La Hija de La Muerta

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Fue un veintidós de mayo, nunca lo olvidaré. Desde ese momento, cuando vuelvo mi vista atrás haciendo un panorama general, tengo la sensación de que mayo fue un mes extraño.

Os contaré todo más detalladamente, procurando no extenderme demasiado.

Hacía tiempo que mi hermana tenía un trabajo en Nueva York. A pesar de que yo no sabía hablar inglés y casi que supliqué de rodillas a mis padres que me dieran algún trabajo en la granja con tal de quedarme, no tuve más opción que guardar mis cosas en una maleta y prepararme para un vuelo de tres horas.

Mi hermana me esperaba ansiosa. No dejó de hablar durante el trayecto de hora y media que separaba el aeropuerto de su apartamento. Me decía una y otra vez cuánto me gustaría la ciudad y de lo bien que me haría sacarme un poco de la granja de encima. Tenía la impresión secreta de que quería que la acompañara en su vida de citadina.

Cuando llegamos y el auto está aparcado, se gira hasta mí.

— ¿Estás bien? No has hablado ni un poco.

"Y hasta ahora lo nota"

—Sí, estoy bien. Es que es demasiado.

—Lo sé— Marinna se emociona y aprieta un poco el volante —mi primer día aquí fue de locos, pero te acostumbrarás. Comenzaremos mañana así tienes tiempo de instalarte.

Y cumplió. Al otro día y a primera hora, recorrimos —sorprendentemente— en silencio, un buen tramo de la Novena Avenida. A esas horas, no había nadie en la calle, por lo que podía oír mis pasos y los de mi hermana contra el asfalto... y reparar en la basura.

Nueva York podrá ser todo lo que quieran, pero frente a mis ojos seguía siendo una ciudad que nadie se esforzaba en cuidar.

—Mira, esta cafetería tiene los mejores capuchinos— Marinna toca un segundo mi hombro antes de girarse —compraré un par, espérame aquí.

Observo a mi hermana subir los peldaños y desaparecer detrás de la puerta de vidrio antes de reparar en una pequeña carpa al fondo del callejón que se abría a un costado de la cafetería.

Estaba adornada con varios atrapa sueños y a pesar de que sabía que no debía acercarme, algo me llevó hasta ella. Mis pasos se fueron acercando hasta que mi mano pudo extenderse para abrir la pequeña rendija por la que se veía el interior.

Una mano sale desde adentro y toma mi muñeca antes de que pueda reaccionar. Inmediatamente, grito, pero la mujer cuyo rostro no veo pronuncia unas palabras.

Está en grave peligro. Solo es cuestión de tiempo.

En ese momento, oigo a Marinna detrás de mí y la mujer me suelta, dejándome caer al suelo. Cuando me levanto y vuelvo la vista, la carpa no está.

Luego de dar explicaciones y no conseguir resultados positivos, decidí que era mejor pensar que aquello nunca había sucedido.

A pesar de todo, el incidente no salió de mi cabeza los días que siguieron, y aún en el mes siguiente a mi regreso me seguía planteando si todo habría sido obra de mi imaginación.

Debería haber sospechado algo cuando una mujer murió en el pueblo, pero no lo hice. Era la primer persona que moría en Gallibur, por lo que todos pasaron a recordarla como "La Muerta".

Tendría que haber descubierto muchos meses antes que tenía una hija digna de admiración que pasaría a ser conocida, claro está, como "La hija de la muerta", y que haría conversación con ella con el fin de pasar las horas. Tendría que haber sabido entonces que le gusta fabricar queso con la leche de sus cabras y que tiene cierta afición por la sangre de animales. Y más tarde, o más temprano, habría comenzado a separarme de ella luego de enterarme de que había comenzado a probar la suya propia ante a la gran desesperación por conocer el sabor de la sangre humana.

El pueblo, entonces, realizó una asamblea luego de que alguien diera a conocer aquel detalle. Se decidió por unanimidad que su muerte sería lo mejor para todos. Aquello se pensó a futuro, y los padres no podían evitar preguntarse qué pasaría si alguna vez la hija de la muerta se planteaba cómo sabe la sangre de los niños.

Fue así como el veintidós de mayo la quemaron en la hoguera, a pesar de que no era bruja ni se la había acusado de algo parecido. Por mi parte, ese día me encerré en mi cuarto a llorar desde antes que sucediera, la muerte de una amiga.

Hoy aquí, de pie, puedo decir que tal vez la mujer del callejón tenía razón. Estaba en peligro, y era cuestión de tiempo; pero tal vez mi hermana la interrumpió al punto de no poder acabar su argumento.
Si me pongo a pensar, hoy diría que sólo era cuestión de tiempo para el pueblo la olvidara, temerosos de evocar a aquel espíritu que prometió volver desde la tumba para cobrar su venganza. Hasta su cuerpo ha quedado en el olvido, arrojado al lugar que desde entonces se ha usado como fosa común.

Pero todos saben que aunque lo ignoren, la tranquilidad no durará mucho más. No luego de que termine de hacer lo que prometió antes de morir.

Hoy aquí, de pie, puedo decir que la sangre humana es más oscura cuando es derramada por venganza.

Hoy aquí, de pie, y frente a lo que será una devastación, puedo decir que desde ahora nadie olvidará a la hija de la muerta.

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⏰ Última actualización: May 11, 2020 ⏰

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