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A Liam Payne smut.


La monotonía de las mañanas era abrumadora.

Eran las siete y treinta y tres de la mañana y él ya estaba casi listo.

Un traje azul marino se ajustaba a sus grandes hombros, le quedaba perfectamente bien, como si estuviese dibujado sobre su piel. Una camisa de mangas largas de color blanco de algodón iba de bajo, no llevaba corbata y tenía un par de botones sueltos. Los zapatos negros iban lustrosos, de corte clásico: iban tan brillantes que reflejaban la clara luz de su baño.

Paso sus manos por su barba y su suave cabello castaño claro, se veía cansado.

El hombre era guapo, tan bien parecido que podría ser modelo sin ningún problema y él lo sabía. Sabía que efecto tenía sobre las mujeres y algunos hombres, pero esa vida ya no era más la suya, se repetía a sí mismo.

Salió de su habitación con pasos suaves, sin hacer mucho ruido. En la cama, de manera despreocupada; respiraba suavemente, envuelta en sábanas de un monótono y aburrido color crema, su esposa. Sus cabellos castaños caían sobre la almohada en una maraña revuelta pero dulce. Él se quedó viéndola. ¿La amaba? Probablemente, le había dado dos de sus tres tesoros más preciados en su vida, pero, ¿la amaba? Sacudió la cabeza huyendo de sus pensamientos, no quería indagar mucho más en ese cajón.

Con cuidado de no ser ruidoso se dirigió al clóset a por su reloj y su billetera. Tomó un abrigo negro y salió de la habitación en busca de su bonito maletín de cuero café en su oficina.

Una vez listo, se dirigió a tomar desayuno. En la mesa, una suave maraña de cabello castaño claro igual al suyo le recibió con una sonrisa. Olive, la mayor de sus hijos lo recibía feliz. Ambos se sentaron en la mesa a compartir tostadas con jamón y un té que habría estado caliente en algún momento de la mañana. Su pequeña hija era una marea de palabras y conversaciones sencillas que le distraían cada mañana. Tenía unos lindos ojos color verdes y una sonrisa fresca que le recordaban mucho a su juventud.

Ambos terminaron de comer, él tomó la mochila de la pequeña de la barra de cocina y ya estaban listos para irse. Olive se despidió de Lauren, su cuidadora y corrió a tomar la mano de su padre camino al auto. Él la ayudó a subir al Bentley plateado y abrochó su cinturón.

-          Tienes todo, ¿verdad? - preguntó él, la pequeña asintió y se ajustó la casaca que abrigaba su pequeño cuerpo. - Entonces estamos listos.

Sacó el auto del garaje y manejó por Londres camino a la escuela su pequeña.

Olive tenía seis y era muy perspicaz y lista, le había dicho que quería ser como él, una mujer de negocio y que ella también quería su propia empresa, pero en lugar de una legal, quería una donde ella pueda hacer su propia ropa. Su padre asentía y lo escuchaban atento. Siempre la llenaría de apoyo. Estaba muy orgulloso de la mujercita en la que se estaba convirtiendo.

Afuera, Londres estaba frío y gris como usualmente es en invierno, había llovido la noche anterior y toda la ciudad estaba húmeda.

Aparcó suavemente frente al colegio de la pequeña y la llevó hasta la puerta, acomodó sus medias y estiró el uniforme azul oscuro. Le dio un beso en la frente y la vio desaparecer entre sus amigos y el pasillo. Un par de mamás lo saludaron y él se lo devolvió con cortesía, atisbó como una de ellas se sonrojaba. Seguía teniendo el toque, se dijo para sí mismo.

Subió al auto y condujo veinte minutos más hasta llegar a su centro de trabajo. Un bonito edificio de fachada de vidrio, su estudio se encontraba en el último piso, lo que le daba una vista panorámica de Londres tan hermosa que le quitaba el aliento. Estacionó el auto en su espacio y se metió al ascensor, marcó su piso y cuando se disponía a introducir su tarjeta plateada para tener un viaje directo a su planta, una aguada y suave voz femenina lo interrumpe. El voltea los ojos y maldice para sus adentros.

Y SI...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora