El nuevo

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Es Septiembre. Aún el clima es agradable... El nuevo curso va a empezar.

—Bueno Alex, acuérdate de que hoy nos vamos al nuevo instituto ¿vale? No te asustes, es igual que el otro, lo único que... puede que sea un poco más difícil.

Su madre le da un abrazo cálido, reconfortante, de esos que solo las madres saben dar. Seguidamente, salen por la puerta.

Llegan al instituto media hora antes, para poder hablar con la directora del centro.

Esperan en una pequeña sala al lado del despacho.

Pasado un rato, entra a la sala una mujer de unos cincuenta años, con pelo canoso y a media melena. La mujer hace un gesto con la mano a madre e hijo, indicándoles que pueden pasar al despacho.

—Buenos días, usted es la madre de Alex ¿no? —comenta la directora.

—Sí, me llamo Nuria.

—Encantada Nuria, yo soy Matilde, la directora del centro.

Se dan la mano. La directora abre un cajón que está debajo de su mesa. Saca una carpeta bastante vieja y la abre.

Dentro contiene una ficha técnica.

—Bueno, aquí dice que su hijo padece tetraplejia —dice mirando la ficha.

—Así es —asiente Nuria.

—Muy bien, bueno, aquí no tenemos las mismas adaptaciones que en el instituto al que iba antes, pero no se preocupe, que lo trataremos con mucho cuidado y cariño.

—Muchas gracias, se lo agradezco.

—¿Tengo que saber alguna cosa que deba tomar, o deba de hacer? —pregunta Matilde mientras guarda la ficha en el cajón del escritorio.

—No, nada en especial, simplemente controlar que coma en la hora del patio —dice Nuria mirando a su hijo.

—Está hecho. Ahora, con su permiso, lo llevaré a su aula.

Nuria vuelve a dar un abrazo cálido y reconfortante a Alex. Luego, se dirige hacia Matilde.

—Un gusto conocerla, a las dos y media del medio día lo vengo a buscar.

—Perfecto, que le vaya bien, adiós —dice sonriente Matilde.

—Adiós. Y Alex, ¡pórtate bien! —añade Nuria mientras despeina a su hijo con la mano.

Las dos mujeres se ríen. Luego de las risas, Nuria desaparece del despacho. Alex y Matilde se quedan solos.

—Bueno Alex... ahora te voy a llevar a tu nueva clase. A ver, tienes que ir a primero de bachillerato, ¿verdad?

Como respuesta, Matilde recibe silencio.

—Me lo tomaré como un sí. No te preocupes, intentaremos que sea fácil para ti.

Mientras lo lleva a su nueva clase, Alex, empieza a pensar que no quiere que lo traten así, como algo especial, como algo diferente. Es una cosa que lo agota, que lo consume por dentro. Se siente discriminado, aunque eso no sea lo que pretendan hacer la gente de su alrededor. Matilde llega finalmente a clase. Entran y lo pone al final de la clase, al lado de la pared.

—Voy a buscar a tu profesora para informarle de que ya estás aquí.

Matilde sale de la sala como un fantasma, dejando al muchacho solo, con la soledad del aula.

Alex empieza a sentirse algo mal. No conoce este nuevo instituto y mucho menos esta aula. Empieza a sentirse intimidado por las cuatro paredes que lo rodean, observándolo y riéndose de él. No es como la clase de su anterior instituto. Todo es mucho más estrecho, sucio, e incluso, un poco más tétrico. Alex, observa a lo lejos un corcho que hay cerca de la puerta, lleno de papeles y anuncios, pero se fija en uno en específico, uno donde sale un chico jugando al tenis, saltando para darle a la pelota con la raqueta. En ese instante una profunda impotencia recorre todo el cuerpo del chico, apoderándose de él. Antes de que le salgan las lágrimas, entra su nueva profesora.

—Hola guapo, me llamo Anna, soy tu tutora, espero que estés a gusto en mis clases.

Hay un minuto de silencio incómodo. Cuando Anna se dispone a hablar de nuevo, suena el timbre. Los alumnos entran haciendo un escándalo muy grande. Ninguno de ellos se percata de la presencia de Alex, hasta que todos se calman y Anna presenta al nuevo alumno.

—Chicos, os presento a Alex Gómez Pérez, es nuevo, y como veréis, tiene algunos problemas, así que os pido por favor que lo tratéis muy bien —comenta la profesora a los chicos y chicas del aula.

Todos los alumnos lo empiezan a mirar con caras raras e incluso con tonos de mofa. Alex, en ese instante se siente muy incómodo, con ganas de llorar otra vez. No para de pensar; «que se acabe esto».

—Venga —dice Anna dando palmadas—, manos a la obra, abrid el libro de castellano por la página 122, los complementos directos.

La clase de Anna pasa muy lenta para Alex, ya que no puede participar mucho.

La siguiente clase es la de filosofía, e igual que la de Anna, aburrida y poco interactiva. Lo único que hacen los profesores es preguntarle si está bien, y él, con dificultad, dice que sí, mientras sus compañeros se ríen por lo bajo. Pero, por fin, llega la tan deseada hora del patio, donde Alex puede estar un poco más tranquilo, alejado de todos y de todo.

Anna lo «aparca» al lado de un viejo roble y le dice que en un segundo le ayuda a tomarse su batido, pero que antes tiene que irse a hacer una cosa. Alex espera quince minutos solo, pero Anna no regresa. Parece que se ha olvidado de él. Alex intenta alcanzar la cañita de su batido, pero no lo logra. De repente, un chico alto, de pelo negro ceniza y ojos azules, se acerca.

—Hola, tu eres Alex ¿verdad? Encantado, me llamo Adam, voy a la clase de al lado —dice sonriente el chico.

Adam alza la mano para saludarlo, pero enseguida recapacita.

—¡Ay claro! mira que soy tonto —se ríe—. Lo siento, bueno, no pasa nada, yo te ayudo a saludarme.

Adam coge la mano de Alex y la mueve para arriba y para abajo, simulando el gesto del saludo.

—Solo quería saludarte... te he visto bastante solo ¿quieres que te haga compañía?

—S... í... —dice Alex con dificultad.

—Está bien, ¿eso es batido de fresa y mango?

—S...

—No, no, no, no, no lo digas, espera que lo pruebo —le da un pequeño sorbo y dice—: ¡Lo sabía! Es que yo nunca me equivoco, ¿quieres que te ayude a dártelo? —pero contesta antes de la respuesta—. No hace falta que contestes, que también soy vidente y sé que estás pensando que si

Adam le acerca la cañita y ayuda a Alex a tomarse el almuerzo. Cuando la «conversación» que tienen, porque el único que habla es Adam, se está volviendo interesante, Anna se acerca corriendo hacia ellos.

—¡Alex! ¡Lo siento!, se me fue la hora —dice disgustada—. Ahora te ayudo a almorzar.

—No te preocupes profe, ya le he ayudado yo —comenta Adam.

—Muchas gracias Adam —Anna mira el reloj que tiene en su muñeca—. Ya se acabó casi la hora del patio, ves ya para clase —le dice a Adam.

—Vale, bueno Alex, hablamos después.

Adam, vuelve a coger la mano del chico y hace el gesto del saludo. Luego, se dirige para su clase.

—Muy bien Alex, veo que estás haciendo amigos.

Alex mira a su tutora con cara de rencor por olvidarse de él. Anna aparta la mirada y vuelve a mirar su reloj.

—Vamos para clase ya, que ahora te toca ver una película, ya verás que divertido —dice empujando la silla de ruedas hacia el aula.

Mientras se aproxima a la clase, Alex, ve a Adam a lo lejos corriendo, también hacia las aulas. En ese momento, una pequeña sonrisa tímida asoma por su rostro. 

Amor sobre ruedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora