Capitulo 2:La llamada.

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Miré el cielo estrellado. Todavía conservaba los colores de miles soles animando una sinfonía sin igual. Era una música que se dejaba escuchar en medio de la noche del tiempo, de mi tiempo. Pensé que la mayoría de los seres humanos, en esa noche, en ese momento, estarían dispuestos a descansar, a trabajar, a pensar en un futuro, en el propio, en el ajeno. Todos, de alguna manera, seguían diseñando lo que el hombre se había propuesto desde el inicio de su existencia. Supuse que todos estaban en un mismo proyecto. Supuse que la verdad tenía mucho que ver con la materia de la que estaban hechos nuestros sueños. Pero también podía suponer que la verdad ya no estaba en donde todos podíamos ir a buscarla, porque esa noche estrellada, esa noche, en la que las esferas me estaban revelando parte de su misterio arcano, esa noche casi tuve que ceder a la tentación, a la que muchos hombres antes no habían podido superar.

Tenía el arma cargada en la mano. Un poderoso símbolo metálico de la muerte. Metal contra metal: ese desprendimiento sutil de una conciencia desgastada, que creó semejante instrumento para la desdicha. En medio de la noche de los metales. A la espera de que un viejo metalúrgico viniera a transubstanciar esa materia indeleble, de un metal frágil y desdibujado que, en ese momento, era yo.

Apoyé el metal frío en mi pecho, a la altura de mi corazón, allí donde nada iba a interponerse entre el proyectil y el futuro. Aunque, a estas alturas, el único futuro posible ya no existía. Miré una vez más las estrellas de la noche. Me detuve a recordar la fábula que asegura que cada hombre nace con su estrella. Pensé que, en ese momento de mi historia, podía elegir una, para lo que quedara vagando de mí, tuviera una morada segura. ¿Merecía una estrella esa materia, que no era materia? ¿Estaba en condiciones de llegar hasta un lugar que, acaso, ya estaba habitado desde antes por otros?.

En el centro de mi pecho, sentí una profunda opresión. Me faltó, por un momento, el aire. Era un segundo, imaginé que el proyectil ya se había escapado de su lugar de vigilia y que había ingresado en busca de su objetivo, cumpliendo el propósito para el que había sido fabricado, por un hombre de metal.

Me vi en el centro de un grupo de individuos sin rostro, que me rodeaban y que mantenían una actitud de espera. No podía saber lo que estaban esperando. Los miraba uno por uno. Empecé a girar en círculos, cada vez con mayor velocidad, hasta llegar a un punto en el que el vértigo fue desfigurando esos rostros inexistentes. Entonces caí, en el borde del agotamiento. Los rostros seguían allí. Cerré los ojos. La oscuridad y el silencio. Cuando los volví a abrir, estaba en el balcón del departamento, con el arma en la mano.

Ya no iba a esperar más. Apoyé el metal en el pecho, cerré los ojos, y en el momento en que iba a apretar el gatillo, sonó el timbre. Casi no contesto. Pero mi titubeo se resolvió cuando el timbre sonó nuevamente. Bajé el arma y fui hasta la puerta.

Dudé en abrirla, pero la llave estaba ahí, el picaporte ya permanecía apretado por mi mano, todo como si mi voluntad no pudiera controlar esas instancias, esos impulsos.

Abrí, finalmente, la puerta y encontré, en el piso, un sobre grande, de papel madera,con mi nombre en el exterior.Pensé que podría hallar al cartero o mensajero que había dejado esa misiva en la puerta misma de mi departamento.

Levanté el sobre.No tenía demasiado peso.

Entré y cerré la puerta.

Dejé el sobre en la mesita del living,pensando en un futuro comedido que,al encontrar mi cuerpo yacente en el piso,habría de hacerse con él.O bien en la justicia,cuya mano ecuánime se valdría de esa evidencia para aportar mayores datos acerca de mi auto eliminación.

Regresé al escenario anterior,en el que iba a consumar aquel acotan temido, y en el que cualquier individuo serio pensó alguna vez.

Y nuevamente el metal en el pecho,a la altura del corazón,y el dedo en el gatillo,cuando el teléfono empezó a sonar.Eso me perturbó.Supuse que el mismo destino estaba jugando conmigo.Intenté cumplir con mi cometido,pero no pude.Por supuesto:no estaba debidamente preparado para ello.

Un lento crepúsculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora