La emoción de una mirada leyendo tus palabras, escuchándolas, dándoles sentido, sintiéndolas, prestando parte de sus almas cuando te leen es algo muy hermoso que jamás imaginé ver, tan sólo soñé un día poder escribir y vivir de ello, pero el regalo mayúsculo no había sido poder ser una mujer independiente, al menos en un futuro, trabajando de lo que más me gustaba, sino poder ver la cara de cientos de mujeres que pasaban frente a mí y decían "Esta frase me define" "Gracias a tu libro superé la tristeza de un amor" "Por este libro recuperé la ilusión en el amor" "Tu libro me ha cambiado la vida" esas frases eran las que desfilaban ante mis oídos como una dulce melodía esta tarde de primavera, cuando al fin, tras muchos años podía llamarme escritora porque estaba en mi propia firma de libros.
Los seis meses previos, desde que firmé ese contrato hasta el día de hoy, habían sido una montaña rusa de emociones, papeleos, preparativos, correcciones, visitas, abogados y mi vida puesta en manos de mis padres, mi prometido, mi hermana y mi editor, este último que ha acabado siendo uno más en la familia.
No fue fácil establecer los términos para poder sacar el libro antes de la boda, pero tras la insistencia de mi madre de mantener a su niñita en el nido hasta los veinte años, el editor había cedido ante la petición formal de mi prometido y su compromiso de que esa boda iba a darse y que, con ayuda de los abogados, le dieron un giro maestro al motivo por el cual publicar mi primera novela con mi apellido; porque la segunda hablaría de esa boda, sería un éxito asegurado y las mujeres se matarían por saber cómo se casaba Sanem Aydin.
No estaba segura de convertir lo que en inicio iba a ser una boda sencilla en un evento deseado, sin embargo cedí y ante la emoción de mi prometido, y la insistencia de mi hermana mayor de querer que la boda fuese épica acorde a mi estatus de escritora de éxito y su nuevo estatus de abogada de prestigio graduada por la Universidad de Roma.
Pues como Leyla había gente que me faltaba en mi día a día desde hacía años. Estambul parecía más vacío, Leyla estudiando en Roma, mi mejor amigo se había ido sin decir a dónde y algunas de mis amigas del colegio se habían casado y mudado a otras regiones de donde provenían sus maridos, según ellas era más sensato, a su parecer correr detrás de su marido en vez de ser fieles a su lugar de origen o buscarse un futuro por ellas mismas. Aunque en realidad es lo que les habían inculcado, pero no en mi familia, ellos al menos valoraban que sus hijas lucharan por ser alguien como Leyla, cuyo regreso a Estambul suponía siempre todo un acontecimiento.
Solía pasarse primero por la tienda y mis padres la recibían siempre una hora besándola y medio barrio se acercaba para darle felicitaciones y alabarla, aunque en el fondo se murieran de envidia como decía mi madre. Ella prometía que todo eso le agobiaba aunque su sonrisa mostraba que le encantaba el rebumbio que suponía su vuelta...
Leyla acababa de regresar de Italia, donde había pasado el último tramo de carrera como abogada.
Ya habría pasado por la tienda a reencontrarse con nuestros padres. La veo como deja sus zapatos de tacón en la entrada y se coloca las zapatillas de andar por casa que nuestra madre nos obligaba a poner. Su voz un tanto chirriante irrumpe en el silencio del lugar.
- ¿¡Hay alguien en casa!? - bajo las escaleras y me cruzo de brazos frente a ella, al parecer ni me había visto.
- ¿He cambiado mucho para que no me reconozcas, Leyla? - una vez abajo, me mira, sonríe un tanto seca y deja su equipaje en el suelo.
- Sigues igual - suelta mirándome de reojo, aunque luego me regala un leve abrazo y sonreímos tímidas aunque nos separamos inmediatamente.