El caos reinaba en el ambiente. La persecución había empezado. Las calles atestadas de alfas desesperados, ya no eran seguras y salir ya no era una opción para los escasos omegas que aún existían.
Sin embargo una pequeña criatura ajena a toda la consternación externa, estaba atrapada en su mundo de ensoñación jugando con su lobito de peluche. Mientras tanto una desesperada mujer clavaba bloques de madera en todas las posibles vías de ingreso, al tiempo que impaciente aguardaba el regreso de su esposo.
Una vez que había llegado la noticia de que los omegas se estaban extinguiendo, los lobos de todos los alfas los habían poseído, comenzando con la cacería de omegas. Por lo que cualquier mínimo aroma que delatara el paradero de un omega, podría ser fatal para este.
—Jimin, ven acá— habló la mujer, una vez terminó su labor, captando la atención del pequeño.
Éste rápidamente obedeció corriendo hacia ella mientras abrazaba su peluche.
La mujer enternecida, por la acción del menor le sonrió. Buscó en su bolsillo, bajo la mirada expectante del pequeño, y sacó un envase de este. Lo abrió y vacilando un poco dejó ver dos pastillas.
—Tómalas— se las tendió
El pequeño dudó pero las aceptó.
—¿Qué es esto mami? ¿estoy enfermo?— preguntó con genuina curiosidad, ladeando la cabeza mientras observaba los fármacos.
—No cariño son...—pensó— son vitaminas para que seas un lobito fuerte— mintió acercándole un vaso con agua.
Lo cierto era, que no se trataba de vitaminas, sino de supresores. Jimin era un omega y uno muy especial. Desde el embarazo el pequeño desprendía un delicioso pero potente aroma y aunque tan solo tenía cinco años y no se había presentado aún, era un hecho que el pequeño sería un omega. Y el potente pero delicioso aroma que en un principio creyó una virtud para su niño ahora se veía más como una maldición. Por lo que debían esconderlo.
Aunque claro está que los supresores no estaban hechos precisamente para niños y la mujer lo sabía pero la situación era crítica y debía mantenerlo a salvo.
Sabía de algunos alfas que eran tan agresivos que en su celo, a falta de omegas, habían sometido a otros alfas más jóvenes a la fuerza, y aquello la aterraba de sobremanera al pensar en su pequeño niño.
Jimin intentó tomar primero una de las pastillas pero fracasó.
—No puedo— se quejó— son muy grandes ¿no hay vitaminas en jarabe cómo las otras?
—No, esta es una vitamina especial y sólo es así.
El menor puchereo e iba a intentar pasarlas de nuevo pero la mujer lo detuvo.
—Mira así podrás tomarlas— dijo fragmentando las pastillas en varios pedazos —pero debes tomarlas todas.
Esta vez el menor las pasó sin dificultad y ella también se tomó tan solo una porque su aroma era más sutil que el del menor.
El tiempo pasaba y su esposo seguía sin aparecer. Había ido en busca de algunos víveres, a pesar de las constantes negativas de la omega, alegando que si no era capaz de proveer alimento para su propia familia, entonces no servía como alfa.
La omega aún preocupada, decidió que lo mejor sería esperar en el sótano para mantener a su pequeño omeguita a salvo.
—¿Vamos a dormir acá?— preguntó el menor observando todo a su alrededor con curiosidad
—Si— respondió la mujer— armaremos un campamento acá en cuanto llegue tu padre— sonrió para transmitirle tranquilidad.
Los ojos del menor brillaron de alegría.

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El último omega - Yoonmin
Fiksi PenggemarPor años el rapto indiscriminado de omegas para su próximo cautiverio en centros clandestinos de prostitución se convirtió en un negocio rentable. Pero las condiciones de vida a los que eran sometidos eran tan deplorables que su expectativa de vida...