El reloj redondo de grandes números colgado cerca de la puerta de la entrada marcaba ya las 5 p. m. del día soleado y la mayoría de la gente se había retirado ya a sus hogares, algunos hicieron más de tiempo por pasar a hacer compras en alguna tienda de autoservicio del camino, unos más entretenidos en el estacionamiento charlando sobre los planes que los mantendrían ocupados durante el fin de semana con la familia haciendo gestos de desagrado porque debían visitar a la suegra y los había también quienes con prisa se proponían llegar a tiempo para el partido de futbol en la televisión, y que los semáforos con luz roja parecían no ser impedimento, ni obstáculo para ello, en una avenida no tan concurrida.
Sin embargo, Ulises continuó un poco más de tiempo en la oficina, terminando los pendientes que no podían esperar un solo día más, pues de cierto modo tenía gente a su cargo y quería predicar con el ejemplo ante ellos, algo que su jefe le reconocía a menudo en las juntas periódicas. Ulises era un hombre alto, medianamente delgado, y su cabello ondulado color negro era para él lo que un tesoro para un pirata, parecía adorarlo más que a cualquier otra parte de su cuerpo, tenía ojos color café pero, a la luz del sol parecían tornarse de un color más claro; en su juventud varias de las novias que tuvo le hacían esa observación, algo que a él le levantaba el ego, pues era de vanidad notable, poseía en su rostro un expresión dura, rígida, con el ceño fruncido casi todo el tiempo, se mostraba como si no quisiera que nadie le hablara a menos que él lo hiciera antes. Pero en el fondo sabía que era únicamente un escudo, pues era un tipo de buen corazón y muy noble. Se preocupaba mucho en su persona, generalmente solía vestir con corbata y camisas de manga larga, aún en días calurosos como aquel y aunque en la oficina no había un código de vestimenta estricto, él insistía en que así mostraba el compromiso con su trabajo.
Sonreía poco con la gente que trabajaba, cuando lo hacía fugazmente era muy agradable, <<Debo hacerlo más seguido>>, pensaba, pero la seriedad y la frivolidad las tenía arraigadas hasta los huesos, formaban parte de él, solo recordaba el motivo por el cual dejó de sonreír en el pasado, era la justificación perfecta cuando le preguntaban respecto a ello.
Cuando por fin hubo terminado las tareas, dio un suspiro y posó la cabeza sobre sus manos denotando cansancio, frotó sus ojos, se levantó de su silla y tomó de su escritorio el portafolios azul que años atrás le había obsequiado su madre por su cumpleaños y salió de la oficina hacia el estacionamiento, comenzaba a oscurecer y la noche refrescaba, miró al cielo y antes de subir a su auto dijo, -A ver qué nos espera mañana-, y arrancó, el auto.
En el camino mientras conducía miraba la gente pasar, las parejas sonreír tomados de la mano, a un anciano paseando a su mascota, una señora cerrando la cortina de su establecimiento de flores, y se preguntaba de todo lo que a cada uno le daba felicidad o lo podría afligirlos, o si por el contrario él era el único que tenía problemas, el único que de una forma u otra se sentía intranquilo con la vida que llevaba.
Cuando sentía alguna adversidad llegar a su vida a complicar los planes que ya había planteado, algo ponía a prueba su fe y un obstáculo frenaba o retardaba el avance que creía ya logrado, solía culpar a todo, al tiempo, la mala suerte, quizá sus errores del pasado le pasaban factura y en definitiva le frustraban todo.
A su paso por el centro de la ciudad vio un parque alumbrado con infinidad de luces relajantes y quiso detenerse, sentarse en una banca, solo, y reflexionar, pero una vez más, el pensamiento de que no tenía caso, que nada iba a solucionar lo invadió y continuó su camino a casa, recordaba a su madre a quien hacía meses no llamaba, ni visitaba desde aquella discusión fuerte que tuvieron en la que él llegó ebrio después de su ruptura con Penélope, su novia, a quien conoció en un supermercado donde ella trabajaba de cajera. Así que buscó consuelo en los brazos de su madre como desde niño cada que algo afligía su corazón, pero en esta ocasión parecía que su mamá estaba del lado de la chica, a quien le tomó suficiente cariño desde el instante en que la conoció en aquella cena donde Ulises la presentó formalmente. Él siempre describió a su madre como una mujer maravillosa, y la presumía diciendo la frase "Ya no las hacen como antes..." de baja estatura, pero con el corazón del tamaño del mundo y con mucho amor para dar.
Al verlo en ese estado, preocupada preguntó el motivo por el cual una mujer tan tolerante, comprensiva e inteligente como Penélope pudo tomar la decisión de dar por terminada la relación en la que su hijo había puesto tantas esperanzas, a lo que él respondió que notaba cuántos compañeros de trabajo y hasta su jefe la invitaban a salir y que le insistían en que él no le convenía, que no era digno de ella, y que eso a él lo desconcertaba mucho porque en cualquier momento alguno de ellos podían convencerla y la perdería para siempre.
-Ella te quiere a ti, después de tantos años creí que ya te quedaba claro- dijo su madre, -creo que nunca te demostró lo contrario, recuerda la vez que te enfermaste y ella cuidó de ti incondicionalmente. Pero si con todo eso no aprendiste a confiar en ella, pues entonces tomó la decisión correcta al pintar su raya y no soportar más tus malos modos y tus celos-.
Ulises, con el efecto del alcohol en la sangre y el coraje de haber perdido a su pareja, se levantó del regazo de su madre y vociferando.
-No sé cómo pensé en venir a buscar consuelo y apoyo contigo, estás de su lado- se dirigió hacia la puerta y antes de azotarla, gritó.
-Eso me pasa por permitir que te metas en mi vida-. Y salió.
Su madre solo se agachó sintiéndose culpable de alguna forma por no ayudar a su hijo en esa ocasión, y lo peor de todo que él pensara que la tenía en su contra.
Ulises se fue de ahí con el sentimiento de culpa y el arrepentimiento al reaccionar de esa manera ante su madre, siempre fue así cuando discutía por cualquier cosa con sus padres, se dejaba llevar por la explosión del momento, decía y en ocasiones hasta hería con sus palabras y finalmente se arrepentía.
Una lágrima rodó por su mejilla, sacó el teléfono celular del bolsillo, buscó el número de su mamá, pero el orgullo y el miedo de que no tomara su llamada lo invadió y dejó el teléfono en el asiento del copiloto, estacionó el auto frente a su casa, descendió y cuando insertó la llave en la chapa de la puerta para entrar, sintió un sueño profundo, que tuvo que detenerse un momento para reincorporarse, era como si el colchón de su cama lo llamara con una especie de imán y lo atrajera sin que Ulises pudiera evitarlo.
Nunca antes había experimentado esa sensación, se dispuso a recostarse y quedó profundamente dormido.
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La vida se pasa soñando
Science FictionEl regalo más grande que se nos ha dado a todos los seres vivos es maravilloso, tenemos la libertad de elegir entre los caminos que nos formarán, una vez que se nos ha enseñado la diferencia de lo bueno y lo malo. Podemos disfrutar, reír, gritar, l...