4 de Mayo
Es el cumpleaños de Shinichi Kudo.
Debería ser el día más feliz de su vida, pero no es así. Ha decidido confesarle a Ran toda la verdad, de que él era en realidad Conan Edogawa y todo lo que sucedió con la Organización de Negro, aunque eso...
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Quizás fui un cobarde por no haberte contando la verdad mucho antes.
Quizás soy un miserable por hacerlo hoy, después de que nuestros amigos se marcharan al terminar la fantástica fiesta que habías organizado por mi cumpleaños.
Pero no podía seguir ocultándolo más.
Era cuestión de tiempo de que lo descubrieras por tí misma. Que algún comentario o algún descuido de quienes sabían la verdad, te pusiera en el camino que te llevaría a averiguarlo todo. Y preferí que lo supieras de mis propios labios.
Tú sonreías, con esa sonrisa que hizo que me enamorase de ti cuando apenas era un niño de 4 años, y yo tomando tus manos te conduje a la biblioteca.
- Ran ... - te dije cuando llegamos allí, y te solté para retroceder unos pasos.
Temblaba, porque la inseguridad que sentía en ese momento hacia que no pudiera ni tenerme de pie. Irónico, yo que siempre me siento seguro de mí mismo. Yo que nunca dudo al señalar al culpable de un crimen, y ahora me siento como si fuera a mí a quien van a señalar.
- ¿Qué pasa Shinichi? - te has dado cuenta de que estoy aterrado, y te acercas para abrazarme.
- Tenemos que hablar, Ran... - con todo el dolor de mi corazón, rechazo tus brazos, y tú qué no comprendes nada me miras asustada por mi actitud.
Ojalá el mundo se detuviese en éste instante, ojalá sucediera algún milagro que evitase lo que va a ocurrir. Pero sé que eso no pasará. Y con un suspiro, desde lo más hondo de mi ser, empiezo a contarte mi historia.
De todos los sentimientos que esperaba leer en tus ojos, el de decepción fue el que más daño me hizo.
Cuando terminé de hablar, estaba encogido de miedo. Pero tú solo bajaste la cabeza y respondiste con un breve "ya veo".
Esperaba una explosión de irá, quizás incluso que me golpearas e insultaras, pero fue tu silencio el que me aplastó con el peso de un martillo.
Si te mentí no fue con la intención de herirte, no, nunca fue mi intención. Creí sinceramente que así te protegía. Que sí vivías en la ignorancia de lo que realmente sucedía, no sufrirías más.
Me equivoqué.
Perdóname Ran.
Ahora me doy cuenta de que con ésta mentira he creado un abismo entre nosotros que será muy difícil cerrar.
Tu confianza en mí se ha roto, se ha hecho tantos pedazos que no creo que tenga vida suficiente para conseguir volver a unirlos.
Yo sé que fui un estúpido.
Ahora me doy cuenta, mientras miro tu lado del sofá vacío. Ahora que ya no hay remedio, y que tu ausencia hace que con un estremecimiento mis ojos se llenen de lágrimas.
