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A quella frase se había grabado en mi cabeza. “Tenemos que hablar”, solo eso. Kiba era a veces demasiado críptico con sus mensajes de texto. No un “siento todo esto”, ni un “a mí tampoco me gusta”. “Tenemos que hablar”, como si yo hubiese hecho algo malo. ¿Enfadarme?, pues claro que estaba enfadada, ¿con razón?, tenía razones de sobra. Pero sabía que Kiba no tenía toda la culpa. Él se vio arrastrado a ese plan por culpa de Hotaru y su mente enferma, sí, enferma, porque, ¿qué razón tenía ella para robar mi vida sentimental? Ella era la reina de las citas, los chicos hacían cola para salir con ella. Tenía para escoger a quien quisiera y va, y no solo elige a mi novio, sino que además se lo cuenta a su “mami”. ¿Por qué? ¿Para que pensara que no era tan… inconstante podría ser la palabra? Decir que era una mujer que vivía la vida con demasiada alegría, sería algo que diría mi abuela. Pero es que Hotaru siempre había sido así. Desde que la conocí había llevado ese ritmo de vida. Dejé de contar los chicos con los que salía cuando llegó al 27, no merecía la pena ni recordar sus nombres.

―Buenos días, mi niña.

―¡Abuela!, ¿qué haces aquí?

No es que le estuviese recriminando, es que ella trabajaba en otra área del hospital, aquella a la que accedería en pocos días.

―Vengo a buscarte. Dorothy ha pillado un virus y no ha venido a trabajar. El doctor Lewis ha pedido que te incorpores ahora a su servicio.

Decir que estaba saltando de alegría por dentro era decir poco. Mi abuela, o Caridad, como quería que le llamara porque decía que se sentía muy vieja si la llamaba abuela, entregó la petición de traslado a mi supervisora, y cuando tuve su visto bueno, nos dirigimos a mi nuevo destino. Podía oír refunfuñar a Ivanna a mis espaldas.

―Siempre Neonatología, si a mí me quitan una enfermera no importa, pero si falta en Neonatología, el mundo se acaba.

Me sabía mal dejarla tirada, pero Ivanna enseguida buscaría una solución. No era lo mismo dejar sin atender un niño hospitalizado por una extirpación de amígdalas que hacerlo con un recién nacido que luchaba por su vida dentro de una incubadora. Pero claro, cada uno pelea por lo suyo. A Ivanna le preocupaban sus niños, al doctor Lewis los suyos y si estaban en la junta directiva del hospital, tus prioridades pesaban más.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, mi nuevo universo apareció ante mis ojos.

―El doctor Lewis acaba de ingresar a una de sus pacientes. Es un parto
múltiple y está preocupado por la tensión arterial de la paciente. Así que hoy nuestro trabajo estará en esa área.

Bien. Me moría por estar presente en un parto múltiple. Multi-bebés, no os preocupéis, la tía Hinata va a ayudaros a venir a este mundo.

Después de registrar mi entrada en el control de enfermería, pasé a ser la sombra de Caridad. Cuando entramos en la habitación de la que sería mi primera paciente, Caridad saludó con aquella alegría isleña que animaba a todos.

―Buenos días, señora Prescott. ¿Cómo se encuentra hoy la futura mamá?

Apoyada en la cama, estaba una mujer de piernas kilométricas, melena rubia y enorme tripa. Era todo huesos, salvo por el “bombo” adherido a su cuerpo.

―Cansada.

Sí, se le notaba en la cara. Las ojeras profundas eran solo una parte.

―Esta es Hinata, ella cuidará de usted mientras esté aquí. Cualquier cosa que necesite, nos lo pide.

La futura mamá se recostó suavemente sobre las almohadas de la cama y su rostro se relajó. La espalda debía estar matándola. Después de tomar sus constantes, Caridad y yo nos fuimos a revisar al resto de pacientes de la planta. Nada más cerrar la puerta, revisé el informe en profundidad. Uf, era una gestación de 5 bebés, con razón tenía una tripa tan grande. Le faltaban 4 semanas para salir de cuentas. Se habían provocado partos con menos tiempo de gestación, así que mi curiosidad me llevó a preguntar.

préstameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora