t r e s

5 0 0
                                    

La alarma de Mateo sonó, y cuando estiró su mano para agarrar su celular y apagarla vio su demacrado reflejo en la pantalla negra del dispositivo. Su pelo estaba extremadamente despeinado, sus ojeras eran tan violetas como el vino, aunque su piel tenía un inusual color blancuzco .
Sentado en su cama, evaluó como se sentía: le dolía la cabeza como nunca antes le había dolido, sentía la boca seca y el simple movimiento de agarrar su celular le generó un dolor insoportable.

Que se sienta de esa forma no era casualidad: La noche anterior había asistido a la fiesta de electrónica más grande de la ciudad y, por supuesto, había bebido de todo: cerveza, vino, whisky, ron, mojitos, margaritas, y montones de tragos más que no lograba recordar. Claramente tenía una resaca de esas que solo se viven una vez.

No podía permitirse faltar a clases. Tenía demasiadas inasistencias. Un par más podrían costarle el año. 
Juntó coraje  y se levantó de la cama. Fue directamente al baño a tomar varias pastillas para el dolor muscular, para la jaqueca, para los mareos, para el sueño... Claro, todo era homeopatía, porque a su madre la atendía un señor viejo y hippie que le recetaba extractos de plantas y ese tipo de porquerías naturalistas. Mateo no creía que funcionaran, pero era lo más parecido a un remedio que había en su casa. 

Bajó las escaleras y, con muchísima dificultad, preparó un té. Mientras esperaba que el agua hierba, se sentó en el mullido sillón marrón del estar de su casa. Se sentía verdaderamente terrible.
Cuando el agua hirbió, se dirigió con extremo cuidado a la cocina. No sabía cómo iba a sobrevivir ese día, pero, por primera vez en muchísimo tiempo, estaba decidido a ir a clases.
Sirvió el té de tilo en una taza y lo tomó lentamente, de a pequeños sorbos.
Cuando terminó de desayunar, se fijó la hora: diez minutos tarde. De todas formas, decidió no preocuparse. El simple hecho de moverse le generaba muchísimo dolor como para, además, preocuparse en llegar en hora.

Tomó su mochila. Estaba pesadísima, puesto que generalmente lleva todos los cuadernos y libros para no gastar tiempo guradando cada uno, pero se dio cuenta de que no estaba en el mejor estado para cargar tres kilos en la espalda, por lo que optó por sacar casi todas sus pertenencias de la mochila.
Apoyó todos los libros y cuadernos menos dos sobre su escritorio, y se puso la mochila en la espalda: finalmente estaba listo para salir.

Agarró sus llaves y bajó el ascensor.
Cuando abrió la puerta, los sonidos de la avenida en la que vivía lo aturdieron completamente. Intentó, a pesar del malestar, caminar hasta la esquina, pero no fue capaz.
–No, no puedo hacer esto. Me siento como la mierda. –se dijo, dió media vuelta y volvió a entrar al edificio.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 12, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

krypsoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora