A Paulo nunca se le había hecho tan largo el camino al Juventus Center. La lluvia finita que acompañaba el viaje y caía encima del techo se reflejaba en el vidrio del sunroof y él, casi con inocencia, aprovechaba las paradas frente a los semáforos en rojo para admirar las gotitas de una en una. Solía hacerlo con Mila, cuando viajaban solos durante los días lluviosos. Contaban una a una las gotas en el vidrio y luego les ponían nombres y les inventaban destinos: la gota-galleta se fue, la gota-pelota murió, la gota-abu a casa. Pero la voz de Mila Paulo no la podía oír cuando apretaba el freno y si miraba por el retrovisor, la cara de su bebé no aparecía; lo único que se quedaba dando vueltas alrededor suyo, como un fantasma o una ventisca helada desde ese domingo fatal, era la presencia de Ángelo, su voz, su cara, su olor y con eso, todo él.
Lo había tenido en la cabeza sin tregua, no importaba qué tanto su mamá le comentara cómo estaban las cosas allá en Córdoba, no importaban los mensajes de James o de Lea o de Rodrigo, ni todas las fotos que Arturo le mandara de Erick con frasecitas absurdas, ni siquiera importaban los cuentos que le leía a Mila por las mañanas y por las noches. Ángelo no se iba, Ángelo no le daba pausa y aparecía así, de repente, cuando miraba a los ojos de su hija, cuando acariciaba su cabello, sus rulos rubios, cuando aspiraba su esencia...
Y Ángelo seguía ahí, adentro, cuando estacionó en el complejo y cuando se bajó y cruzó las puertas y también en el momento en que saludó a todos en el gimnasio e incluso cuando Arturo le rodeó el cuello, gritando feliz para los demás, "¡no me miren mucho al Paulito cabros, que en el cumpleaños mío encontró el amooor!" Y Paulo se hubiera molestado, como de costumbre, o hubiera dicho un comentario sarcástico, una palabrita jocosa, un suspiro de lo que era no más la naturaleza de su relación con Vidal, pero las palabras de Arturo se habían tergiversado un poquito allí en su cabeza y Paulo había tenido días de confusión y de desvelo, porque sí, el cumpleaños de Arturo había sido una fiesta con música y con trago y con gente, ¡tanta gente! Con James, con Erick, pero él no había encontrado el amor en Erick, no había encontrado ningún amor, de hecho.
Había recordado, como no se había permitido recordar hacía tiempo.
Culpa de él por ahí no era, o no enteramente, Paulo había querido creer que al fin y al cabo era pura mala suerte. Una jugarreta del destino quizá, un deja vu doloroso que ni a él se le había pasado por la cabeza. Cristiano, en voz alta, le reclama de repente su falta de atención ahí, en el campo, mientras todos están en círculo y él no puede concentrarse en el balón. Sarri le observa cauteloso, Paulo puede sentir su mirada, pero en su cabeza había un lío, como hace tanto no lo había, y repite allí, insidioso, las imágenes del cumpleaños de Arturo, los ruidos de la fiesta, las risas de los invitados, el olor de los alfas, de los omegas, el sabor de los tragos...
Las situaciones se le mezclan a veces. A Ángelo lo había conocido en una fiesta también, en un club exclusivo de Capri que era el favorito del Pipita y al que habían asistido juntos después de la Cena de Navidad de la Juve. Era diciembre de 2016 y el clima, frío como lo recordaba, había dado un respiro no hace mucho. Adentro de ese lugar, sin embargo, el frío no era tema y las chicas y los chicos bailaban y bebían y gritaban entre medio, sudados y calientes, y la música estaba por todos lados, igual que en la casa de Arturo, pero, a diferencia de cómo se sentía en la fiesta de Vidal, a él en ese tiempo y en ese lugar nada de eso le molestaba y dentro del sector VIP bailaba sin vergüenza con Gonzalo o con el alfa de turno que le coqueteara, que le invitara a un trago, que se mostrara curioso por saber todo sobre la estrella omega de la Juventus.
En ese entonces a Paulo muchas cosas le divertían más y disfrutaba el baile, disfrutaba las miradas, disfrutaba los roces, los manoseos, la cercanía, los alientos húmedos de un alfa cerca de su oído. Las primeras horas de esa noche bailó hasta que los pies le dolieron, riéndose luego cuando Higuaín se sentó a su lado en el sillón y le molestó con ese alfa rubio, alto, que olía tan bien, que bailaba tan bien... Paulo ahora ni siquiera puede recordar su nombre, pero sigue recordando con claridad haber bajado la escalera del pub, larga y oscura, solo para seguirlo en cuanto fue al primer piso para buscar un vaso de lo que fuera que estaba tomando. La música sonaba tan alta allí y el primer piso parecía tan asfixiante con las miradas de todos, como si lo conociera todo el mundo, y con los murmullos, las risas y el alfa que Paulo estaba siguiendo se perdió entre la multitud y él ya no lo pudo ver más.
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Tabula Rasa | Paulo Dybala & Ángelo Sagal [Sabala] | Omegaverse
RomanceA los omegas en el fútbol no se les perdona nada y Paulo había aprendido eso a la manera difícil. 3 años después, sin embargo, él seguía sin estar listo para el reencuentro con el alfa que le había cambiado la vida para siempre.