿En serio, te agrada? —contesté, girándome por completo hacia él, dejando de lado mi acción anterior.

—Sí, me agrada. ¿Es malvavisco? —preguntó, recostándose de manera tierna sobre su mesa, mientras la claridad de la ventana resaltaba en sus ojos.

—No. —negué—. Es vainilla. Mi crema favorita. —sonreí, dando por terminada la conversación, pero para él, apenas empezaba. A medida que trataba de entender las clases, él empezaba a jugar con mi cabello. Realmente se sentía lindo, pero molestaba.

El receso llegó pronto, así que quise aprovecharlo. El jugo de limón refrescó mi garganta de una manera agradable ante el viento que besó mi rostro, erizando parte de mi piel. A lo lejos, la figura del castaño se hizo curiosa ante mis ojos; estaba dibujando entre un pequeño grupo de personas que desaparecieron al unísono cuando me acerqué. ¿Tan fea me veía?

—Oh, qué bien dibujas. —dije, notando un pequeño parentesco a mí en el rostro que había dibujado en la hoja cuadriculada.

—La verdad no dibujo tan bien. —rió él, sacando un cigarro para llevarlo a su boca mientras fijaba su mirada en mí.

—Claro que dibujas muy bien, y lo digo porque... —sin darme cuenta, se había cortado mi voz. ¿Qué? ¿Realmente estaba fumando? ¡Tenía que ser una broma! ¿En la secundaria? ¿Tan públicamente? Mi asombro fue tan grande que pensé que me tragaba la lengua por un instante.

—Oye, ¿por qué haces eso? —fruncí el ceño.

—Porque me gusta, niña. Si no, ¿por qué más lo haría? —me dijo con normalidad. Pero su tono no fue normal; había cambiado.

—Cierto, pero... ¡te hace daño en los pulmones! —alarmada, chillé como solía hacerlo en cada una de las situaciones graves que pasaban a mi alrededor.

—Te equivocas. —caló un poco del cigarrillo—. A veces, las personas hacen más daño que las mismas sustancias químicas. —una vez más me asombró su respuesta, y cuando lo miré bien, ya no tenía el cigarro. ¿Se lo había fumado tan rápido? ¿Acaso era adicto a hacerlo?

Quise obtener una respuesta, pero sacudió su cabello y desapareció ante mis ojos.

La fruta que te daña no es la agria. Es la dulce que te emboba y no puedes dejarla hasta que te agitas.

El Monstruo Eras Tú{Mejorada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora