III. La verdad de Mila

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— Puta Paulo, hueón, tu historia con el Ángelo podría ser la trama pa una película po, hueón —a Arturo no le había cambiado el tono ni un poco, mientras agarraba la taza de café y le daba un sorbo largo. Paulo lo miró apenas, sin atreverse a contestar el comentario ni tampoco a beber del frapuccino al que Vidal le había invitado. La hipotética salida que Arturo había planeado en frente de Cristiano finalmente se había convertido en realidad y la poca gente que había en las mesas alrededor de ellos no dejaba de verles con curiosidad, demasiado tímidos como para acercarse a pedir una foto y Paulo pensaba, ya bien poco interesado, acerca de los rumores que le significarían esta salida con Vidal.

Había sido igual antes de que Mila naciera, había sido igual después de tenerla en los brazos.

— Si, sabés, a veces yo mismo me pregunto si pasó en realidad o no, pero bueno, Mila es la mejor prueba, ¿verdad? —le respondió, forzando una sonrisa que en realidad no tenía deseos de dar. Arturo lo observó unos segundos en silencio y Paulo se decidió por darle esa bebida a su frapuccino; no quería que sus ojos, hinchados y ardientes, fueran la primera cosa que Vidal siguiera notando cada vez que le miraba.

— Cuando yo vi que llegó el Ángelo, hueón, a mi fiesta, te juro que no sé, como que sentí que ustedes se conocían. Había algo en ti po, hueón, onda, como que te erizaste, como que te cambió la cara... pero yo nunca pensé que tuvieran tremendo pasado juntos, el Ángelo nunca me contó nada.

A Paulo le dio por sonreír de nuevo y el frío de su frapuccino molestó ahí, en sus labios.

— Claro, quiso seguir con su matrimonio como siempre, ¿no? —ironizó, decidiéndose a mirar por fin a los ojos a Vidal. Hubiese querido que la voz no le sonara tan miserable, tan triste, tan resentida, pero quizá Arturo podía leer ya todo eso cuando volvió a observarle a la cara.

— Pero me dijiste que él estaba separado de la mina cuando se conocieron.

— ¿Y qué? Terminó dejándome a mí para volver con ella.

Arturo se lamió los labios. Paulo lo miró echar una ojeada hacia fuera, por el ventanal ubicado justo al lado de la mesa que habían tomado.

— Me imagino igual que vo' no sabí cómo siguió la historia del Ángelo con esa mina —soltó Arturo, acomodándose en la silla y cruzándose de brazos. Paulo frunció el ceño, poco claro. Vidal tenía ese tono que usaba a veces mientras estaban dentro del Juventus Center, cuando quería probar su astucia o cuando pillaba a cualquiera volando bajo.

Pero Paulo no estaba volando bajo, ya nunca más.

— ¿Qué querés decir? —le cuestionó altivo, para que fuera al grano. Una pareja salió del café, farfullando a la vez que les observaban de reojo; Paulo se sintió incómodo.

— Que puta po, Paulo, parece que vo' sabí la primera parte de la historia no más. No sabí lo que pasó después con el Ángelo y su omega, ¿no viste que yo te dije que el hueón ahora está soltero?

Paulo frunció el ceño, acercando la silla a la mesa casi como si fuese un acto reflejo que dejó ver la manera inconsciente en la que aún deseaba saber de Ángelo todo lo que Arturo estuviese dispuesto a contar. En su cabeza la imagen después le pareció muy tonta y, dentro de él, se preguntó si Vidal no habrá pensado lo mismo de él también.

— Habrá terminado con su mujer, imagino —murmuró para desviar la atención de sus ojos inquisidores, pero Arturo le respondió con una sonrisa ligera— No duró demasiado su amor.

— ¡Qué amor! —Arturo dijo en voz alta, tan alta que Paulo tuvo que hacerle callar con la mirada, preocupado de que la poca gente que tuviesen alrededor les tomara más atención de la que le seguían tomando desde que cruzaron las puertas del café — Perdón, perdón... —agregó inmediatamente. El alfa acercó la silla a la mesa y Paulo hizo lo mismo; quedaron juntos y discretos y en esa posición Paulo podía olfatear la esencia de Arturo con facilidad, pero su olor no le molestó ahí en la nariz como sucedía siempre. Estaba dispuesto a lidiar con él, solo para saber qué era lo que Arturo sabía de Ángelo y él no— Es que tú conocí lo que viviste con él no más, yo al Ángelo lo conozco de años po, Paulo, desde que lo llamaron por primera vez a La Roja, desde ese tiempo nosotros somos amigos y, hueón, ahora, que me contaste todo lo que pasó te juro que me hacen caleta de sentido un montón de cosas... —la voz de Arturo sonaba segura, imperturbable.

Tabula Rasa | Paulo Dybala & Ángelo Sagal [Sabala] | OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora