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Creo que solo lo miré, abrí grandes los ojos y me di cuenta de que me estaba mordiendo el labio. Simón me miró con esos ojos almendrados. No dije nada y él tampoco. Pasó de largo con la multitud que lo llevaba para el otro lado. No me pude aguantar y giré para verlo, y él también había girado para verme. A un metro de donde estaba me dijo fuerte, estoy segura de que lo escucharon todos o lo escuché amplificado:

-Hacés bien, me lo merezco por pelotudo -levantó sus manos, sus hombros, dió media vuelta y siguió avanzando, su espalda ancha entre el resto.

Sentí que me latían los oídos y me temblaba el cuerpo. ¿Me lo había imaginado o Simón Oliveira me había pedido disculpas delante de medio pasillo? Entré al baño, estaba bastante lleno pero alcancé a encontrar un hueco delante del espejo. Mi cara en el espejo. Parecía que había visto un fantasma. Un muerto viviente.

Bueno, casi. Los ojos inmensos. Estaba pálida. ¿Qué había sido eso? ¿Había sido? No había posibilidad de que me lo hubiera imaginado; por más que hubiera soñado meses y meses con algo parecido a esa situación, jamás hubiera podido ser tan perfecta. Me había imaginado todas las posibilidades, pero esta superaba todo. El reencuentro con Simón. La vuelta de Simón. Su pedido de disculpas. Ninguna había sido nunca tan perfecta. Y a la vez, ¿qué me había querido decir con “pelotudo"?, ¿por haberse cortado así?, ¿por haberme dejado pasar?, ¿por qué se sentía un pelotudo?

-Che, flaca, ¿Vas a necesitar quedarte tildada mucho más tiempo delante del espejo? —me increpó una morocha volviéndome al baño del bar entre chicas que se lavaban las manos, se maquillaban, se arreglaban el pelo, fumaban a un costado.

Me había dicho “flaca”, debía ser la primera vez en mi vida que eso sucedía. Igual la tendría que haber mandado a la mierda a la morocha, pero dije un “disculpa" y me corrí.

Me corrí. Me vivo corriendo.

Defenderme, te la debo.

Tildada como estaba busqué el celular mientras me ubicaba en el rincón más apartado del baño, que era el que peor olía. Rápido tipeé un mensaje para Rosario:

"Símon me dijo que hacía bien en no contestarle por pelotudo. Emoticon carita ojos redondos. ¿Qué quiere decir con “pelotudo"?"

Vi que Rosario lo leía. Me imaginé su cara disimulando en medio de la conversación con los chicos. Y sus dedos largos tipeando rápido.

¿Importa qué quiso decir?, ¿dónde te metiste? Y me aniquiló con la razón. ¿Importa?

Le contesté: Baño. Ya voy.

Y sí, de repente me di cuenta de que me importaba. Que ese comentario de Simón queriendo significar meramente “soy un pelotudo” o “soy un pelotudo por haberte dejado pasar y/o por haberme desaparecido abruptamente”, en cualquiera de sus formas, era reparador, reparador a un nivel que ya no sentía los huesos, mi cuerpo se había vuelto liviano, blando, casi líquido. Siete palabras. Un pasillo. Él con esa camisa de jean. Y sí. Me importaba. Hubiera preferido infinito que no. Pero sí.

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Volví por el pasillo, casi una odisea. Con lo que de

testo sentir la gente tan cerca, pero yo casi levitaba. Posta. Una naba. No podía dejar de pensar en que iba a verlo. ¿Tenía que hacer algo yo? No. Que hiciera él. Si es que todavía estaba y quería hacer algo.

Y todavía estaba. Apenas salí del pasillo lo vi, en la barra, ahí apoyado con el imbécil de Gastón y un compilado de otros imbéciles. Simón me estaba mirando. A mí. Tenía que ser a mí. Ni se me ocurrió girar la cabeza a ver si justo por esas cosas que me suelen pasar atrás había una de las chicas con las que lo vi antes. No gire. Pero bajé la mirada, porque qué onda. Busqué a los chicos. Vi la mesa. Y al lado, con los brazos cruzados contra el pecho, camisa escocesa, estaba León. Que sonrió a medias cuando cruzamos las miradas. Yo le sonreí grande. A él, pero porque Simón debía estar mirando, tenía que estar mirando. De un lado, León y su camisa a cuadros, del otro Simón y su camisa de jean Adentro mio sentí una ola de risa, tsunami de risa. Eso tenía que ser un sueño. Caminé hasta la mesa y por un momento miré otra vez a Simón. Estaba mirando, obvio. Con la camisa arremangada, tomando un trago, me miraba impasible. Llegué a la mesa. La cara de Rosario era mortal. Los ojos de Wanda y de Tania eran cuatro pelotitas que saltaban de Simón a León, a mí y a Rosario. Le di un beso a León.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora