Sir Arthur Conan Doyle
El valle del terror
Ateniéndonos a las pautas de textos de Doyle, Sherlock Holmes nació el 6
de enero de 1854. Su padre era un hacendado inglés y su madre descendía de
una estirpe de pintores franceses. Tiene un hermano, Mycroft, que gracias a las
portentosas facultades para gestionar ingentes cantidades de información que
posee, trabaja casi anónimamente como coordinador general e informador
interno de los asuntos del gobierno británico.
Sherlock Holmes parece haber sido un estudiante en la universidad,
probablemente la de Oxford, pero sin duda no Cambridge. Tras su graduación,
se aloja cerca del Museo Británico para poder estudiar las ciencias necesarias
para el desarrollo de su carrera posterior. Conoce a Watson en 1881, en el
hospital Saint Bartholomew. Rehúsa el título de sir, pero acepta la Legión de
honor.
Su gran enemigo, también de extraordinarias facultades intelectuales, es el
profesor Moriarty, quien llegó a acabar aparentemente con la vida del eminente
detective en la cascada de Reichenbach, Suiza (La aventura del problema final).
Doyle tuvo que optar por resucitar a su héroe cuando miles de lectores
protestaron llevando crespones negros en el sombrero en señal de luto. Sherlock
Holmes reaparece en el caso La casa vacía (La reaparición de Sherlock Holmes,
1903).
Tras una carrera de 23 años, de los que Watson compartió 17 con él,
Holmes se retiró a Sussex, donde se dedicó a la apicultura, y llegó a escribir un
libro titulado Manual de apicultura, con algunas observaciones sobre la
separación de la reina, y también, casi casualmente, resolvió uno de sus casos
más complicados: La aventura de la melena del león (1907). Posteriormente a su
jubilación como detective se dedicó dos años a preparar concienzudamente una
importante acción de contraespionaje poco antes del inicio de la Primera Guerra
Mundial. Nada más consta sobre él a partir de 1914.
Primera parte. La tragedia de Birlstone
1. La advertencia
—Estoy inclinado a pensar… —dije.
—Yo debería hacer lo mismo —Sherlock Holmes observó
impacientemente.
Pienso que soy uno de los más pacientes de entre los mortales; pero
admito que me molestó esa sardónica interrupción.
—De verdad, Holmes —dije con severidad— es un poco irritante en ciertas
ocasiones.
Estaba muy absorbido en sus propios pensamientos para dar una
