No ha estado tan mal

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Anna «aparca» a Alex en una esquina del aula. Todos los alumnos ponen las sillas en forma de semicírculo, para poder ver bien la película. Alex no puede ver muy bien, ya que donde Anna lo ha dejado, no es muy buen sitio, de hecho, es el peor sitio donde lo podría haber dejado. Con esfuerzo se puede ver algo, pero no lo suficiente. La película está bastante entretenida, al menos lo que Alex consigue ver. Por lo menos disfruta de la hora. La tranquilidad y el disfrute duran poco al sonar el timbre de fin de clase. Todos los alumnos empiezan a correr, a hablar, a volver a colocar las sillas en su sitio, en definitiva, a alborotarse. Más de uno y una le dan empujones a Alex. Aunque los alumnos no se dan cuenta, Anna sí.

—¡Chicos! ¡Tened cuidado con Alex! —dice Anna corriendo hacia el apurado muchacho. Consigue apartarlo de todo el alboroto.

La próxima clase que tiene Alex es la de educación física. No le hace mucha ilusión esa clase, porque sabe que no hará nada, como en el resto de las otras asignaturas, pero con la diferencia de que con esta, pasa más vergüenza e impotencia al no poder hacer las actividades físicas. Anna le pide a una alumna que lleve y acompañe a Alex al gimnasio. La chica acepta. La muchacha camina empujando la silla de ruedas de Alex hasta el ascensor y suben los dos. La niña pulsa el piso cero y el ascensor empieza a descender. Alex se fija en la chica, parece ser asiática, por sus ojos rasgados y su pelo negro e liso como la oscuridad. De repente, la chica se da cuenta de que Alex la está mirando. El muchacho, inmediatamente, aparta la mirada tímidamente.

—Hola, me llamo Lucía —dice amablemente la chica.

Alex le lanza una sonrisa amistosa.

—Te llamas Alex ¿verdad?, encantada Alex —dice Lucía devolviéndole la sonrisa.

El ascensor llega a su destino y los dos jóvenes van hasta el gimnasio. Cuando entran, todos les miran. Lucía deja a Alex al lado de la puerta y el profesor de educación física se acerca a él con pasos autoritarios.

—Hola Alex, encantado, soy Hugo, el profesor de educación física. Me sabe mal decirte esto, pero en mis clases no podrás hacer nada por tu condición, así que, no sé —Hugo hace una pausa amarga—, si te parece, te dejo cerca de las colchonetas y te quedas ahí.

A Alex le parece un poco fría la actitud de Hugo, pero no le da importancia, está acostumbrado a gente así, a gente que lo trata como si fuera un objeto, como si no fuera nadie.

Alex se pasa toda la hora mirando a los chicos y chicas como juegan al baloncesto. Se aburre bastante, pero seguro que no tanto como en la siguiente clase, que iba a ser la de matemáticas.

Al fin, llega la hora de volver a casa. Nuria llega muy puntual al instituto, a recoger a Alex. Sube a su hijo al coche acechada por las miradas juzgadoras de los jóvenes que pasan a su lado.

—¿Qué tal tu primer día de bachillerato? —le pregunta a Alex mientras guarda la silla de ruedas en el maletero.

—Bi... en.

—Me alegro hijo —le da un beso en la mejilla, entra al coche y arranca.

Mientras Alex mira cómo se aleja del instituto, piensa que al fin y al cabo, el primer día no ha estado tan mal. Sí, es verdad que en las clases se ha aburrido, pero ha hecho dos «amigos», Adam y Lucía, y eso no se lo esperaba. Pero su madre lo arranca de sus pensamientos.

—¡Ah sí! Se me iba a olvidar contarte esto, he hablado con la directora hace poco.

Amor sobre ruedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora