Capítulo 3 - El Toque y el Sí

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Flexiono y estiro sus brazos sosteniendo el arco, sopesandolo y familiarizándose con su tamaño. Era perfecto como era de esperarse, y como comprobó desde el primer día, parecía que había sido hecho especialmente para él. Aun cuando sintió como en realidad se había convertido en el arma perfecta y adecuada para su gusto. La levanto y tenso la cuerda hecha de tendones, fibrosa y fuerte. Era cómodo y natural, Ganimedes sintió tal familiaridad que le daba la sensación de que había estado toda su vida practicando con ese arco.

Recogió una de las flechas, madera de oscura y plumas de ganso en la culata, con una punta hecha de un metal trabajado en forma triangular, y la coloco contra el arco de Hefesto. Miro hacia su objetivo: una tela gastada de color blanco con un único círculo en todo el centro, colgada sobre la pared de piedra del patio de entrenamiento del palacio.

Inhalo.

Se posiciono a veinte metros de distancia y respiro, su mano rozó contra la comisura de sus labios mientras tensaba el arco y sin inclinar a cabeza un ápice. Sus dos ojos abiertos mirando con fijeza el punto. Sintió el viento en su piel, ligero y suave.

Exhalo.

Soltó la flecha y esta voló con un zumbido que resonó sutilmente por el patio vacío, rápida y fulminante, luego un golpe quebrado de piedra rompiéndose y la flecha quedo clavada hasta las plumas de ganso contra el grueso de la piedra, empujando la tela que había sido perforada junto en el centro del círculo.

Hubieron aplausos repentinos e inesperados, lentos pero constantes, que hicieron eco en contra las paredes.

—Excelente tiro, hermano.

Ganimedes se giró y vio a su hermano Ilo, caminando desde la entrada arqueada con una sonrisa brillante y aun aplaudiendo. Ilo, hijo mayor del rey Tros y la reina Calírroe y por lo tanto heredero de Dardania, era de apariencia vigorosa y atractiva. El príncipe heredero, al igual que el segundo hijo Asáraco, había heredado la mayoría de las características de su padre: El cabello oscuro y rizado, la nariz recta, la barbilla fuerte, los hombros anchos y el carácter necio pero benevolente. El único rasgo de Ilo que se parecía a su madre habían sido los ojos, grises como las nubes de tormenta, que solían brillar como si un relámpago saliesen de ellos.

—Ilo —dijo Ganimedes, dejando el arco de lado y acercándose hasta su encuentro— Volviste antes.

—Tenía que estar aquí antes de tu partida, por supuesto —y lo abrazo, palmeando con fuerza su espalda— Cumplirás catorce años e iras al monte Ida. No te veremos por un buen tiempo.

Ambos hermanos comenzaron un forcejeo amistoso, el cual se resumía con el gran peso de los músculos de Ilo haciéndolo exclamar su rendición. Ilo ya era todo un hombre y a Ganimedes aun le faltaban algunos años para serlo y más años para alcanzar esa contextura. El joven príncipe se alejó jadeante pero sonriente.

—Me alegra que pudieras llegar. Necesitare concejo ante los duros años de exilio a los que me enfrentare.

—Duerme lejos de los bosques, alimenta bien a tus perros y no dejes que ninguna maldita oveja se tire por algún risco. El resto lo tendrás por tu cuenta —luego miro hacia el arco apoyado sobre la mesa de madera pesada donde estaban otras con las que Ganimedes practicaba— ¿Me dejas verla? —El joven rubio asintió y fue en busca del arco, entregándoselo a su hermano— Waoh, esto sí que es otra cosa. Se siente el poder con tan solo portarla. Aunque un arco no es nada sin el guerrero que lo tense —y le miro— Y no cualquier guerrero podría. Es el arma idónea para ti, Ganimedes. Es bueno que tu Erastés sea tan generoso.

—Sí, Arístides lo es —y pareció avergonzado cuando dijo: — Aun no lo he aceptado como mi Erastés, sin embargo.

Ilo no pareció sorprendido pero si se irguió unos centímetros más, y su aire de futuro monarca salió a flote.

El Rapto de GanimedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora