Sentada en el muro, tenía los ojos clavados en Kimi, que ya caminaba por el garaje preparado para la carrera.
Se le notaba nervioso, tal vez porque su qualy del día anterior no había sido buena con respecto a lo que estaba acostumbrado.
-Lo vas a desgastar si sigues mirándolo así, cariñín.
-Está muy guapo- dije, ahogando un suspiro de frustración mientras retiraba la mirada.
-¡Pero si lo ves todos los días, nenita!
-Verlo con el casco es otro mundo- sonreí de lado, volviendo mi vista a las pantallas del muro.
-¿Has hablado con él?
Negué con la cabeza.
-Pero estás enfadadita- intuyó.
Efectivamente, no me sentaba nada bien tener a Minttu en el Paddock, pero tampoco podía hacer nada, ni siquiera hablar con Kimi ¿con qué derecho? ¡Era su mujer! Yo estaba hundida, aplastada por un tacón de aguja de 15 centímetros de una marca de zapatos que no podría permitirme ni con todos mis sueldos del año.
La susodicha estaba ahora refugiada en el hospitality, alegando estúpidamente que el garaje olía demasiado a gasolina. ¿A qué iba a oler si no? ¿A rosas?
Estaba demasiado centrada pensando en la exclusividad de la elegantísima mujer del piloto finlandés como para darme cuenta de que ya había salido medio equipo hacia la parrilla de salida. Con un grito de Frederic puse a punto todas las pantallas del muro, y suspiré, esperando que el semáforo no tardara en apagarse, y los rugidos de los veinte fórmulas inundaran las metropolitanas pero siempre clásicas calles de Baku.
Una marabunda de gente atravesaba el pitlane, no me costó mucho ver quién iba en el centro, rodeado de fans y peridodistas, debía ser complicado pasear por el gran premio intentando ocultar tu metro ochenta y cuatro, o por lo menos, parecía que para Mark Webber no estaba siendo sencillo.
Era un tipo magnético, con carisma, ni siquiera me extrañaba el palmarés de victorias -en todos los sentidos de la palabra- que había conseguido a lo largo de los años.
Para cuando Mark desapareció en el horizonte del pitlane, los monoplazas comenzaban a llegar tras la vuelta de formación, colocándose cada uno en su lugar de la parrilla.
Los semáforos se apagaron junto a un grito ahogado del público, y, tras unos segundos que se me hicieron eternos, comenzó la carrera del Gran Premio de Baku.
Mis ojos se colaban a través de la valla que separaba el muro del circuito cada vez que el Alfa Romeo con el número 7 volaba por la recta principal, era el único momento en el que me permitía pensar en él; el segundo en el que pasaba por delante de mí a centenas de kilómetros por hora. El resto del tiempo lo dedicaba a los números, a los sensores y la telemetría, básicamente, a ganarme mi sueldo.
Al volver mi mirada al garaje, recordé que en aquel momento, un oso de peluche gigante estaría disfrutando de la comodidad de mi cama del hotel. ¿Quién habría sido? Solo llevaba una tarjeta:
"Porque no mereces sentirte sola".
Suspiré, ¿tan fácil era leerme? Tal vez el remitente me conociera demasiado bien...
-Mai, el coche se va mucho en las curvas- la radio me llevó de vuelta al muro de Baku.
-¿No has dicho que iba perfecto?
-Pues ya no.
-Déjame mirarlo.
Las líneas de telemetría se mantenían en su lugar, todas menos una.
Ni una carrera tranquila, ya lo tenía asumido.
Baku era un circuito de muy poca carga aerodinámica, y así habíamos configurado todos los alerones. Ya de por sí, el coche no debía ser muy estable en las curvas, no con toda la sustentación que estaría sufriendo, pero por si las complicaciones propias del circuito no eran suficiente, el DRS de nuestro coche se había quedado atascado, cómo no, abierto.
-Kimi, llevas atascado el DRS.
-¿Cómo?
-Que no cierra.
-Bwoah.
-¿Puedes aguantar hasta la parada de la vuelta 14?
-Sí.
Efectivamente, el piloto aguantó hasta la vuelta que teníamos pactada para el pitstop. Paró en la vuelta 14, los chicos le montaron las gomas duras y cerraron de forma manual el alerón.
-No tienes el DRS disponible- le dije por radio.
-Bwoah.
Bloqueé el drag reduction system desde el muro por si al piloto se le iba el dedo y suspiré.
El resto de la carrera no tuvo mucho misterio; entre que Kimi no estaba fino, y que el tema del DRS nos quitaba mucha velocidad, el Alfa Romeo con el número siete cruzó la línea de meta en decimoséptima posición.
Cuando el finlandés llegó al garaje, cabizbajo y aún sin quitarse el casco, Minttu lo recibió con un excesivamente efusivo abrazo, que hizo al chico quejarse.
-¿Has ganado?- le preguntaba ella mientras se quitaba el casco.
La finlandesa acababa de llegar del hospitality, y había pedido unos cascos, en un vano intento de que alguien se creyera que había pasado en el garaje toda la carrera.
-¿No ves que no?- la miró él.
La cara de la mujer esbozó una sonrisa hipócrita, murmurando entre dientes algo que no pude oír.
Kimi la miró a los ojos, y sujetándola por la cintura la besó con cuidado.
Mecánicos e ingenieros se miraban entre ellos, incapaces de descifrar aquella situación. Ray me había dado la mano con fuerza, y alternaba su mirada entre la pareja y yo.
Apagué todas las pantallas del muro, intentando entretenerme con algo que no me hiciera pensar en lo que no debía.
En cuanto pude, me escabullí hacia el hotel, sabiendo que si me quedaba en el box, sería demasiado fácil de encontrar.
No tenía ganas de hablar, no tenía ganas de hacer nada. Me metí en mi habitación y me tiré en la cama, abrazando al oso de peluche que allí me esperaba.
-Parece que sí que me haces falta- le dije al oso, sabiendo que no me iba a contestar.
-¿Cómo se me ocurre?- le pregunté al aire -Tengo que ser idiota, no hay otra opción- me reí de mí misma, prácticamente por no llorar -¿Acaso no lo sabías ya, Mai? ¿No lo has visto venir? Imbécil, eres imbécil- me repetía, mientras intentaba sujetar todos los trozos de alma que se me iban rompiendo.
-¿Desde cuándo te pones así por un gilipollas? ¿Desde cuándo Mai?- mi voz rasgada se rompía en el silencio de la habitación, mientras mis lágrimas empapaban la suave tela del peluche.
Contaba las horas, la noche había caído en la capital de Azerbaiyán y yo no paraba de preguntarme qué me estaba pasando, por qué me estaba afectando tanto aquella situación.
Dio la una de la madrugada, y mis ojos se negaban a cerrarse.
A las dos, mi estómago me recordó que no había cenado, pero para cuando dieron las tres ya se me había olvidado.
A las cuatro, cuando el aplastante silencio de la habitación empezaba a caérseme encima, llamaron a mi puerta.
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[Fórmula 1]
Ficción GeneralDime, ¿Puede algo que jamás te importó, convertirse en el pilar más importante de tu vida?