Capitulo 3:La junta

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La ciudad parecía una corona iluminada: era un círculo inmenso, rodeado de luces poderosas, atravesado por collares incandescentes y con algunos puntos luminosos, más pequeños, en su interior.

Observaba la ciudad desde las afueras, desde un mirador perteneciente a una vieja casona, ubicada en un lugar en el que nos reunimos, o mejor: al que me convocaron para hablar de la Ciudad.Desde allí, la Ciudad era un círculo, con algunos brazos que se expandían hacia el infinito, como dejando un reguero sin rumbo.Después, esos disparos hacia el horizonte lejano se perdían en la noche.

Uno de los que oficiaba de anfitrión, nos invitó a pasar a una vasta sala, intensamente iluminada, con piso de madera y paredes revestidas con motivos arabescos en rojo y filigranas doradas. En el techo, pendiente de una sólida cadena, colgaba una fabulosa araña con infinitos caireles de cristal, iluminada por inagotables lamparillas de luz blanca, no incandescentes, de esas que, cuando uno cierra los ojos, quedan iluminando el interior de la mirada.Y en el centro de la habitación, una gran mesa oval, de madera oscura, sobre la que había depositados mapas , croquis, papeles y algunos libros gruesos, oscuros y antiguos.

Venga, me dijeron, le vamos a mostrar algo que usted acaso ignore, sin ninguna intención de ofenderlo, por supuesto. Cuando el individuo terminó de decirme esto, cambiando su tono de voz en la prevención, me tomó suavemente del codo, y, no sin docilidad, me dejé conducir hasta el lugar donde permanecían los otros, esperando que todos estuviéramos congregados en torno a la mesa.

Otro de los anfitriones, se hizo cargo de las primeras palabras dirigida a los que estábamos allí presentes.Habló de la necesidad de estar todos unidos, de luchar por la integridad de la nación, y, especialmente, de nuestra ciudad, porque se avecinaban grandes cambios.Discurso que no lo sé bien acaso ocultaba un dejo de lección apocalíptica.Percibía en la voz un cierto aire marcial, como dispuesto a afrontar una situación teñida de una belicosidad inocultable.Resistir a los cambios.Parecía ser esa la consigna.No debemos permitir, estimados camaradas, que la ciudad, nuestra querida ciudad, se pierda en medio de la ignorancia en la que la quieran sumir.Hablaba de una especie de enemigo oculto.Ellos están ahí, al acecho.No es posible que dejemos que ocupen nuestros lugares.Lo primero es conocer lo que queremos que conozcan de la ciudad.Nosotros tenemos que resistir.Dicho esto, fue hacia uno de los costados y tomó un largo puntero de madera.Se aproximó a la gran mesa, en donde estaba desplegado el mapa, señaló unas líneas que estaban marcadas con un color más oscuros, destacadas con otro tipo de trazo.

Permanecí observando a quien estaba hablando, en ese momento.Traté de reconocer la voz, que me había inducido hasta ese lugar.Pero no pude, porque venían a mí innumerables voces, tantas como posibilidades tiene la memoria.

Supuse que mi situación, en ese lugar, no era de la más cómoda, por el hecho de que nadie me conocía y yo a nadie conocía.Sin embargo, pude concentrarme y seguir con atención lo que se estaba debatiendo.

Uno de los que coordinaba la reunión, el mismo que me llevó hasta el salón, me dijo venga, acérquese.Le vamos a mostrar algo que usted no conoce.En una de esas, se sorprende, me dijo, esbozando una sonrisa que arrugaba la mitad de su rostro.Entonces, recordé el río eterno, el puente, el flumen de unas aguas que cantaban su himno constante, chasqueando entre las piedras, golpeando contra las orillas, dejando esa onda delgada, al paso cortante de un árbol estrecho que intentó crecer allí, en ese lodo, donde la tierra se tiñe de transparencias, y donde el sol se transfigura en un habitante desconocido.

Cuando me mostraron el plano de la ciudad, me dijeron que las calles que surcaban la superficie sólo eran un reflejo vago de lo que, en realidad, se escondía en las profundidades. Únicamente pude imaginar una ciudad atravesada por poderosos túneles.Y eso no es todo, me dijeron: los túneles forman un verdadero laberinto.Pasajes, vías, calles subterráneas, que, durante la colonia, permitían la circulación de carretas, que iban por allí, por debajo de la ciudad, para salvaguarda de los pasajeros, que querían evitar ser alcanzados por la flecha del malón o por la munición de los imprevistos ladrones, que, por esa época, infestaban los pasos peligrosos.

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⏰ Última actualización: Apr 30, 2015 ⏰

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Un lento crepúsculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora