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De nuevo despierto sofocado. Tengo la humilde sensación de que me ahogo, a pesar de que es pleno septiembre.
Miro la hora en mi teléfono móvil, son las siete y media de la mañana, y en tan solo media hora comienzo mi primer día de universidad. Todo y que mi pereza absoluta invade mi cuerpo, y seguramente consiga atrasarme.
Es propio de mí llegar tarde a cualquier lado. Pienso que es algo genético; toda mi familia es así.
Desganado, comienzo a vestirme con ropa algo cutre y sencilla. Y mientras me coloco los pantalones y abrocho mi cinturón, mi móvil comienza a sonar.
Sin duda, es mamá. Esperando a que yo responda su llamada. Decido ignorarla y silencio mi teléfono.
Apenas tengo tiempo para desayunar, por lo que me pongo mi pesada mochila y salgo de mi pequeño apartamento de dos habitaciones, un minúsculo baño y un salón bastante claustrofóbico.
Hace un día frío, con grandes pintas de llover, y soy consciente de que no llevo paraguas para protejerme del escaso chispeo que siento caer.
Caminando, me dirijo a la estación de tren, que se encuentra a cuatro manzanas desde mi apartamento.
Cojo mis auriculares y me los coloco firmemente, tras instalarlos en el puerto de mi teléfono. Mientras tanto, trato de apresurarme para no perder el tren, aunque sea lo más probable.
A lo lejos llego a contemplar cómo una joven chica, de unos dieciséis años, cae al suelo. Parece estar acompañada por sus... ¿Amigos? Que comienzan a reirse de ella, y de manera egocéntrica la dejan tirada en el suelo.
Qué fantasmas.
Acelero aún más el paso, siento gran preocupación por ella, ya que aparenta haberse hecho bastante daño. Mientras, un fuerte sonido recae en mi atención, proviniente de un coche negro y muy sucio, que aparentemente el conductor discutía con otro.
Tras recuperar el sentido, sigo caminando en destino a ayudar a esa chica. Mi vista se vuelve borrosa, pero ella ya no está, y tampoco logro localizar a las personas que la acompañaban, desvaneciéndose a lo lejos.
Por fin llego a la estación de tren, tan solo faltan cinco minutos para que tome parada aquí, cosa que me sorprende. ¿Yo, siendo puntual?
Tomo asiento en un banco, junto a un hombre de unos treinta años con pintas bastante desagradables y un fuerte olor a alcohol y tabaco. Parece adormecido, y, por lo tanto, intento acercarme lo menos posible a él. Me hace sentir ciertamente incómodo.
El tren 2B toma la parada. No es el que necesito, pero entre las personas que detecto entrar, veo a esa chica, y, alarmado, me levanto impulsivamente, intentando conseguir su atención. Pero es una acción estúpida, tiene prisa, así que vuelvo a sentarme en el banco, y espero a que el tren 4A se asome a la parada.
Pasan 6 minutos, y éste llega. Hay pocas personas en mi vagón, cosa que agradezco rotundamente.
Huele a sudor, dando a entender que muchas personas desconocen el significado de higiene. Consigo acostumbrarme y espero a que termine el trayecto.
El tren llega a la universidad de Madrid quince minutos después. Quedan tres para que den las ocho, y me siento orgulloso por no asistir con retraso a mi primer día como universitario.
Cuando me dirijo hacia la puerta principal al bloque, contemplo a gran parte de los alumnos conjuntos, como si algo hubiera pasado.
Me acerco.
No puedo creer lo que estoy viendo.

Tiempo Sin Tí. [Incompleto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora