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Al día siguiente despertó con los ojos demasiado pesados, casi sin poder abrirlos, tomó el teléfono celular del buró que estaba junto a su cama, vio la hora y alrededor de 15 llamadas perdidas de su jefe, eran ya las 12 del día y no había ido a trabajar. Se levantó como pudo y se duchó para intentar quitarse esa pesadez en el cuerpo que le había impedido presentarse puntual en su trabajo, algo que no se podía perdonar, la puntualidad era algo sagrado, herencia de su padre, coronel del ejército y quien le inculcó la importancia de siempre estar a tiempo, en todo.

En la ducha con agua fría, le vino a la mente que en el sueño vio el mismo parque iluminado en el que pensó detenerse la noche anterior, que alguien lo llamaba, con voz grave

-¡Ulises, Ulises!-, pero no alcanzó a descifrar de quién se trataba.

Secó su cuerpo húmedo y aunque la pesadez aún no se iba del todo, se sentía más incorporado, tomó de su ropero una camisa blanca, un pantalón gris y se anudó una corbata rosa, se miró al espejo, guiñó un ojo, se lavó los dientes y se peinó.

Tomó las llaves que estaban colgadas junto a la puerta, cerró, arrancó su auto y condujo hasta la oficina. Cuando entró, Gonzalo, su jefe que también era su amigo, le preguntó si se encontraba bien puesto que ninguna de las más de 10 llamadas que le había hecho tomó, hizo referencia a su semblante que no era favorable, si necesitaba algo que le dijera, vacaciones incluso no tenía problema en autorizarlas y que él se hacía cargo en su ausencia, pero que descansara para mejorar su aspecto quizá derivado del estrés.

Ulises respondió que estaba bien y que no necesitaba vacaciones, que solo se tomaría el día libre, y que se presentaba por si algo requería de su presencia.

-Vete a descansar y considera lo de las vacaciones-, contestó Gonzalo.

Salió de ahí y quiso ir a hablar con Penélope, deambuló por la calle de su casa esperando encontrarla "casualmente". Cobardemente volvió a su auto, recargó su frente en el volante reprochándose a sí mismo la carencia de coraje aun cuando la amaba demasiado. Tardó ahí varios minutos, que no se percató haberse quedado dormido, y que la gente que ahí pasaba pensaba que algo malo le había ocurrido, llamaron a la policía y a los paramédicos quienes tocaban con fuerza el vidrio para despertarlo sin obtener respuesta, pasó una hora, al ver el alboroto afuera de su casa, regresando de hacer compras y reconociendo el auto de Ulises, Penélope, chica de baja estatura, delgada, tez clara, ojos de color miel, cabello largo casi siempre con una cola de caballo que la hacía lucir hermosa, <<como una muñeca>> le decía Ulises y los labios en carmín rosa, soltó las bolsas que llevaba en las manos y corrió asustada al lugar en que la gente se aglomeraba.

-¿Lo conoce?- preguntó uno de los paramédicos.

-Es... emm bueno...- titubeó, -mi novio-.

-Los vecinos dicen tiene bastante tiempo así en esa posición- le comentó un policía que llegó al lugar.

Los policías le comunicaron a Penélope que se verían en la necesidad de romper el cristal de la ventanilla del asiento del copiloto para que los paramédicos revisaran si su novio aún respiraba, ella asintió con la cabeza y con el corazón acelerado, temiendo que algo malo le hubiera pasado.

Una vez abierta la puerta del auto uno de los paramédicos lo incorporó al asiento, y cuidadosamente colocó su cabeza de modo que no se moviera, lo llamó por su nombre y al cabo de aproximadamente 2 minutos despertó, desconcertado, lo primero que vieron sus ojos fue el rostro bello de su amada Penélope quien inmediatamente lo abrazó fuerte.

-¿Qu... qué pasó?- preguntó él, -¿Por qué hay tanta gente?-.

-Tienes mucho rato aquí inconsciente, te llamaron a la ventana y no reaccionabas, ¿tomaste algo?-.

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⏰ Última actualización: May 12, 2020 ⏰

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